Hubo un tiempo, allá por 1998, en que todos los grandes partidos rubricaron un acuerdo por la decencia en la vida pública. Se llamó Pacto ... Antitransfuguismo y consistía en algo tan sencillo como el compromiso de no dar cobijo a cargos públicos que dejaran la formación a la que representaban y se quedaran con el escaño. Un cuarto de siglo después aquel pacto hace ya tiempo que es papel mojado. Los últimos en traicionar aquel compromiso, los diputados electos por Unión del Pueblo Navarro (UPN), Sergio Sayas y Carlos García Adanero, y el Partido Popular.
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Cuando se tramitó la reforma laboral en el Congreso, el Gobierno Sánchez llegó a un para mí sorprendente acuerdo con UPN para apoyarla a cambio de algunas contrapartidas. Sayas y Adanero se negaron, aunque ocultaron el sentido de su voto hasta el momento de la votación. Al final su desobediencia no sirvió de nada porque el error de un diputado del PP al votar hizo prosperar la reforma.
UPN suspendió de militancia a los desobedientes y les exigió el carné. Se negaron. Esta semana han confirmado que concurrirán a las próximas elecciones con el PP, Adanero como candidato a alcalde de Pamplona. Los números dos y tres de Feijóo recibieron el jueves en Génova a los tránsfugas en otra penosa imagen de por dónde discurre la política española.
Navarra es desde hace ocho años, desde que se quebró la colaboración UPN-PSOE dirigida a frenar al nacionalismo vasco, un territorio electoralmente muy abierto, aunque los regionalistas siguen siendo la fuerza más votada. Hace dos legislaturas, Uxue Barkos se convirtió en la primera presidenta abertzale del viejo reyno gracias a un pacto entre su coalición, Geroa bai (en la que se integra el minúsculo PNV navarro), EH Bildu, Podemos y la versión local de IU. Desde 2019 es la socialista María Chivite quien lleva las riendas de la comunidad gracias a que su partido fue segundo y que se puso al frente de otra coalición entre su partido, Geroa, Podemos e Izquierda-Ezkerra, con la colaboración externa de la izquierda abertzale.
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La gran pregunta es qué sucederá tras los comicios de mayo. UPN ha ganado todas las elecciones autonómicas desde 1991, sin mayoría absoluta. Esta vez concurrirá en solitario, al igual que en otras cinco citas anteriores en las que el PP fue con listas propias. Los populares siempre tuvieron unos resultados muy discretos (de 2 a 4 de los escaños de los 50 que integran la Cámara foral).
Pese a lo ocurrido con Sayas y Adanero sería una enorme sorpresa que UPN no repitiera como partido más votado. Que lo fueran el PSN-PSOE o la izquierda abertzale. Pero lo relevante de cara al día después es si los socialistas conseguirán los votos necesarios para intentar que Chivite siga de presidenta. La clave, EH Bildu.
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Los socialistas no quieren gobernar Navarra en coalición con los de Otegi. Tampoco votarles para que la Alcaldía de Pamplona vuelva a ser suya, como ya ocurrió entre 2015 y 2019. Si EH Bildu traga y el PSN es segunda fuerza, Chivite tiene opciones de seguir en el sillón foral. Pero, ¿y si la izquierda abertzale exige participar en el Gobierno foral o, más probablemente, reclama el voto socialista para recuperar Pamplona?
Si no hay grandes sorpresas en las urnas, esa parece la gran interrogante el día después. Y para despejarla no hay que olvidar que Pedro Sánchez no se puede permitir perder aliados en Madrid si quiere seguir en la Moncloa. Y Otegi lo es.
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