Rosa Lluch: «A mi padre le denegaron la escolta la víspera de que lo mataran»
Una de las hijas del exministro da las gracias a la sociedad catalana por su «apoyo brutal» en 2000
Rosa Lluch había empezado a trabajar en la Universidad de Barcelona en septiembre de 2000 y estaba en el mismo departamento que su padre. Ernest Lluch era catedrático en Historia del Pensamiento Económico y ella analizaba los ingresos y los gastos en la época medieval. «Allí no éramos padre e hija», confiesa mientras evoca ese aire inconfundible de los comienzos de juventud. Aquel 21 de noviembre de 2000 los dos fueron a comer juntos.
«Habló mucho aquel día. Mi padre siempre lo hacía pero aquella vez habló de otras cosas.Me he dado cuenta, con el tiempo, que en aquella comida me dio muchísima información de muchos temas», cuenta Rosa. Le pidió que terminara su tesis de una vez, le explicó su visión sobre algunos asuntos familiares, le contó que sostenía varias revistas y asociaciones culturales a fondo perdido y, antes de los postres, le confesó que la víspera había pedido que le pusieran escolta. Y que se la habían negado. Horas después de esa comida, aquella misma noche cuando entraba en su garaje, ETA le asesinó.
«La delegada del Gobierno en Cataluña, Julia García-Valdecasas, había citado a Gemma Nierga y a mi padre para hablar sobre unas declaraciones suyas en 'La Ventana' en las que había contado cómo les habían expulsado de la Universidad de Barcelona en el tardofranquismo», cuenta Rosa. El catedrático y exministro socialista aprovechó aquella cita y«pidió protección, escolta o al menos contravigilancia, porque había notado cosas. A él le habían seguido en el franquismo y sabía darse cuenta. García Valdecasas le negó la protección y casi se rio de él. Le trasladó que de ninguna forma podía ser un objetivo.
También le dijo que no había noticias de que en Cataluña hubiera un comando de ETA, aunque ya habían matado a dos personas. Ernest pidió a su hija «quedarnos con la parte positiva, que no hay un comando en Barcelona, y estar tranquilos». La información «no coincidió con la realidad». Mayor Oreja llamó a Rosa pocos días después para confirmarle la existencia de ese grupo de etarras en Cataluña. «Le dije que ya lo sabía. Que habían matado a varias personas en pocas semanas. Siemprehe pensado que el ministro o la delegada deberían habernos dicho algo porque a mi padre le dijeron que estuviera tranquilo la víspera de que le mataran».
«Aquella frase de Gemma Nierga de 'ustedes que pueden, dialoguen' es lo que pensaba él y nosotros»
Nacido en 1937 en la localidad catalana de Vilassar de Mar, Lluch se casó con Dolors Bramon y tuvo tres hijas antes de separarse. Tenía compañera sentimental cuando le asesinaron. «Nos enteramos por los medios de comunicación de que le habían matado porque la Policía, no me digas por qué, no fue capaz de encontrarnos». Ella misma llamó a la centralita y les mandaron una patrulla.
«Mucha niebla»
¿Qué recuerdos guarda Rosa de aquellos días? «Mucha niebla. Que yo no tenía la cabeza para nada y que en todas partes tiraban de mí, positivamente, porque la respuesta de la sociedad catalana fue brutal, increíble», rememora.
Hay un detalle que retrata bien ese respaldo social que sintió la familia. «La gente no decía 'han matado a Ernest', lo que decían era 'nos han matado a Ernest'. Ese pronombre que se usa en catalán refleja que habían matado a un Ernest que era nuestro, de todos. Y eso no tiene nada que ver con lo que vivieron muchas víctimas del terrorismo».
«Nos enteramos por los medios de que le habían matado. La Policía no fue capaz de encontrarnos»
Lleva algo de consuelo a la familia ver su nombre en «plazas, calles y bibliotecas y en muchos casos a petición de los vecinos».Y es que Cataluña cambió con el asesinato de Lluch. «Sí, la visión de la sociedad catalana tuvo un primer cambio en Hipercor porque hasta entonces algunos seguían viendo aquel espejismo del País Vasco. Y cambió con mi padre. En ambos casos la sociedad catalana no lo entendió.Había una tregua que creo que la mayoría social respaldaba».
El espíritu de la tregua sobrevoló las manifestaciones de repulsa y envolvió en una gran polémica las palabras de Nierga al acabar la marcha. «Ustedes que pueden, dialoguen», dijo la periodista. «Era lo que pensaba Ernest, lo que pensábamos en la familia y lo que pensaba una sociedad que había ido a la manifestación con folios donde se leía la palabra diálogo», zanja su hija.
Quizá por eso a ella le gusta recordarle como el hombre dialogante que fue. La otra tarde, una nieta de Ernest le mostró un vídeo del 23-F. «Él aparecía sentado en las escaleras, hablando con otro diputado con las manos cruzadas en las rodillas. Se ve cómo le sorprenden los tiros al aire y entonces se marcha a su escaño. Ese era mi padre».
El hombre que pidió a los radicales gritar más fuerte
Es pensar en Ernest Lluch y una estampa irrumpe en la memoria colectiva. Plaza de la Constitución de San Sebastián, junio de 1999, a pocos días de las elecciones municipales. Lluch sube al estrado para apoyar a Odón Elorza. Al fondo, desde un nutrido grupo que muestra fotografías de presos de ETA, algunos radicales empiezan a increparle. «Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que antes mataban ahora gritan –ETA estaba en tregua en ese momento–. No se enteran de que ha llegado la democracia y la libertad a este país. ¡Gritad más porque mientras gritáis, no mataréis! Estas son las primeras elecciones en que no va a ser asesinado nadie. Y esa es una gran alegría que hemos ganado a pulso».
Conmueven sus palabras. «No me sorprendió escucharlas. Tenía toda la razón del mundo. Algunos estaban recuperando espacios para toda la ciudadanía y una minoría quería boicotear aquel acto. Es verdad que se ha convertido en una frase icónica: 'mientras gritáis, no mataréis'. No me sorprendieron ni las palabras ni las formas. Él era así», rememora su hija.
Lluch lo fue casi todo. Ministro de Sanidad y Consumo con Felipe González –un hombre clave en la Ley General de Sanidad de 1986 que sentó las bases del modelo–, catedrático de enorme prestigio, diputado socialista, rector de la Universidad Menéndez Pelayo, colaborador habitual de este diario, miembro de Elkarri y acérrimo defensor del diálogo. «Creo que a él le gustaría ser recordado como un profesor universitario, alguien que transmite conocimientos a los alumnos y a la sociedad», defiende su hija Rosa. «Es curioso. Él se dedicaba a estudiar el pensamiento y le mataron por pensar».
Era Lluch de esa gente que, cuando se mete en algo, lo exprime con pasión. «Era muy curioso y quería saber todo de todo. Ya fuera el Barça, el País Vasco o el siglo XVIII, donde estudiaba el sistema económico y acabó encontrando dos partituras inéditas de una ópera de un compositor catalán».
Cuando le mataron, Rosa tenía 30 años y Ernest 56. «Soy historiadora.Lo que más me gustaba desde niña es que me contara cosas. Era como un libro de historia al que podías hacer preguntas», valora. También le recuerda como un hombre «muy divertido y muy irónico». Un luchador contra Franco y contra ETA. «Por eso me indigna tanto que intenten enfrentar a unas víctimas con otras», critica Rosa. Y zanja: «Una cosa es mi padre y otra Ernest Lluch. Eso lo he entendido con los años».
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