La alegría de alejarse del mundo en Matarraña
La Toscana española | Teruel ·
Las comarcas turolenses más despobladas son un buen lugar para viajar sin rumbo por pueblos medievalesPuede ocurrir que conduciendo hacia Matarraña entren ganas de visitar el centro de interpretación del urbanismo medieval que pone en internet que hay en La ... Ginebrosa. Viene también un número de teléfono de información que atiende personalmente el secretario municipal. ¿Que quiénes somos los que estamos llamando? Dos particulares haciendo turismo improvisado. ¿Que a qué hora llegaremos? En unos veinte minutos. ¿Que qué queremos ver? Lo que haya que ver. ¿Que nos estará esperando el alguacil del pueblo a la puerta del Ayuntamiento, dice usted, para darnos un paseo? Fenomenal.
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El pueblo es piedra e historia, arcos y puertas de madera gorda remachada con piezas metálicas y oxidadas, todo en una atmósfera plácida, casi fantasmal. El alguacil es simpático, resolutivo, muy educado. Abre el viejo horno de pan, que es donde está el centro de interpretación de urbanismo medieval, modesto y bonito. Luego callejea y explica las cosas interesantes del lugar: por ejemplo, que el pueblo siempre ha sido tranquilo pero desde hace un tiempo a veces llega gente extraña y roba, o lo intenta. Así que cuando algún vecino detecta movimientos sospechosos, avisa a la autoridad competente. Y por megafonía, que atruena y se cuela en cada calle y en cada rincón, ponen aquella canción de Manolo Escobar, 'Mi carro', que se lo robaron. Es como la clave para que el personal esté alerta y no ande dejando la puerta de casa abierta, que esto ya no es lo que era. A veces por megafonía también se anuncian eventos sociales, como un espectáculo de magia en la Plaza Mayor a las cinco de la tarde.
En ruta
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Distancia Valderrobres, capital de Matarraña, está a 447 kilómetros de Bilbao y a 369 de Vitoria.
Preguntado por dulces, embutidos y suculencias locales en general, el alguacil llama al Horno La Ginebrosa, que está cerrado, pero el dueño vive en el mismo edificio donde tiene el negocio, así que baja y despacha pastas, almendrados, misterios, mantecados y muchas cosas más que están bien ricas. Luego, en una furgoneta llena de trastos y herramientas, en «vehículo oficial», se sube hasta la parte alta del pueblo y tras un promontorio está la nevera, que es una de las joyas de la arqueología local: una cúpula de piedra imponente y fresca que mucha hambre quitó en el pasado.
Piedras y piscinas
Pues esto es un poco lo que se va encontrando en este rincón de Teruel que engloba las comarcas del Bajo Aragón (donde está La Ginebrosa) y Matarraña (también llamada la 'Toscana española' de lo bonito que es el paisaje y los pueblos). Unas tierras donde lo bueno es moverse sin rumbo, dar tumbos e ir descubriendo la alegría de alejarse del mundo enfurecido. La despoblación y el envejecimiento son veneno para los residentes, pero ayudan de un modo siniestro a que se mantengan por aquí esos vestigios de civilización que andan un poco en crisis por otros lados: el sentido de comunidad, la amabilidad de la gente, la vida pausada, el poso de la historia en cada esquina y cada piedra, la comida honesta.
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En realidad, incluso sin ninguna referencia o recomendación merece la pena ir a Matarraña solo por el nombre, que podría definir a una pócima purgante elaborada con raíces de plantas letales o a un animal mitológico que acecha en la espesura. Pero no, es la comarca turolense donde está Beceite, Calaceite, Ráfales, La Fresneda y Valderrobres, pueblos magníficos, bellísimos, donde la grosería del turismo masivo no ha llegado aún. Son lugares de aire medieval robustamente anclados en un entorno natural fantástico. Así que lo mismo se puede entrar en las mazmorras angostas de la plaza de Cretas, con vistas directas a la picota que preside el centro del espacio público donde se ajusticiaba a la gente, que afrontar caminatas deliciosas que terminan en las piscinas naturales formadas por el agua prístina y fresca del río Matarraña.
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