Ojalá fuera tan sencillo
La decisión de la UPV/EHU de boicotear a Israel es peliaguda porque interpela a la ética social pero también al desarrollo académico y a nuestro propio bienestar como país
A los futuros profesores se les explica en la facultad que 'enseñar' proviene del latín 'insignare', que significa mostrar o señalar, es decir, desplegar conocimientos ... frente al alumno para formar personas con conciencia crítica pero en ningún caso adoctrinar y filtrar la ideología entre las rendijas de la lección. La teoría es admirable pero en la práctica no siempre es sencillo separar el interés superior –la excelencia académica y el desarrollo integral del estudiante, incluida su inserción óptima en el mercado laboral– de lo político. Todo es político, dirán algunos. ¿Todo?
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La respuesta a esa pregunta no es sencilla ni es labor del periodista desentrañar la respuesta, que pertenece al terreno de lo filosófico y/o lo moral. Pero, por eso mismo, tampoco es sencillo juzgar con las gafas de lo correcto y lo que no lo es la decisión de la UPV/EHU de revisar sus convenios con las empresas que colaboren con el Estado de Israel y, en general, tengan intereses en la industria armamentística, se hayan posicionado o no sobre la masacre de Netanyahu en Gaza, que, por primera vez, una comisión de la ONU ha calificado de genocidio.
Y no es fácil valorar el alcance de tal decisión porque el filtro aplicado es de grano grueso, un tamiz imperfecto por el que pueden colarse consecuencias indeseadas para la propia institución, los alumnos, las empresas colaboradoras y, a la larga, para la proyección académica de Euskadi, su mercado laboral y su propio bienestar como país. Recordemos aquí que la «reflexión ética» que el lehendakari Pradales pidió a CAF sobre el contrato firmado para construir el metro ligero en Jerusalén provocó estupor e incredulidad en buena parte del estamento empresarial, siempre alérgico al intervencionismo.
La reacción ante el paso al frente de la universidad pública, que no dirime la duda razonable de dónde ha de ponerse la raya roja de la no colaboración con Israel y si debe afectar a sectores ajenos a la inteligencia militar, ha sido similar, incluso más airada. «A nadie en el mundo de la empresa se le ocurriría pedirle al lehendakari una reflexión ética sobre el acuerdo de las instituciones vascas con la Fundación Solomon R.Guggenheim, cuyo origen está vinculado a la comunidad judía», apuntan fuentes empresariales, que señalan igualmente las dificultades de numerosas empresas vascas para incorporar talento y perfiles cualificados a sus plantillas. «¿Y la decisión de la UPV es rescindir los convenios que tienen con estas empresas para que los alumnos salgan mejor preparados? Es un disparate», se quejan, no sin amargura.
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Lo potencialmente contraproducente de la medida se aprecia no sólo acudiendo a las compañías afectadas, sino al propio mundo académico. Un profesor cuenta la anécdota de un investigador de su departamento «profundamente vinculado conIsrael» y a su vez casado con una palestina con familia en Gaza. ¿Se merece el castigo? ¿Se lo merecen los sectores académicos hebreos? «Son el último reducto de la resistencia en la sociedad israelí frente a Netanyahu», recuerda un catedrático. Sin embargo, no toda la comunidad educativa lo ve así: «A buena parte de la sociedad occidental se le hace indigerible un genocidio televisado», apuntan otras fuentes, convencidas de que la necesidad de hacer algo, independientemente del «coste» que tenga esa respuesta, es ya un clamor.
¿Y en el mundo de la política? El silencio atronador con que este miércoles reaccionaron los partidos a la decisión de la universidad demuestra hasta qué punto han interiorizado que la apelación a la ética social a la que obliga la barbarie en Gaza invalida cualquier otra consideración. Sobre todo porque, a diferencia de la posición tibia de la UE, Sánchez y las fuerzas a su izquierda han logrado capitalizar el discurso en España. En privado, en cambio, sí se ha hablado de este tema, claro. Y mucho. Aquí nadie se atreverá a marcarse 'un ayuso' a la inversa (la presidenta madrileña ha decidido prohibir los actos de solidaridad con Palestina en las escuelas porque los considera «política») pero tampoco a cuestionar las medidas adoptadas por la EHU. Tampoco a deslizar en público el uso político de la causa palestina que se hace en determinados sectores (similar a la decisión de cambiar la imagen de marca de la institución y eliminar la grafía en castellano) ni a llamar antisemita a la universidad, a lo Trump. Pero eso no cambia la realidad de que nada, casi nunca, es del todo blanco o del todo negro. Ojalá fuera tan sencillo.
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