Borrar
Un grupo de enfermeras españolas, poco antes de partir hacia hospitales británicos. ABC
2.406.611

2.406.611

Son los españoles que viven hoy fuera de nuestras fronteras, un millón más que en 2009. Nueva Zelanda, Antillas, Burundi, Alemania, Taiwán... desde allí cuentan por qué se marcharon

Joseba Vázquez

Domingo, 10 de septiembre 2017

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Creo que no hay mejor escuela que la curiosidad por conocer mundo», dice Juan Haro Simarro, que trabaja desde hace más de un año en Burundi como oficial de comunicación y fotoperiodista de Unicef. «En gran parte me empujó a salir la situación económica de nuestro país», agrega Leticia González, una enfermera madrileña que lleva cuatro años sirviendo en la planta de Pediatría-Neonatología del único hospital existente en la isla caribeña de Aruba, en las Antillas. Conocimiento y economía. Dos de los grandes motores que tradicionalmente han sacado a las gentes de sus casas. Dos impulsos que a menudo convergen y acaban disueltos el uno en el otro. «No veo que en España salgan ofertas de trabajo interesantes, por lo que de momento no hay planes de regreso», asume Juan Haro, que ha visto coincidir sus «ganas de conocer mundo» con la necesidad. «Vivir a 7.000 kilómetros de casa me ha hecho crecer mucho personalmente y me ha dado momentos únicos que de otra forma nunca hubiera experimentado», agradece Leticia, que goza «del privilegio de vivir» en el paraíso al que la arrastró la crisis.

«Suelen oficializar su situación quienes llevan muchos años en otros países»

Ander Gurrutxaga, Sociólogo

Aquí y ahora, 2.406.611 ciudadanos de nacionalidad española viven desperdigados por el mundo, según el último Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE) a fecha del pasado 1 de enero y publicado por el INE (Instituto Nacional de Estadística). La cifra arroja un incremento neto de 101.581 expatriados en 2016 con un aumento porcentual del 4,4%, el menor del último decenio. Ese crecimiento llegó a ser, por ejemplo del 8,2% en 2010. Casi el doble. Esos 2,4 millones de personas suponen prácticamente un millón más que las censadas el 1 de enero de 2009, primera vez en que la Administración computó este registro. Entonces, los ciudadanos españoles que vivían fuera del país eran 1.471.691, según la misma fuente. El dato ofrecido por el INE, organismo adscrito al Ministerio de Economía y Hacienda, es el único que cuenta con rango de oficialidad, pero, pese a ello, casi nadie se lo cree.

Gráfico.
Gráfico. Isabel Toledo

Ese padrón contabiliza exclusivamente a las personas que se inscriben en el Registro de Matrícula Consular del país correspondiente, cosa que no todo el mundo hace: por dejadez, porque a veces esa oficina se encuentra a kilómetros de distancia o porque, en el caso de estancias no muy prolongadas, formalizar el trámite apenas compensa. «Habría que ver cuántos ciudadanos españoles están residiendo fuera sin haberse registrado en los consulados y embajadas. No sabemos cuántos, pero sabemos que son bastantes. Nos podemos encontrar con una población sustancialmente superior a la que reflejan los datos oficiales», alerta Ander Gurrutxaga, doctor en Sociología. «Hay una población que va y viene y hay que tener en cuenta que registrarte te puede restar derechos aquí. Normalmente, oficializan su situación quienes llevan muchos años residiendo fuera y no tienen en principio intención de moverse», añade. De la misma opinión es Amand Blanes, investigador del Centro de Estudios Demográficos de Barcelona. Para él, «la estadística subestima el volumen real» de españoles en el extranjero. Remata esta idea Marea Granate, colectivo que se define a sí mismo como «transnacional y apartidista» y «cuyo objetivo es luchar contra las causas y quienes han provocado la crisis económica y social que nos obliga a emigrar». «Hemos desmontado muchas veces las cifras oficiales del INE, que se basa en la información proporcionada por los consulados, pero ignora un segundo tipo de registro, el de los españoles residentes temporales en el extranjero -afirma Virginia San Felipe, una de las integrantes de este movimiento-. También ignora que algunos sólo se inscriben en organismos locales, como la Seguridad Social. Hemos recopilado información de doce países y los datos ofrecidos por el INE están infravalorados en todos y cada uno de ellos, hasta reducirlos a una quinta parte en el caso de Inglaterra».

Argentina, en cabeza

El Reino Unido es precisamente el destino que contabilizó mayor número de 'empadronamientos' de españoles el año pasado. ¿A pesar del 'Brexit', o a causa de él? «Quizás ha hecho aparecer cantidad de gente que estaba fuera de los registros. Y se dice que los españoles allí pueden ser más del doble de los inscritos», comenta Ander Gurrutxaga. El economista Mikel Larreina, vicedecano de la Deusto Business School, recuerda que «todavía no hay ningún cambio legislativo que se aplique a los europeos que viven en el Reino Unido y la suya sigue siendo una economía dinámica y abierta donde es relativamente fácil encontrar trabajo».

El número de extranjeros desciende en casi un millón desde 2010

Los proyectos irrealizados de los que habla el doctor en Ciencias Económicas Mikel Larreina al referirse a los sudamericanos que han retornado a su país tras unos años en España, son parte relevante de una realidad. En base a la estadística oficial publicada por el INE en junio, actualmente viven aquí 978.170 extranjeros menos que en 2010, año en que se alcanzó el tope histórico (5.402.579). Estos ciudadanos representaban entonces el 11,63% de la población española. Ahora son 4.424.409, lo que supone el 9,5% de los 46.528.966 residente actuales. A diferencia de los datos del PERE, ya definitivos, estas cifras serán provisionales hasta diciembre.

En todo caso, el descenso explica en parte la paulatina merma del censo nacional, que creció hasta 2012, pero comenzó a menguar al año siguiente. «El bum de la inmigración a España es casi paralelo a la burbuja inmobiliaria -analiza Larreina-. Ahora hay un trabajo de menor calidad y, por tanto, personas que en su día vinieron ahora se replantean las cosas. Es lógico que como consecuencia de la crisis económica el país sea menos atractivo». Otro factor actúa en este sentido: 769.110 extranjeros han obtenido la nacionalidad española en los últimos seis años.

Cerca de dos millones de foráneos son europeos, liderados por nativos de Rumanía (678.098) y Reino Unido (294.295). Del poco menos del millón de africanos, 667.189 proceden de Marruecos, casi tantos como de toda Sudamérica (748.112). Entre estos destacan ecuatorianos (145.879) y colombianos (139.213).

Gran Bretaña e Irlanda del Norte constituyen de hecho la décima meta preferida como paradero por los españoles en el extranjero. Allí viven en la actualidad 115.779, siempre según los datos del INE. Muy lejos de Argentina, que atendiendo a la misma fuente, acoge a 448.050 y se lleva la palma mundial. En América ha fijado residencia el 62% de estos españoles; un 34,2% ha elegido Europa.

«Las empresas españolas son muy activas en América Latina, con lo que simpre habrá expatriados que se mueven allí por ofertas o necesidades laborales. Pero el grueso de ese colectivo son personas de doble nacionalidad que regresan a su país de origen porque no han prosperado los objetivos que tenían cuando vinieron aquí», valora Mikel Larreina. La excepción en Sudamérica la protagoniza Venezuela, país donde el año pasado se dieron de baja 7.528 ciudadanos españoles.

Los topes

  • 11,63% representaban los extranjeros en España en 2010. Eran 5.402.579 de 46.486.621 habitantes.

  • 2012, pico poblacional. Ese año se registró el máximo en el censo, con 46.818.216 residentes, 289.259 más que ahora.

El último censo determina también que sólo el 33% de esos 2,4 millones de expatriados ha nacido en España. El 67% restante, algo más de 1,6 millones de ciudadanos, integra a hijos de los primeros que nacieron fuera y que cuentan con doble nacionalidad, a quienes la han obtenido por medio del matrimonio y a los inmigrantes con ciudadanía española que han regresado a sus lugares de origen.

Javier, en Wellington, entre figuras de 'El Hobbit'.
Javier, en Wellington, entre figuras de 'El Hobbit'. J.C.

Javier Crespo, Wellington (Nueva Zelanda)

«Marché antes de la crisis y ahora ella me impide volver»

Llevar «una vida muy tranquila» en las antípodas, disfrutar allí de lugares únicos para practicar surf y windsurf, deleitarse periódicamente con los All Blacks y el mejor rugby del mundo -otra de sus aficiones- y, sobre todo, haberse casado hace unas pocas semanas con Georgina, una joven inglesa, no le impiden a Javier Crespo, gaditano de San Fernando, sentir «mucha pena» por no encontrar en este momento vías de regreso a España. «Me fui antes de que se iniciara la crisis económica, pero ahora esa crisis me impide volver». Javier acaba de cumplir 33 años, pero es todo un veterano en esto de vivir fuera de casa. Se trasladó en 2004 a Edimburgo, donde permaneció hasta 2007. Luego pasó una temporada en Estados Unidos, «viajando y haciendo trabajillos en negro», antes de regresar a Escocia, donde ejerció «de recepcionista y de azafato de tren».

Hace cinco años recaló en Nueva Zelanda. Intentó hacerlo en Australia -«que siempre me había llamado»-, pero no obtuvo el visado necesario. Vive en alquiler, con Georgina, «en una casita a tres kilómetros del centro financiero de Wellington, donde «el precio de la vivienda se ha disparado». Allí se gana la vida como mánager en un local de ocio que dispone de restaurante, sala de conciertos y night club. La capital de Nueva Zelanda, de unos 200.000 habitantes, es una ciudad «tranquila, sin bullicio y algo más cara que las españolas». «Los 'kiwis' son muy abiertos y generosos, muy deportistas y les encanta socializarse en los pubs, tomando unas cervezas; aquí hacen algunas artesanales muy buenas», relata Javier. «Por pegas, diría que el viento y que a veces tenemos terremotos». Su círculo de amistades es primordialmente local y británico, a pesar de ser el administrador del grupo de Facebook 'Españoles en Nueva Zelanda'.

Todo se encuentra razonablemente en orden en la vida de Javier, pero,... claro, la tierra, la familia... «Me he perdido la niñez y adolescencia de mi hermana pequeña y mis otros hermanos empiezan a tener hijos. Me encantaría volver, pero tengo asumido que en España no se valora la experiencia como aquí. He enviado multitud de currículos para nada». Así que él y Georgina tantean también la opción del Reino Unido. «Vamos a ver antes cómo queda el asunto del 'Brexit'».

Juan Haro fotografía a un grupo de niños.
Juan Haro fotografía a un grupo de niños. J. H.

Juan Haro, Buyumbura (Burundi)

«Estoy en la edad de crecer y mejorar; España seguirá ahí»

El fotoperiodista y oficial de comunicación digital de Unicef en Burundi, Juan Haro Simarro, de 26 años y madrileño del barrio Alameda de Osuna, nos atiende desde la habitación del hospital donde se recupera, positivamente, de un proceso de malaria. «Gajes del oficio», bromea con la voz debilitada por la fiebre, las cefaleas y los vómitos. Unos días después de estas palabras, Juan recibió el alta y se encuentra ya de nuevo al pie de su cañón particular, que es «la tarea de hacer visible la situación actual de los niños en Burundi y sensibilizar a la sociedad». No es la primera vez que presta servicios de este tipo. Antes trabajó para una ONG americana en la Guatemala rural. «Aspiro a dedicar mi vida profesional y personal a la denuncia de las injusticias que ocurren a nivel mundial y a documentar las historias que permanecen anónimas utilizando el poder de la fotografía y el periodismo», declara.

Aterrizó en África en abril del año pasado, para «dar un paso más en el ámbito de la cooperación internacional -cuenta-. Sobre todo, me motivó la idea de compaginar un trabajo que disfruto, viajar y aprender a diario, sabiendo que estoy haciendo algo útil para la comunidad burundesa. Creo que no hay mejor escuela que la curiosidad por conocer mundo». Vive con dos compañeras y su perro, Marcel, en Buyumbura, la capital del país, un núcleo que aglutina a medio millón de habitantes. «Como la mayoría de estas ciudades, no tiene una arquitectura para admirar, las calles están mal asfaltadas y el tráfico es caótico», aunque sí dispone a orillas del lago Tanganica de playas y zonas de recreo. «Pero no para el baño por los hipopótamos y cocodrilos», advierte. Juan remarca las enormes desigualdades sociales instaladas en la región y el carácter «serio y reservado» de su gente, tal vez devorada por «el miedo y la desconfianza» después de años de graves tensiones políticas y bélicas.

Pasados diecisiete meses, Juan ha aceptado que su casa «está ahora en Burundi», aunque inevitablemente extraña «los amigos, la familia, Madrid, la cultura, las tapas y el 'cañeo'». Pero no hay planes de regreso, de momento. «Lo haré si encuentro un trabajo que me llene y donde sea respetado y asalariado justamente, cosa que no veo en nuestro país. Ahora estoy en la edad de viajar, aprender, crecer y mejorar. España seguirá ahí».

Judit, en un mercadillo de segunda mano en el que participó.
Judit, en un mercadillo de segunda mano en el que participó. J. P.

Judit Puig, Hamburgo (Alemania)

«En lugar de empezar la universidad, salí a ver mundo»

«Cuando terminé el bachillerato me mudé a Dublín para mejorar mi inglés. Muchos pensaron que me había vuelto loca porque, en vez de empezar la universidad, preferí salir a ver mundo y conocer gente». Judit Puig Soldado, catalana nacida en Guissona (Lleida) hace 26 años, es tajante. A ella no la ha expatriado ninguna crisis económica ni nada que se le asemeje. Lo ha hecho su exclusiva voluntad. Al volver de Irlanda, donde trabajó seis meses de niñera, realizó en Barcelona el curso de tripulación de cabina de pasajeros. En 2012 fue contratada por «una aerolínea española», en la que permaneció dos años compaginándolo con estudios de Relaciones Públicas y cinco horas semanales de alemán.

Activa e inquieta, llegó el momento en que decidió dar otro «giro radical» a su vida y «buscar suerte en Hamburgo», donde reside desde hace casi tres años. «Podía haber seguido trabajando en Barcelona como auxiliar de vuelo, pero preferí salir a aprender y conocer. Siempre me ha encantado descubrir nuevas culturas y viajar». Durante los primeros doce meses en la ciudad alemana cuidó tres niños -«para adaptarme a la ciudad y mejorar el idioma»- y, tras varias vueltas, trabaja de nuevo como azafata, ahora «en una aerolínea inglesa». Y como Judit es de las que piensa que «la mejor forma de adaptarse a un país es conviviendo con su gente», comparte un ático de 60 metros «con un chico y una chica alemanes, sin comedor ni televisión».

Confiesa que al llegar a Hamburgo creyó que no permanecería allí mucho tiempo, pero ahora está más que a gusto. «Es una ciudad muy verde que suele ser una grata sorpresa y no sientes que sea tan grande a pesar de tener 1,7 millones de habitantes». Y también ensalza el agua del río Elba, sus lagos y canales, «el ambiente en las calles, los eventos culturales, los conciertos en los parques, el amor al deporte y la naturaleza, la buena calidad de vida» y... «la mentalidad de las empresas». «Aquí les interesa que el trabajador esté a gusto y tenga facilidades para conciliar vida profesional y personal», detalla. Así que no parece que nuestra amiga esté proyectando la vuelta a casa, ¿verdad? «Disfruto enormemente de mis rutas en bicicleta por la naturaleza y de ver que todo funciona muy bien. Te acostumbras a viajar para ver a los tuyos y a tirar de Skype».

Leticia, con su traje de enfermera en el Hospital de Aruba.
Leticia, con su traje de enfermera en el Hospital de Aruba. L. G.

Leticia González, Aruba (Antillas)

«Al principio fue duro; en la actualidad vivo un privilegio»

«Al principio fue duro». Leticia González, enfermera de Alcorcón (Madrid) de 28 años, lleva cuatro trabajando en el único hospital existente en Aruba, una pequeña isla caribeña -apenas 120.000 habitantes- independizada de las Antillas Neerlandesas en 1986, aunque se mantiene dentro del Reino de los Países Bajos como un estado autónomo. Leticia ejerce en la planta de Pediatría-Neonatología del centro sanitario sito en Oranjestad, la capital. «En gran parte tuve que irme por la situación económica en nuestro país. Supuso todo un reto tener que aprender a ser más independiente y asumir perderte cumpleaños, celebraciones, Navidades...».

Eso no ha cambiado mucho. La joven madrileña sigue añorando a «la familia, los amigos, ese bocata de calamares en la Plaza Mayor o disfrutar de algún partido en el Bernabéu», cosas que sólo puede hacer una vez al año, cuando viene de vacaciones. Pero no es la suya una situación desagradable. Para nada. Vive sola «en un pequeño apartamento de alquiler» y, aparte de su tarea, realiza cursos formativos, practica deporte (canoa, beach tenis y snorkel) y, obviamente, sale con amigos y amigas: arubianos, colombianos, venezolanos, holandeses, algún español... Al igual que Judit Puig y Juan Haro, aprecia mucho el importante «enriquecimiento personal» que le está aportando esta experiencia laboral «a 7.000 kilómetros de casa». «Me ha ayudado a quitar miedos y me ha dado momentos únicos y amistades muy diversas que de otra manera nunca hubiera conocido». En resumen, goza «del privilegio de vivir» en un marco envidiable y de sentirse «valorada dentro y fuera del hospital». Por tanto, «no sé qué me deparará el destino, pero a corto plazo mi lugar es Aruba».

'One happy island' ('Una isla feliz') es el eslogan que califica a esta menuda ínsula caribeña. 'Dushi bida' (una buena vida), dicen los lugareños en su idioma, el papiamento, una lengua criolla de base portuguesa y elementos procedentes del holandés, inglés, español, arahuaco y vocablos africanos. «El nivel de vida es similar al de España, casi no hay paro y a la gente le encanta la vida en la calle y su espectacular carnaval». Un edén con esquemas mentales particulares. «Aquí, por ejemplo, la infidelidad es algo más aceptada, tanto en hombres como en mujeres».

Honorio es el único fraile en el convento de Borgo Maggiore.
Honorio es el único fraile en el convento de Borgo Maggiore. H. M.

Fray Honorio Martín, Borgo Maggiore (San Marino)

«No he escogido ni lugar ni servicio, pero me siento bien»

A fray Honorio Martín Sánchez le mueve la fe. Al igual que a Judit Puig, no le ha lanzado al mundo la crisis. Tampoco la aventura, al menos en el sentido laico en que la interpretamos, sino el servicio religioso entendido como misión allá donde su orden, los Siervos de María, lo considere necesario. Por solitario que resulte. «Me encuentro en la pequeña República de San Marino desde julio de 2015 -explica-. Me preguntaron si podría venir a acompañar al único fraile que quedaba en nuestro viejo convento de Borgo Maggiore, en Valdragone, un fraile de 86 años, enfermo, débil, desanimado. Unas dos semanas, me dijo el prior... Dije que sí». A los diez días de su llegada, hubo que hospitalizar al hermano al que fue a cuidar. «Padecía un tumor y falleció. Me preguntaron si estaba dispuesto a quedarme para no tener que cerrar la iglesia y el convento. También dije que sí».

La circunstancia de fray Honorio es común entre los religiosos de órdenes con misiones repartidas por el globo. Lo marca el voto de obediencia. «Sé que no he escogido yo ni el lugar ni el tipo de servicio. Ni vivir solo. Pero esto es una excepción que impone la vida. No me lamento; es más, me siento bien. No tengo tiempo para deprimirme. Hago mi trabajo y aquí estoy hasta otro cambio de obediencia», asume a sus 65 años. Los Siervos de María se encuentran establecidos en 25 países. Son poco más de 800 frailes; en España, una docena. Y en el convento de Borgo Maggiore, uno. En su aislamiento, Honorio se ocupa de las celebraciones religiosas -«ante un pequeño grupo de personas»-, la limpieza, la compra, las facturas, la cocina, la plancha...

Natural de El Cerro (Salamanca), el hermano pasó doce años en Roma y, antes, otros cinco en Mozambique, «en los ochenta, en medio de una guerra fratricida, con un país destruido, asolado en la miseria más increíble». Allí ocurrió lo inesperado: «Quería aportar y fui yo quien recibió de la gente sencilla y de su fe. Fui yo quien resultó evangelizado». Por eso, «si puedo, regreso a Mozambique cada verano». Lo hizo hace unas semanas para confirmar con dolor «la situación trágica de la población». También ha visitado El Cerro, «mis raíces, mi gente, mi casa, los recuerdos...» ¿Y un retorno definitivo? «No depende sólo de mí; también de mis responsables. #No tengo mayores ambiciones». La obediencia.

Lain (a la derecha de la imagen), con el diseño ganador del primer premio del concurso de Kaoshiung.
Lain (a la derecha de la imagen), con el diseño ganador del primer premio del concurso de Kaoshiung. L. S.

Lain Satrustegui, Taipei (Taiwán)

«Lo que iban a ser cuatro meses ya son ocho años»

Al arquitecto navarro Lain Satrustegui la oportunidad -«una casualidad del destino»- le llegó a traves del 'feng shui', el sistema filosófico chino basado en la armonía del espacio. Lo que trasladado a la construcción es resumido por nuestro protagonista como «la forma en que la energía fluye a través de los edificios», fomentando las fuerzas positivas y eliminando las negativas. «Cuando trabajaba en Madrid frecuentaba un restaurante vegetariano regentado por una taiwanesa profesora de 'feng shui' que me impulsó a profundizar en él en una universidad de su país. Y me animé». Tanto que «lo que iba a ser una estancia de cuatro meses se ha multiplicado a ocho años», porque en ese periodo fueron encadenándose interesantes proyectos en el mismo país de Extremo Oriente. Así que, Satrustegui, navarro de Aoiz, premio extraordinario de su promoción, decidió montar en Taipei, «junto a otras personas», el estudio IMO, un despacho de éxito del que es codirector y que cuenta con oficinas en Barcelona y Kioto (Japón).

A finales de junio, un vistoso trabajo de IMO, el Centro Cultural Xiafu, fue inaugurado en el distrito de Linkou, en Nuevo Taipei. La obra ha recibido el Premio Nacional a la Excelencia en Construcción. Lain se ha adaptado a dos aspectos básicos en Taiwán, el idioma y «la cultura del trabajo». Para llegar a manejarse «bien» con el chino, «dificilísimo porque tiene miles de letras», asistió a clases «dos años y medio». Lo ha aprovechado. «En el trabajo hablo chino, con mi pareja también y los últimos cuatro años he dado clases en la universidad». ¿Respecto a lo segundo? Se confirma el estereotipo. «Intento descansar un día a la semana, pero no siempre lo consigo. Y descansar dos ya es un lujo. Tienes que hacerte a una cultura muy distinta». Algunos detalles: «La mentalidad de cerrar los domingos aquí no existe. Hay supermercados que abren 24 horas al día. Salvo los empleados públicos, mucha gente trabaja los fines de semana». A cambio, el país disfruta de «un sistema sanitario muy bueno, un nivel de educación altísimo o una red de transportes extraordinaria».

Para sobrellevar la tensión, el vegetariano Lain hace deporte (cuando puede), meditación (a diario) y yoga (una vez por semana). Visita a la familia una vez al año. «Es importante mantener el contacto».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios