«Tras matar a mi marido me dijeron: 'La deuda se ha saldado'»
En febrero de 2017 se cumplieron 20 años de su asesinato por ETA, Susana Ezkurra recuerda a su esposo, el empresario Patxi Arratibel, que sufrió la extorsión
Lorena Gil
Miércoles, 18 de abril 2018
«Le aconsejé que no se expusiera tanto. Los carnavales son un sitio bullicioso en el que es fácil que alguien se escabulla. Además, como director de una charanga popular tenía todos los boletos... Si querían encontrarle, ya sabían sus horarios y dónde iba a estar en cada momento», evoca Susana Ezkurra. Como buen tolosarra, su marido, el empresario Patxi Arratibel, «no había faltado a un carnaval desde que nació». Y aquel martes, 11 de febrero de 1997, no iba a ser el primero. Pero sí fue el último. En pleno desfile, un terrorista de ETA le pegó un tiro en la nuca en presencia de su hijo pequeño, de solo doce años. «Así eran, unos cobardes que iban por detrás; y especialmente crueles, por matarlo delante de Borja», expresa su viuda. El matrimonio tenía otro hijo, Iñigo, que entonces tenía 16 años.
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Susana y Patxi se conocieron en el verano de 1978 en Zarautz, donde ambos veraneaban. «Él tenía novia, llevaban ya siete años y se habían comprado casa... Pero fue amor a primera vista», asegura. «El aita de Patxi le dijo: 'Si lo tienes claro, tira para adelante'». Y lo hizo. Un año después se casaron. Susana cambió Madrid –aunque es natural de Bilbao– por San Sebastián y tuvieron dos hijos, que como su padre, no faltaron a un solo carnaval de Tolosa. «Es algo que venía escrito en el contrato matrimonial», bromea Susana.
Patxi Arratibel era propietario de la empresa de suministro de comidas Master Catering, lo que le convirtió en blanco de la extorsión de ETA. Llevaba años amenazado, desde que en 1988 actuase como mediador en el pago del rescate exigido la banda cambio de la liberación del empresario Emiliano Revilla. La banda le acusó de haberse quedado con 60 millones de pesetas del pago. Arratibel mantuvo siempre que ese dinero tuvo como destinatarios a los contrabandistas que pasaron los billetes desde España a Francia. «Fue una época muy dura porque, al final, se pone en duda nuestra dignidad. San Sebastián es muy pequeño y lo que percibíamos era que la gente pensaba que igual colaborábamos con ETA. Lo llevé fatal, fue muy desagradable», reconoce.
Susana era consciente de que «quienes sufrían el 'impuesto revolucionario' siempre estaban en el punto de mira». «Si la gente se negaba en un momento concreto a darles dinero, ya fuese porque veían a ETA más débil, lo que hacía la banda era cargarse a alguien para que todo el mundo pagara. Y se pagaba. Quien diga lo contrario, miente», expresa tajante.
En 1978, antes de conocer a Susana, dos etarras entraron en el almacén de la empresa preguntando por Arratibel. «Según me contaron, mi suegro se había marchado al banco y, casualmente, estaba Patxi. Los terroristas le dijeron: 'Arratibel, te vamos a matar'. Cuando uno de ellos sacó la pistola, él le dio con el brazo y los disparos se quedaron marcados en el techo. Después, salieron corriendo», relata. Patxi decidió no ceder a la extorsión. No cambió de opinión ni siquiera después de que, meses antes de su asesinato, colocaran una bomba en la puerta de su empresa, ubicada en el barrio donostiarra de Martutene. Incluso le advirtieron: «'Sabemos dónde van tus hijos al colegio'». «Insistió en que no iba a pagar, y lo pagó de otra manera», dice Susana. Tras acabar con la vida de su marido no hubo más presiones. «Lo que me llegó fue: 'Ahora puedes estar tranquila, ya se ha saldado la deuda'», revela.
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– Pese a las amenazas, nunca llevó escolta.
– Nunca. La Guardia Civil me contó después que él iba donde ellos y les decía que tenía miedo, que creía que le seguían... Pero a mí no me comentaba nada.
Susana no vio una carta de extorsión de ETA hasta que la banda cumplió su amenaza. «Un día, recogiendo el despacho, me las topé. Me impresionaron mucho. Eran como las que sacaban en televisión», afirma. Patxi quiso protegerla. «Yo habría hecho lo mismo», opina.
Chilaba y bigote falso
La mañana del atentado, del que se cumplen veinte años mañana, la familia se separó. Iñigo, el hijo mayor de la pareja, tenía examen en el colegio –estudiaba en Irún y allí no era festivo–. «Quedamos en que yo le llevaba a clase y luego, cuando terminara, le iba a buscar para ir a los carnavales», explica Susana. Su marido se llevó al pequeño, Borja, a Tolosa. «Acababan de salir de almorzar. Se estaban reagrupando y pasó todo».
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11.50 horas. Patxi Arratibel, de 44 años, iba a dirigir la charanga Kabila. Chilaba color granate, pantalón blanco y gorro verde. Un hombre se le acerca por la espalda y le descerraja un tiro en la nuca. Inmediatamente después, el asesino, ataviado con chilaba negra y bigote postizo, vuelve sobre sus pasos y se pierde entre el gentío. Patxi se desploma delante de su hijo. «He pensado tantas veces lo que tuvo que ser para Borja... Con doce años, tu aita lo es todo», lamenta.
Susana estaba en ese momento en el hospital. «Habían operado a mi cuñado. Fui a la cafetería con mi sobrina y empecé a notar que todo el mundo me miraba», recuerda. Al volver a la habitación, su cuñado estaba «muy nervioso». «'Siéntate aquí. Ha sido Patxi. Han disparado a Patxi'», acertó a decir. Ella creyó que le habían pegado un tiro en la pierna. «Antes era así», señala. Susana solo repetía: «¿Y mis hijos?». Se fue a casa sin saber el alcance real del atentado y llamó por teléfono a sus padres. Fueron ellos los que le dieron la trágica noticia tras escuchar la confirmación del fallecimiento por la radio: «Que no, Susana, que no es en la pierna. Que ha muerto». Salió corriendo a recoger a su hijo Iñigo en el colegio. «Al llegar le vi ahí, sentado, sonriendo. Creía que nos íbamos a los carnavales... Ya en el coche se lo conté directamente: 'Han matado al aita y Borja lo ha visto todo, así que tenemos que ser fuertes y ayudarle'».
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– ¿Y cómo fue ese primer encuentro con su hijo pequeño?
– Todo el follón se concentró en casa de mis suegros. Y allí estaba Borja. Sentado, calladito. Es increíble que lo haya llevado tan bien. Es un chico normal que hace vida normal.
Les ofrecieron ayuda psicológica, pero Susana dijo que no. «Los tres nos hicimos una piña». Pero al año, sí necesitó ese apoyo. «Mis hijos nunca me han visto llorar y al final, es duro sacarlos adelante sola. No sabes si lo estás haciendo bien», se sincera. «El papel que hemos tenido las madres conteniendo a nuestros hijos para evitar que optaran por la venganza ha sido enorme», subraya. Susana afirma que, al contrario que las familias de otras víctimas, ella «tuvo suerte». «La gente se portó muy bien. Los profesores de los críos nos arroparon mucho», agradece. Seis años después del atentado, a Iñigo le quemaron la moto debajo de casa. «¿Por qué? Nunca sabes. ¿Por ser Arratibel?», se pregunta. En la actualidad, Susana vive en Madrid. «Pero me fui por trabajo, no por otras razones», matiza.
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Desde aquel martes de carnaval de 1997, sus hijos la llaman «mamá», no «ama». «Fue algo curioso que pasó de repente. Y mira que ambos son donostiarras y hablan euskera». Siempre acuden a los carnavales de Tolosa. Incluso al año siguiente del atentado. No dejaron que ETA les arrebatara la fiesta preferida de su aita. «A Iñigo le encantan, días antes ya está con las canciones... A Borja, no tanto».
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