Iparralde, un mundo verde y azul de aventuras
El País Vasco francés propicia historias de balleneros y piratas, de pasteles creados en caseríos, paseos en barco, cuevas prehistóricas y aventuras en el río sorteando rápidos
Antiguamente, los pescadores de Biarritz y Guéthary se reunían en la playa de Parliamentia para decidir a quién tocaba salir a cazar ballenas. Entre los siglos XIII y XVII, muchas bocas de las poblaciones costeras del País Vasco francés acababan llenas gracias a la captura de estos grandes mamíferos de los que se aprovechaba la carne y el aceite. Por eso la localidad de Bidart, asomada sin miedo al Cantábrico, tiene mucho que ver con aquella lucha cuerpo a cuerpo entre hombres y cetáceos en la que todos, animales y humanos, se jugaban la vida y el futuro. Con el fin de mantenerse fuerte dentro del barco, usaban otro de los regalos de la zona, el 'gateau basque' (pastel vasco), cuyo origen se remonta a Iparralde. Antaño, en tierra, la cita con el dulce era los domingos tras la misa. Ya embarcados, la torta servía para tener presentes a los de casa cuando la humedad del mar sustituía al calor del hogar.
Aunque suene mucho a costa, Iparralde combina las ventajas del turismo de mar con el de interior. Suma a sus aguas azules, montañas verdes, y a todas ellas una orgullosa tradición que su gente se esfuerza por mantener y una excelente gastronomía. Cuatro puntos a favor de cara a un plan redondo para pasar varios días lejos de todo, cerca también.
Desde las escarpadas costas de Bidart partían los balleneros, dispuestos a no regresar con las manos vacías. Lo hacían en pequeñas barcas y lo hicieron también enrolados en grandes expediciones hacia Terranova durante el siglo XVI, engordando, junto a sus vecinos del otro lado de la frontera, esta actividad vasca transatlántica. Una vez atrapado el animal, el aceite extraído se cocía en hornos a lo largo del litoral. En Bidart apenas quedan restos, pero en Guéthary o San Juan de Luz resulta más sencillo encontrarlos.
Con el tiempo, ese puerto pesquero se convirtió en destino de playa y surf, pero aún queda en la etimología de su nombre, traducida como 'la encrucijada', una pista de la importancia que la localidad tuvo en aquellas épocas como cruce de caminos, el de Santiago y el de Los ingleses. De hecho, si el turista perspicaz observa su escudo, distinguirá un barco ballenero y el faro de Koskenia, atalaya sobre los acantilados que advertía de la aparición de cetáceos. Bajo ellos, una frase: «Bidartean zuzena onena»», es decir, «en la encrucijada, la más recta la mejor», enseñanza aplicable a la vida en general.
Desde el acantilado próximo a la capilla Sainte-Madeleine, dedicada a los marineros, un mirador regala preciosas vistas. Junto al agua, Guétary, San Juan de Luz y el Jaizkibel a un lado, Biarritz al otro, y los Pirineos detrás. Cerca aguarda el Camino de la Costa, cuyo acceso se encuentra en un entorno salvaje que enamora, el Espacio Natural Sensible de Erretegia, y se prolonga 25 kilómetros hasta Hendaya y casi 54 kilómetros a Donostia.
Dentro de este pueblo de cuento, tras avanzar entre cuidadas casonas blancas con ribetes rojos de estilo neovasco, espera la típica plaza en la que nunca faltan el edificio consistorial, la iglesia y el frontón color rosa, donde no es extraño ver a chavales dejándose las palmas en el empeño. Todos los sábados, de 9:00 a 13:00 horas, un mercado tradicional con productos alimenticios locales, artesanía y ropa anima aún más la concurrida plaza Sauveur Atchoarena que responde al buen ánimo del sol.
La reina infeliz
La Vía Verde de Uhabia promete 6 kilómetros a pie o en bici desde el estuario del río Uhabia. Y el campo de golf Ilbarritz, un centro de entrenamiento con 9 hoyos y panorámica inmejorable sobre mar y acantilados. En ellos se alza la antigua mansión 'Sacchino' de Nathalie, la infeliz reina de Serbia. Repudiada por su marido, Milan Obrenovich, y privada de su hijo Alejandro, decidió construirla a la sombra del Château d'Ilbarritz. La llamó 'Sacchino', sobrenombre de su pequeño, que se alojaba allí de vez en cuando, en la morada elegida por la madre para pasar sus inviernos, como otros rusos.
Podría haberla levantado en otro precioso emplazamiento, bajo la sombra del monte Larrun, hacia donde dirigirse para visitar el Museo del Pastel Vasco, en Sare. El entorno es idílico, rodeado de vegetación en una casa que parece llamar a una puerta del pasado construida con madera y el transcurrir de los años. Propone varias maneras de adentrase en el mundo del dulce vasco, la mejor bajo las órdenes de Bixente Marichular, quien lleva desde los 14 años dedicado al mundo de los postres, mientras elaboras tu propio pastel. «Cada ama tenía su receta, la hacía con un ingrediente esencial, el amor», asegura este pastelero de manos expertas que marca los pasos a dar a un atribulado público bañado en dudas sobre la buena marcha del reto, igual que mantequilla y azúcar bañan el resultado. «A este pastel no le gusta la humedad, por eso no hay que meterlo en la nevera. Prefiere la naturalidad, así que no lleva conservantes», añade.
Bixente forma parte de una de esas familias encargadas de mantener el territorio y el paisaje, sus costumbres ancestrales, artesanos que no solo hacen país, sino que los sustentan. No es tarea fácil, sí de la que enorgullecerse, y se nota ese orgullo, además de la destreza para manejar la materia mientras los alumnos noveles trastean. «Las primeras recetas surgieron en el caserío», explica mientras extiende la crema que lleva un toque de ron. «Conseguir algo que es crujiente y untuoso a la vez es muy difícil, por eso este es el pastel más simple y más complicado», matiza.
El popular suele incluir cerezas, «la gente metía lo que tenía por casa, y en esta zona abundaban las cerezas. Recogían frutas de temporada, salvo manzanas, relacionadas con las brujas», narra a la vez que modela un lauburu de masa para adornar la cima del dulce premio. Cincuenta y cuatro años dedicado a la cocina dan para muchas anécdotas, por si apetece preguntarle alguna. «La tradición está en la casa, no en los comercios, por eso es importante venir, aprender y luego hacerlo en tu cocina», defiende antes de especificar la receta.
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Información: www.paisvascofrancia.com
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Dónde dormir: Hotel Itsas Mendia, en Bidart (https://hotelbidart.com) Hotel Argia, en Hasparren (www.hotel-argia.com)
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Dónde comer: Le Birdie, Bidart (www.le-birdie-ilbarritz.com) Bistrot La Nivelle en Senpere, en Saint-Pée-sur-Nivelle (www.lanivelle.fr/bistro) Restaurante Auberge Iparla, en Bidarray.
Si la nostalgia de mar se hace fuerte y el anhelo rumia en el cerebro, siempre queda la posibilidad de partir de nuevo hacia la costa, dirección San Juan de Luz. Allí abundan las tiendas, las callejas repletas de gente y las terrazas donde tomar una cerveza. Quizá quieras entrar en uno de esos comercios, comprar los característicos y coloridos productos textiles de Lartigue 1910, que este año cumple 115 de andadura. Mejor pasar antes por su taller de la tela vasca, en Ascain, donde ofrecen visitas guiadas para conocer el proceso de fabricación de estas joyas artesanales (www.lartigue1910.com/es). La empresa nació gracias al esfuerzo de otras de esas familias de las que hablábamos, Lartigue en este caso. Dedicada a perpetuar el arte de tejer durante cuatro generaciones, comenzó en Bidos con las alpargatas y, tras el descenso de ventas en los años 80, supo diversificar sus productos certificados como 'Lino Vasco'.
Un mundo de corsarios
Ya en el corazón de una amplia bahía, San Juan de Luz luce poderosa como la villa de los piratas. Su idilio con el mar es eterno. Desde allí partían en el siglo XVII muchos de los temidos corsarios vascos, autorizados por la Corona francesa para atacar barcos enemigos, temidos y odiados a partes iguales por las flotas extranjeras. También salían balleneros rumbo a Terranova. Poco queda de aquello, ahora el lujo adorna sus calles peatonales, su paseo marítimo y el centro histórico. Los edificios demuestran que muchos armadores multiplicaron allí su fortuna, por algo Luis XIV de Francia decidió celebrar su boda en la localidad en 1660. Dinero llama a dinero, y el destino se convirtió en cuna ligada a la salud gracias a sus centros de talasoterapia. Pasados los siglos, la vida sigue siendo tranquila, salvo en el centro, repleto de turistas que vienen y van como las olas a las que se enfrentará el barco al que estás a punto de subir. Nivelle V propone hacerse a la mar gracias a tres opciones que se extienden desde 45 minutos a 2 horas (www.croisiere-saintjeandeluz.com). A quién no le gusta salir a conquistar el Cantábrico desde la proa, sentirse más cerca de aquellos corsarios con patente para robar, aunque fuera legalmente. El paseo más breve, ofrece panorámica sobre la bahía y la costa con los Pirineos al fondo, sobre los impresionantes acantilados de Flysch en Sokoa, que imprimen la mejor postal de la ruta. Incluso fotografía de la casa del músico Maurice Ravel.
Terminada la travesía, lanzamos la moneda al aire y sale regresar al interior, literalmente además, a las Cuevas de Isturitz y Oxocelhaya en Isturitz. Tesoro arqueológico y cultural, las flautas encontradas evidencian que los seres humanos del Paleolítico Superior ya poseían pensamientos y creatividad complejos. Han salido a la luz pedazos de 22 confeccionadas con huesos de buitres, la más vieja con más de 35.000 años, la más joven de hace 18.000. Por eso es una buena opción apuntarse a la visita sonora, última de los domingos por la tarde, donde se escucha menos a los guías y más los acordes que nuestros ancestros producían con estos y otros instrumentos como una honda o el chocar de conchas. Gracias a las composiciones del artista Pierre Estève, que ha tratado de imitar lo que allí podría suceder. Para sentir cómo las notas envuelven este especial lugar, trasladan a otro momento del mundo y de la humanidad.
«Las excavaciones realizadas desde 1923 han demostrado la presencia humana desde al menos hace 80.000 años. Debemos situarnos en el final de la era glaciar, en un ambiente más parecido a lo que es Mongolia ahora que al paisaje que vemos. El río Arberoue creó estas cuevas en un lugar de encuentro por donde pasaban manadas de grandes renos, bisontes, caballos...», explica el cicerone. En total se han rescatado 45.000 artefactos y 3.000 objetos de apariencia, es decir, adornos, collares... «No vienen de aquí, han sido traídos, hay chirlas del Mediterráneo, por ejemplo, lo que refuerza la idea de que se trataba de un lugar de encuentro», añade.
Más allá de los grandes datos, impresiona la grandeza del lugar, imaginar a aquella gente adentrarse en recovecos oscuros para lograr entenderse. Dentro, en la denominada Gran Sala, cabían 500 personas. También maravillan los grabados que juegan con la perspectiva. Los millares de moluscos sedimentados que dan forma a paredes. La marca de puntos de percusión. «Algunas formaciones parecen órganos, han sido rascadas, transformaron la materia para conseguir notas distintas. Lo llamamos 'litófono', el sonido de piedra», agrega. Las brillantes cascadas repletas de cristales de calcita. Los zarpazos del oso de las cavernas…
Tras escuchar el sonido del río Arberoue, tal vez entren ganas de enfrentarse a otro cauce gracias a una aventura accesible por el río Errobi. El rafting sobre sus aguas permite disfrutar de la fauna y flora del reino de las cerezas, Itxassou, admirar la belleza del Paso de Roland mientras sorteas los rápidos ayudado por el remo y tu propio equilibrio. Evasión 64 facilita esta experiencia. Después de ser devorado por el neopreno, solo quedará estar dispuesto a pasar un buen rato inundado de risas y de agua. Mientras escuchas el trino de los pájaros, observas cabras montesas sobre riscos y descubres a los buitres sobrevolando un cielo del que se han hecho dueños. En un buen destino, Iparralde, lo suficientemente cerca para cambiar de país y de idioma, pero no tan lejos como para invertir en el viaje el poco tiempo del que dispones.
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