«Ellos murieron, yo quedé ciego y sordo»
40 aniversario ·
ETA colocó un artefacto en una sucursal bancaria de Mungia el 25 de agosto de 1982. El Tedax de la Guardia Civil Pedro Robles fue el único que sobrevivió a la bombaAquel 25 de agosto de hace 40 años, los Tedax Pedro Robles, Miguel Garrido y Vicente Gómez estaban durmiendo en el cuartel de La Salve. Les llamaron desde el puesto de la Guardia Civil en Mungia porque había un artefacto sospechoso en el acceso de la sucursal del Banco de Vizcaya de la localidad. Miguel y Vicente estaban de turno y Pedro de retén, pero era habitual que acudieran los tres juntos. Eran amigos y Pedro ejercía de jefe del equipo. Los otros dos compañeros habían sido sus alumnos en el curso de desactivación.
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Era una noche oscura de verano cuando llegaron a Mungia. El perro policía se sentó junto al paquete sospechoso. El guardia civil repitió la maniobra. El animal se aposentó otra vez en el mismo sitio. Era la confirmación. Aquella bolsa contenía explosivos. «Vicente nos avisó de que había algo, como una antena, saliendo del paquete», recuerda Pedro Robles, el único superviviente de aquel grupo de Tedax. Cuenta su historia en EL CORREO por primera vez.
Una antena. Los tres son especialistas experimentados y saben que aquello no es algo habitual, aunque han escuchado que ETA ha empezado, poco antes, a utilizar sistemas remotos. «Me acerqué y vi algo rojo de donde salía una especie de alfiler que era la antena. Miré alrededor. Al fondo, llegaba una luz muy tenue y vi que se recortaban dos siluetas. Volví a mirar muy poco después. Una de las siluetas había desaparecido y la otra me pareció que, justo en ese momento, se escondía». El tiempo se detuvo. Dio un gritó, aunque no recuerda bien lo que dijo. Cuidado. Al suelo. Algo así. «Llegué a pegar un disparo al aire para avisar». En aquel mismo instante, la explosión. Y luego, el silencio.
Lo siguiente que recuerda es a un grupo de compañeros intentando llevarle a un coche a toda velocidad. No lo sabe, pero sus dos compañeros en los Tedax, Miguel Garrido y Vicente Gómez, han muerto en la explosión. La onda expansiva ha sido tan potente que ha tirado al suelo a otros cinco guardias civiles que vigilaban en los alrededores. Están apostados no muy lejos de allí porque es habitual que, detrás de estos avisos de bomba, haya trampas para los policías.
Le introducen en el vehículo, con múltiples heridas y una pierna abierta donde puede verse la tibia y el peroné partidos. «Dije a mis compañeros que no se preocuparan por la pierna. Pero que tuvieran cuidado que la pistola había salido volando y no la llevaba». Les pidió que buscaran su revólver. Y perdió el conocimiento.
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Secuelas
Pasó nueve horas en el quirófano. Fue la primera de las muchas intervenciones a las que se sometería en los meses siguientes. «Implantes de piel, lo de la tibia y peroné, el hueso frontal que se partió. Tuve pérdida total del ojo derecho y me quedó inutilizado también el nervio óptico del izquierdo, por lo que estoy ciego totalmente. Me hicieron algunas operaciones por si podía lograr al menos ver algún reflejo pero no funcionó. Y tuve una gran perdida de audición en los dos oídos». Usa todavía un potente audífono en el derecho y en el izquierdo le hicieron un implante coclear. «Hace cuarenta años me quedé ciego y sordo que, después de la muerte, es como una segunda muerte», zanja. Nunca pudo volver a trabajar.
Cuando despertó en el hospital, escuchó la voz de su cuñado. «Decidle a Carmen que estoy bien», fue su primera frase. «Mi mujer estaba embarazada de dos meses y medio. Había sufrido tres abortos. No quería por nada en el mundo que las circunstancias pusieran en peligro la vida de mi mujer y de mi hijo», confiesa. Aquel deseo tan íntimo y visceral se cumplió. «Mi hijo nació fuerte y sano y es el orgullo de su padre», añade feliz. Ella dio a luz en marzo. Él seguía ingresado, recuperándose de sus heridas.
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«Cuento esta historia como homenaje a mis compañeros, Vicente y Miguel, y a todos los que cayeron en el camino. Dadles el honor y la gloria que se merecen. Y a sus asesinos y a quienes les protegen, el mayor de los desprecios», declara. Este es un crimen nunca resuelto, jamás se juzgó a sus autores.
Miguel Garrido, nacido en Huelva, tenía 22 años. Aquella mañana tenía previsto viajar para encontrarse con su novia en una pequeña fiesta familiar. Vicente Gómez había nacido en Sevilla. Tenía también una celebración importante. Aquel 25 de agosto era su 26 cumpleaños.
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«Me contaron durante meses que mis amigos estaban bien»
Durante muchos meses, todos los que rodearon al único Tedax que sobrevivió al atentado decidieron que era mejor que no conociera la noticia de la muerte de sus dos compañeros. Primero estuvo hospitalizado en Bilbao y luego fue trasladado a Madrid, donde quedó ingresado en el Gómez Ulla. Siempre que alguien le visitaba preguntaba lo mismo, por sus dos amigos. «Tus dos compañeros están bien, están en Bilbao», le insistían.
Una tarde escuchó que en la radio entrevistaban a un cargo de la Guardia Civil. «Así me enteré de que habían muerto mis dos compañeros en el atentado», admite. «¿Tú también lo sabías, no? ¿Por qué me lo habéis ocultado?», le espetó a quien le estaba cuidando en ese momento.
«Durante todo ese tiempo jamás pensé que habían muerto. Fue un golpe terrible saberlo», reconoce.
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