San Prudencio de Armentia, una vida en el cruce de caminos
«El patrón alavés siempre vivió a camino entre dos mundos», explica el antropólogo
Jesús Prieto Mendaza
Martes, 26 de abril 2016, 10:24
San Prudencio fue entronizado como patrono de Álava en la Junta General de la provincia el 4 de mayo de 1645 (Nuestra Señora de Estibaliz, confirmada por Pío XII, no lo será hasta el 9 de septiembre de 1941). Posteriormente, en 1688, se solicitó para él «rezo propio con rito doble y octava, erección y dedicación de propia capilla, día festivo de precepto y otras distinciones que inspirara su devoción» (Eulogio Serdán, 1926). Fue Prudencio, nacido en Armentia (tan sólo se puede confirmar que murió con anterioridad al año 476), un hombre que aprovechó la situación de cruce de caminos, culturas y reinos que su tierra alavesa le ofrecía. Así, muy joven, abandonó su casa con quince años, aproximadamente, para vivir en soledad junto al ermitaño Saturio (posteriormente San Saturio) en Soria, en ese hermoso paraje a orillas del Duero que cantara Machado. Posteriormente comenzó su periodo de predicación a los paganos de Calahorra, época en la que se forja su leyenda en base a numerosas conversiones de infieles y fantásticas curaciones de enfermos. Fue en Tarazona donde, tras ser arcediano, llegó a obispo de la diócesis y donde se confirma como Apóstol de la Paz. Después de muerto, sus restos se trasladaron a Logroño, ante cuyos restos se postró el Rey Rodrigo en agradecimiento tras una victoria frente a los musulmanes. Así se recuerda su memoria: Turiazone in Hispania S. Prudentti Episcopi et Confessoris. Y es que fue San Prudencio algo típico de nuestro territorio, un hombre que siempre vivió a caballo entre distintos mundos, que se hizo a sí mismo abrazando distintas tierras y gentes, enriqueciéndose por tanto de todas ellas, tal y como Álava ha sido y es: diversa, plural y mestiza.
Nuestro territorio se define, fundamentalmente, por un hecho objetivo. Somos tierra de paso y de mezcla desde tiempos inmemoriales. Además de la presencia celtíbera en nuestro territorio, desde el Siglo I a. c. el avance de la Romanización se data en estas tierras norteñas de la Hispania romana. Numerosos asentamientos, del que destaco por su especial conservación el de Iruña-Veleia, nos retrotraen a aquellos años y dan fe del nivel civilizatorio que introdujo la Roma hispana. Dato este que es significativo para la pervivencia del euskera en la zona norte y para el proceso de latinización, primero, y de uso del romance en la zona centro y sur de la provincia, hecho éste que hizo que nuestro español, o castellano, fuera reconocido como uno de los más limpios de toda España. Pero en este viaje virtual a través de nuestra historia, no debemos olvidar otros contactos y préstamos culturales. Este es el caso de la influencia judía. Los sefardíes se datan en Vitoria desde 1250 hasta 1492. La calle de la judería, la Aljama de la ciudad, que se correspondería con la actual calle Nueva Dentro, fue una de las más importantes del norte de la península. Pero, no piensen ustedes que nuestra mezcla de sangres finaliza aquí, pues hay en nuestro genoma cultural contactos con colonos venidos del reino Astur-Leonés y de contingentes moriscos que se asentaron en la llamada Sonsierra Navarra (actual Rioja Alavesa). Por lo tanto austrigones, berones, várdulos, caristios y demás vascones meridionales fueron mezclándose a través de los siglos con gentes venidas de Cartago, de Fenicia, con íberos, celtas, romanos, judíos y árabes o con poblaciones visigodas del reino Astur-Leonés. Pero no finaliza aquí nuestra mezcla pues la situación privilegiada de nuestras tierras en la ruta hacia Francia, hará que seamos visitados a través de los siglos por gitanos, francos y germanos, sin olvidar las milicias napoleónicas. Bastaría con recordar aquella copla que se hizo popular en 1810 y que así rezaba: «La marquesa de Montehermoso tiene un tintero, donde moja su pluma José primero». Quiero confirmar con este discurso que el mestizaje es elemento definitorio de nuestro ser, la consideración de territorio abierto, lugar de paso, de mezcla, de encuentro, locus plural en definitiva en el que se entrecruzan, con total normalidad, el sentimiento vasco con la vecindad riojana o burgalesa.
Álava, en su geografía, presenta paisajes oceánicos, continentales y mediterráneos. Nuestros son los hayedos, la oveja latxa, los montes, como el Gorbea, y los verdes prados del Norte. También las tierras suaves de la Llanada, la remolacha y la patata. Alavesas son nuestras tierras meridionales, la sal, nuestros campos de cereal y rebaños de oveja merina. Como no, las tierras de Rioja Alavesa, la vid, el olivo, el lagar y el trujal con el que obtener el oro líquido. Nuestros son el euskera y el castellano, Raimundo Olabide y Félix María de Samaniego, el txistu y la dulzaina, el bertso y la jota, la abarca y la alpargata. Así pues, somos los alaveses, crisol y mezcla de etnias, religiones, y culturas. Ése ha sido nuestro origen, él es hecho definitorio de nuestra plural identidad y de la convivencia ejemplar de nuestra sociedad. Este equilibrio cultural, este crisol enriquecedor, permanece hoy en día a pesar de los intentos esencialistas de los sectores políticos más ortodoxos, tanto del nacionalismo español como del vasco. Si la pluralidad es nuestro tesoro, cuidémosla.
Decía Amin Maalouf «cuando me preguntan qué me siento más francés o más libanés, mi respuesta es siempre la misma. ¡Las dos cosas! Y no lo digo por ser equilibrado o equitativo, sino porque mentiría si dijera otra cosa. Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos idiomas, de dos religiones, de dos tradiciones culturales. Eso justamente es lo que define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?»
Somos los alaveses plurales, mestizos y, por ello, infinitamente ricos. Y, creo, que va siendo hora de reivindicarnos como tales, sin prejuicios, orgullosos de serlo. La festividad de San Prudencio es un buen momento para hacerlo.