Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana, durante la manifestación independentista de la Diada, el pasado día 11 en Barcelona EFE

¿Puede llegar a Euskadi un auge de la extrema derecha como en Cataluña?

La «guetificación»y la resaca del 'procés' catapultan a Vox y Aliança y los expertos subrayan que nadie está «vacunado»

Lunes, 29 de septiembre 2025, 00:22

Cataluña y Euskadi han caminado de la mano durante buena parte de la historia democrática española. Más ricas y pujantes que la media, con una ... fuerte implantación del nacionalismo moderado de vocación pactista en Madrid y un auge importante de la izquierda independentista en tiempos más recientes, son muchas las similitudes entre ambas. Pero el 1 de octubre de 2017, la fecha del referéndum ilegal que sigue marcando a fuego la política española, separó para siempre sus caminos. La resaca del 'procés' y de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils, unida a los distintos modelos de integración de los migrantes, han acentuado las diferencias.

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El abismo que las separa queda patente en la encuesta de Ipsos para 'La Vanguardia' publicada el domingo pasado, que dibuja una Cataluña fragmentada e ingobernable por el avance de las opciones más extremistas, tanto en el espectro 'indepe' como en el españolista. La subida más espectacular es la de Aliança Catalana, la formación xenófoba y ultranacionalista de Sílvia Orriols, alcaldesa de Ripoll, que pesca en todos los caladeros. Pasaría de 2 a 19 escaños y miraría de tú a tú a Junts, que se desploma pese al protagonismo que le ha dado a Carles Puigdemont el chantaje permanente a Pedro Sánchez. Vox subiría a 16 parlamentarios desde los 11 actuales y, juntas, ambas fuerzas de extrema derecha reunirían 35 escaños, un 24% del voto. El terremoto electoral, que haría inviable un tripartito de izquierdas pero también un Govern soberanista o una suma ideológicamente inviable de las derechas, se fundamentaría, sobre todo, en el voto joven y se explica por los problemas más acuciantes para los catalanes: la política –atención– ocupa la primera posición junto a la vivienda, seguida de cerca, a dos puntos, por la inmigración.

La pregunta es clara. En mitad de la ola «nacionalpopulista» que sacude el mundo, con Donald Trump como máximo exponente y el extremismo en el poder en Italia y al alza en Francia, Alemania o Reino Unido, ¿se puede analizar Cataluña como un fenómeno aislado? ¿Puede llegar el auge de la extrema derecha a Euskadi? «Euskadi carece de opciones políticas que puedan capitalizar el populismo imperante en Cataluña, España y Europa, pero no estamos libres de que se generalicen determinados miedos e incertidumbres, por lo que la clave para seguir siendo una 'excepción' está en los discursos de los partidos vascos», analiza María Silvestre, catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto. 

La cuestión clave, por lo tanto, es si en Euskadi existe el caldo de cultivo necesario para que germinen los extremismos o si el mensaje de los partidos tradicionales y hegemónicos, esencialmente el PNV, se escorará a la derecha para cubrir ese flanco. La primera incógnita a despejar es qué está provocando la radicalización del electorado catalán.

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Toni Aira, profesor de Comunicación Política en la UPF-Barcelona School of Management, identifica tres factores que explican el golpe al tablero. El primero tiene que ver con la eclosión en todo el mundo de líderes populistas «que dibujan a los políticos clásicos como cómplices y corresponsables de los males que aquejan a las sociedades», un molde en el que Orriols encaja como un guante. El segundo es el «estado de 'shock' y postrauma» en que quedó parte del electorado independentista tras el naufragio del 'procés' y que se vislumbra en el 70% de catalanes que desaprueba a Puigdemont. «Si a eso sumamos que existe una fuerza política que ayuda a canalizar ese desencanto, Aliança se convierte en elemento de castigo contra quienes te han decepcionado», analiza el profesor. El tercer elemento se refiere a los «malestares nuevos» relacionados con la gestión de la inmigración –la preocupación por ese asunto se ha cuadruplicado en un año– en una Cataluña que ha pasado de los famosos «sis millons» en los ochenta a ir camino de los nueve millones de habitantes.

«Nadie está vacunado, pero Euskadi es un país más pequeñito, más hecho a medida de los ciudadanos, con una clase política más cercana. Cuesta más que surjan opciones de este tipo porque el sistema de partidos clásico no deja abierta una ventana de oportunidad», razona Aira.

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Efectivamente, en Euskadi no existen las heridas abiertas del 'procés' y los partidos se cuidan muy mucho de caer en el bucle tóxico de la crispación. Aun así, por esa ventana, o ventanuco, ya se ha colado Vox, con un escaño por Álava en el Parlamento vasco y al alza en las encuestas, aunque en ningún caso con el empuje suficiente para dejar de ser residual, a diferencia de lo que sucede en España, donde se consolida como tercera fuerza o en Cataluña, donde sería ya la cuarta.

«Vox crecerá pero en Euskadi nunca será un partido del sistema», zanja Luis Miller, doctor en Sociología y científico titular del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. El autor del libro 'Polarizados.La política que nos divide' (Deusto), tiene clara la razón. En su opinión, que discrepa de otras consultadas para este reportaje, en Euskadi «sí se dan las condiciones» para que un partido populista pudiera echar las redes y pescar en abundancia. «El problema de Cataluña es de exclusión y guetificación y eso no existe en Euskadi. Pero sí existe una RGImuy generosa. Los servicios públicos son mejores, lo que la hace atractiva», apunta Miller, que dio clase en la UPV/EHU y vivió siete años en Euskadi.

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Tradición católica

A su juicio, la diferencia es que el PNV «lo ha tenido claro y no se ha visto sorprendido como Junts en Cataluña». «Giraron pronto. El PNV es de los pocos partidos que está medio acertando con el discurso, quizás por su tradición católica», abunda, para referirse al mensaje de «migración ordenada» y «vinculada al trabajo», inspirado «por los valores democristianos y del conservadurismo social». «Si no tienes un partido a tu derecha, eso funciona». Junts, en cambio, habría perdido pie. «No dan ningún motivo para votarles. El pujolista de toda la vida tiene a Illa, que ofrece catalanismo moderado y catolicismo; el independentista irredento, a Orriols...».

Miller no se refiere exclusivamente al giro que se ha hecho evidente en los últimos tiempos en los cargos institucionales e internos del PNV para dar respuesta a la creciente preocupación por la integración de los migrantes y, en paralelo, por la «percepción de inseguridad y delincuencia» que también señala Silvestre. Esta misma semana, la diputada general de Bizkaia, Elixabete Etxanobe, se ha referido por primera vez a las «mafias» que traen a menores no acompañados al territorio y el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, ha instado a los jueces a actuar con más contundencia «contra quien lleva una navaja y la usa». Para Miller, el hito se sitúa en la decisión, adoptada en 2012, de elevar el requisito de residencia de uno a tres años para cobrar la renta de garantía. Su conclusión es clara: «El sistema político vasco es estable. Lo más que puede pasar es que, si el PNV no se pone las pilas, Vox crezca hasta, por ejemplo, los cuatro diputados y haga inviable la actual mayoría PNV-PSE».

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Para Ander Gurrutxaga, catedrático de Sociología de la UPV/EHU, la conclusión es la misma pero por razones diferentes. A su juicio, el fenómeno migratorio, «más allá de críticas esporádicas», se ha asumido en Euskadi «como necesario» para contrarrestar el acelerado envejecimiento de la población y, además, el «modelo de integración» proporciona, dice, un grado de «estabilidad interna» en los pueblos que no se da en Cataluña. La «hiperideologización», cree el exviceconsejero del Gobierno vasco, no sale rentable políticamente en Euskadi porque Vox, más allá de un discurso de «militancia airada», no tiene «nada que aportar» en debates clave como la vivienda, el envejecimiento o la reindustrialización.

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