Cristina Rodríguez, de Sestao, muestra el estado en el que ha quedado una de las casas arrasadas por las llamas en la aldea de Cernego. David Olabarri

La 'aldea vasca' arrasada por los incendios en Ourense

Cernego, uno de los pueblos más afectados del concello de Vilamartín de Valdeorras, está lleno de vizcaínos, hijos de gallegos que emigraron hace décadas a Euskadi

David S. Olabarri

Enviado especial a Cernego (Ourense)

Domingo, 24 de agosto 2025, 00:35

Cristina Rodríguez sufre asma y sabe que lo mejor sería alejarse del humo y las cenizas. Pero no puede evitarlo. Esta vecina de Sestao se ... pone la mascarilla y sube las empinadas cuestas que llevan a la parte alta de Cernego, 'la aldea vasca', un pequeño núcleo rural del concello orensano de Vilamartín de Valdeorras, en Galicia. A Cristina le silban los bronquios al caminar cuesta arriba, pero hay un viejo árbol que le preocupa.

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El incendio en Cernego se sofocó hace varios días, cuando los vecinos pudieron por fin volver a sus casas, pero las llamas resurgen una y otra vez de las raíces de este viejo pino. Teme que el fuego pueda propagarse otra vez y llegar a las casas que se han salvado. Le dicen que esté tranquila. Pero no se fía. Le echa varios cubos de tierra y le pone unas piedras encima para tratar de ahogarlo. La realidad es que el fuego no se extiende porque, sencillamente, alrededor del árbol ya no queda nada que pueda arder.

En la parte superior de Cernego, las casas, establos y huertos han sido arrasados por las llamas. Aquí todo es ceniza, viviendas derruidas y memoria reducida a escombros. A Cristina se le parte el alma cuando ve los estragos del fuego. Aquí nacieron su abuelo y su padre antes de emigrar a Bizkaia en busca de un futuro mejor.

Su casa se ha salvado, pero otras doce han resultado destruidas. Hablamos de la tercera parte de un pueblo en el que en invierno apenas viven una decena de personas, pero que en verano multiplica por diez su población. Casi todos son vizcaínos que vuelven en vacaciones a la tierra de sus ancestros. En Galicia, la emigración iba por pueblos: mientras en la Costa da Morte hubo localidades que se vaciaron después de que sus habitantes se marcharan a Suiza, en Cernego muchos de los que se marcharon hallaron trabajo en las fábricas de la Margen Izquierda de Bizkaia.

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Los vecinos de Cernego se reúnen todos los días para comer juntos en la Casa do Pobo. David Olabarri

Los hijos de los trabajadores de Cernego nacieron en Bizkaia, pero vuelven cada verano a su pueblo. Gorane es de Portugalete y visita siempre que puede a su abuela gallega. Tomás es de Barakaldo. Loli, de Santurtzi. Cristina, de Sestao. Es esta pequeña aldea lo que les une, la que ha forjado un lazo indestructible entre ellos.

Loli estaba en casa con sus hijos y nietos cuando el fuego entró por dos flancos de la aldea el 16 de agosto. «¡Corre que nos quemamos!», le gritó su nieta Nayali. Cogieron lo que pudieron y salieron corriendo. Estuvieron tres días durmiendo en el polideportivo de Vilamartín. Cuando pudieron volver se encontraron con su casa destrozada. Esta vecina de Santurtzi se siente todavía hoy incapaz de comprobar de primera mano los estragos del fuego en la vivienda que ha visto crecer a tantas generaciones de su familia. La casa de Tomás, de Barakaldo, también ha quedado reducida a cenizas. Y la de Isidoro, que es de Salamanca. Y la de Jorge, uno de los pocos que vivía aquí todo el año con su familia y que no sabe qué va a hacer ahora con su vida y la de los suyos.

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«España vacía»

El incendio de la comarca de Valdeorras es ya el tercero más grande de la historia de España. Y se ha convertido en uno de los iconos de la oleada de fuegos que, en apenas dos semanas, se han cobrado cuatro vidas, han arrasado centenares de miles de hectáreas en Castilla y León, Galicia y Extremadura y han calcinado pequeñas aldeas rurales. «Lo que ha pasado va a volver a pasar cada cierto tiempo», advierte Alejandro Cantero, decano del Colegio de Ingenieros de Montes del País Vasco. Los fuegos, explica, han tenido diversas causas. Algunos se han originado por tormentas eléctricas y muchos han sido intencionados. Pero, a su juicio, la clave de lo ocurrido -y lo que abona su tesis de que volverán a repetirse- es que gran parte de los focos se han desatado en terrenos «olvidados», lugares donde apenas resta actividad humana, y en los que se han ido acumulando durante años toneladas y toneladas de vegetación seca. De hecho, muchos se han desatado en lo que se conoce como la «España vacía», donde el monte no da «rentabilidad» y tampoco se realizan «trabajos preventivos». En estas circunstancias, cuando las llamas cogen fuerza «no hay quién las pare».

EL CORREO ha sido testigo esta semana de varios de los incendios que se han desatado en el noroeste de España, desde las montañas de León hasta los frondosos valles de Ourense. Las circunstancias de cada fuego han sido muy variadas. También los daños. Se han quemado pinos, castaños centenarios, pastos y toneladas de matorral. Hay gente que ha perdido una finca o un cultivo, pero también hay vecinos que han muerto o resultado heridos tratando de salvar sus pueblos. Los hay, y son muchos, que han perdido la casa y sus pertenencias. Como Ángel Barrio y su mujer Maite, que llevaban 35 años viviendo en Castrocalbón.

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Bomberos actuando en la zona de Valdeorras. EFE

Uno de los sentimientos que predomina entre los afectados es la sensación de «abandono» que sintieron cuando el fuego llamaba a sus puertas. En lugares como San Vicente de Leira o en Quintana y Congosto fueron los propios vecinos los que lucharon con palas, desbrozadoras y cubos de agua para tratar de que las llamas no llegasen a sus casas. Ocurrió también en Cernego, donde no tuvieron ninguna ayuda profesional. Insisten en que al principio el fuego avanzaba lentamente, pero no llegaron camiones de bomberos, ni helicópteros ni hidroaviones. «Aquí no vino ni dios», denuncian los vecinos. «Lo que se salvó del pueblo fue por los voluntarios. Algunos subieron en motos para ayudarnos», recalcan.

La decepción por la respuesta institucional es un sentimiento común entre los más damnificados. Como lo es también la gratitud hacia los vecinos que les han ayudado. Tanto con los que se jugaron el pellejo para tratar de frenar el fuego como con los que se han volcado en ayudarles después de perder sus casas.

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En Cernego, los vecinos se han organizado para acoger a las familias de los que se han quedado sin hogar. Todos los días se reúnen en la Casa do Pobo de la aldea para comer juntos. Loli sigue sin poder subir a ver su casa destrozada, pero juntos se sienten más arropados e incluso se permiten bromear un poco. Lo que nadie sabe es qué ocurrirá en los próximos meses porque muchas de estas viviendas no estaban aseguradas. En algunos casos no tienen ni escrituras. «Esperemos que cumplan sus promesas y nos ayuden», subrayan.

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