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Juan María Atutxa abraza a una vecina de Lemoa en las manifestaciones organizadas tras conocerse que ETA quería asesinar al consejero. BERNARDO CORRAL
Juan Mari Atutxa, un hombre valiente en tiempos difíciles

Juan Mari Atutxa, un hombre valiente en tiempos difíciles

El consejero de Interior, a quien ETA intentó matar en numerosas ocasiones, marcó el inicio de la lucha de la Ertzaintza contra la banda

Domingo, 17 de noviembre 2024, 00:26

Juan Mari Atutxa es el ejemplo del carisma que concede la historia. Que los propios ertzainas le rindan homenaje en Vitoria, en el emblemático Memorial de las Víctimas del Terrorismo, revela la profunda huella que este político ha dejado en un cuerpo que ayudó a configurar tal y como es hoy. Pero además, pone de relieve a una figura que encarna el enfrentamiento de la Policía vasca contra ETA. Durante unos años salvajes, el consejero fue la imagen de la lucha sin cuartel contra la banda y de la deslegitimación de la izquierda abertzale que apoyaba la violencia. Se convirtió en el objetivo prioritario de los asesinos y, al mismo tiempo, en el político nacionalista más respetado fuera de Euskadi.

Para entender la figura de Atutxa es imprescindible recordar el pacto de Ajuria Enea, el acuerdo firmado en 1988 por todos los partidos vascos, salvo HB, para aislar a ETA y a su entorno. El consejero cumplió al pie de la letra los preceptos del acuerdo. Pero también se encargó de que la Ertzaintza se convirtiera en una policía integral y comenzara a relevar a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, pese a las reticencias que esa decisión suponía en algunos sectores.

Chantaje de ETA

Atutxa llegó a la Consejería de Interior en 1991, nombrado por el lehendakari José Antonio Ardanza. Hasta ese momento era un político del PNV con escasa relevancia. Tras haber sido teniente de alcalde de su pueblo, Lemoa, pasó a ser parlamentario en Vitoria y luego diputado de Agricultura en Bizkaia. Muchos de esos puestos los compaginó con su trabajo en la Caja Rural. En ese puesto fue donde, según él mismo ha relatado, tuvo uno de sus primeros enfrentamientos con ETA. Recibió una carta de chantaje para que pagase el denominado 'impuesto revolucionario' y viajó a San Juan de Luz para decirles a los terroristas que no iba a pagar.

El lehendakari Ardanza y el consejero Atutxa, en la academia de Arkaute. E.C.

Cuando llegó a la dirección de la seguridad vasca, ETA ya había matado a algunos mandos, pero en 1992, cuando Atutxa apenas llevaba un año en el cargo, asesinó a Joseba Goikoetxea, un destacado militante peneuvista que ejercía de sargento mayor en el cuerpo. La banda no quería desafiar al PNV con un crimen contra un cargo político pero necesitaba que la amenaza estuviera presente. Asesinar a un ertzaina del partido le permitía actuar con una calculada ambigüedad.

Para ETA, el contexto era tremendamente complicado. Las operaciones policiales en Francia y el fracaso de las conversaciones de Argel entre terroristas y enviados del Gobierno de Felipe González colocaron al mundo violento en un callejón sin salida. El horizonte era de derrota. La Ertzaintza de Atutxa, en ese escenario, se volcó en la lucha contra ETA. Las dudas sobre una policía dirigida por el PNV –que defendía la negociación– se acabaron ante dos operaciones que marcaron un antes y un después. En 1992 y 1993, la Ertzaintza consiguió desmantelar la red de cobro del chantaje a empresarios. Incluso se desplazó a Francia para colaborar en los arrestos.

La banda seguía sin querer un enfrentamiento abierto con el PNV, pero entendió que era urgente presionar a los jeltzales. Los radicales llenaron las calles de Euskadi con carteles en los que se veía el rostro de Atutxa en medio de una diana junto con el lema: «Cipayo, los días que te quedan son una cuenta atrás». Pero habían hecho algo más.

Arriba, jóvenes radicales durante unos disturbios en Rentería. Abajo, en un autobús incendiado. Al lado, carteles contra el consejero Atutxa.
Imagen principal - Arriba, jóvenes radicales durante unos disturbios en Rentería. Abajo, en un autobús incendiado. Al lado, carteles contra el consejero Atutxa.
Imagen secundaria 1 - Arriba, jóvenes radicales durante unos disturbios en Rentería. Abajo, en un autobús incendiado. Al lado, carteles contra el consejero Atutxa.
Imagen secundaria 2 - Arriba, jóvenes radicales durante unos disturbios en Rentería. Abajo, en un autobús incendiado. Al lado, carteles contra el consejero Atutxa.

El discurso del odio

En sus declaraciones, el consejero aseguró que no se iba a rendir y su mujer, Begoña Zalduegui, fallecida el año pasado, pidió en público a los etarras que le matasen con su marido. La ola de apoyo a Atutxa recorrió todo el país. En la plaza de toros de Bilbao era recibido con salvas de aplausos. En su pueblo, los vecinos comenzaron a manifestarse todos los fines de semana para exigir a ETA que renunciara a matarle. El consejero era el símbolo de alguien que estaba dispuesto a sacrificarse por la derrota de la violencia. «Corremos riesgos, pero merece la pena», declaraba un hombre al que no le costaba reconocer que tenía miedo. «Pero el día que ese miedo me afecte, dimitiré», dijo.

Atuxa, en esa época, recibía galardones en todo tipo de eventos que se organizaban en España para premiar a líderes destacados. Al mismo tiempo, el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, reconocía que en los batzokis se peleaban para que el consejero fuera a dar charlas.

La furia de la izquierda abertzale contra él se multiplicó. Entonces se produjo un incidente que reveló hasta donde había llegado el discurso del odio. El 10 de diciembre de 1995, el miembro de Jarrai Mikel Otegi, que regresaba a casa de una noche de juerga, mató a dos ertzainas con una escopeta en Itsasondo. Les disparó a bocajarro cuando acudían a identificarle tras un incidente de tráfico. HB aseguró entonces que respaldaría al asesino y dijo que los policías erán víctimas «de la política de Atutxa». El actual coordinador gebera de EH Bildu, Arnaldo Otegi, encabezó los ataques contra el consejero.

Pero la izquierda abertzale ya había decidido resolver sus contradiciones con 'Oldartzen', la socialización del sufrimiento. Las calles vascas se convirtieron en un escenario de guerra de baja intensidad. Atutxa volvió a ser el hombre que denunciaba que aquello formaba parte de una estrategia diseñada por la izquierda abertzale. En su agenda, además, se incluyó visitar a ertzainas heridos en emboscadas y calmar a unos agentes que pedían más medios. Un cuerpo creado con el espíritu de los 'bobbies' ingleses que patrullaban desarmados se enfrentaba a una situación que le superaba.

Arzalluz saluda a Ibarretexe ante Atutxa, tras la jura del segundo como lehendakari. BERNARDO CORRAL

Ese no era el único problema para Atutxa. ETA comenzó a matar a políticos no nacionalistas. El 23 de enero de 1995, acabaron con la vida del dirigente popular Gregorio Ordóñez en San Sebastián, lo que inició una sangrienta cuenta de concejales y cargos del PP y el PSE asesinados por terroristas. Las fuerzas de seguridad ya no daban abasto y hubo que llenar las calles vascas de escoltas privados.

Entonces se enfrentó a un problema interno. El portavoz jeltzale en esa época, Joseba Egibar, lo expuso con toda su crudeza. «La política de pacificación del PNV no la decide el consejero de Interior», aseguró en 1996. Para entonces, la formación que dirigía Xabier Arzalluz había comenzado a explorar una vía distinta a la confrontación que simbolizaba Atutxa. Ese debate se condensó en el denominado 'Pacto de Lizarra': la unión de fuerzas nacionalistas con ETA para marcar un camino hacia la dependencia sin violencia. Pese a que se habían producido algunos intentos minoritarios en el PNV para que Atutxa sucediera a Ardanza como candidato a lehendakari, quien fue elegido finalmente fue Juan José Ibarretxe. En 1998, tras el relevo de Ardanza, el consejero abandonó el cargo. Su legado en la Ertzaintza pasó a ser parte de la historia.

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