Repensar la Iglesia

La institución católica, sin centralidad social ni preeminencia ideológica, necesita reformas urgentes para actualizar su papel en las sociedades libres y abiertas

Viernes, 2 de abril 2021, 02:17

Friedrich Nietzsche proclamó hacia 1882 que Dios había muerto porque los valores y dogmas morales del cristianismo eran elementos manipuladores de un código en descomposición. ... El filósofo alemán añadió que lo habíamos matado nosotros, lo que muchas veces se olvida, porque el hombre se había endiosado y había convertido los templos en monumentos fúnebres. También se ha sacado de contexto la célebre frase de Manuel Azaña «España ha dejado de ser católica», cuando el entonces ministro de la Guerra quiso dejar claro que en ese 1931 el país ya no podía identificar su identidad con el catolicismo de tiempos pasados. Las reflexiones de ambos siguen teniendo hoy actualidad, cuando Dios casi ha desaparecido de la esfera pública y la Iglesia no ocupa ya una centralidad social ni una preeminencia ideológica en las sociedades libres y abiertas. Es lo que creo tras leer el libro '¿Tiene futuro el cristianismo en España?' (San Pablo), del sociólogo Javier Elzo, y las dos últimas publicaciones del teólogo y biblista Rafael Aguirre: sus 'Conversaciones' con Carlos Gil (PPC) y 'De Jerusalén a Roma' (Verbo Divino), en el que coordina los análisis del grupo de profesionales que investiga desde hace años sobre el cristianismo de los orígenes.

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Tanto Elzo como Aguirre, cada uno con un estilo distinto pero con idéntico pensamiento crítico, abordan el futuro de la Iglesia, cuando los altares religiosos están siendo sustituidos por altares seculares y la institución se enfrenta a disyuntivas muy serias, en medio de una crisis profunda. Cuando se está produciendo un descenso espectacular del cristianismo en Europa (la Iglesia ha dejado de ser eurocéntrica) y cuando la Iglesia española es una de las instituciones sociales más desprestigiadas, pese a que se vuelca con los desfavorecidos y los 'marines' de Cáritas o de San Egidio amortiguan ese rechazo. También lo amortigua el hecho de que el Papa Francisco sea una referencia moral de primera categoría.

La pandemia del coronavirus ha agudizado esa situación, al tiempo que ha abierto nuevos interrogantes. ¿Va a acelerar una secularización ya desbocada o va a generar una necesidad de espiritualidad, pero que también se puede canalizar al margen del cristianismo establecido? Los traumas sociales dejan marca y siempre tienen repercusiones, también morales.

Javier Elzo recoge los estudios que miden la evolución de la práctica religiosa en España y los resultados son demoledores. El descenso afecta, incluso, a los funerales, que eran uno de los últimos hilos que mantenía enlazados a las parroquias con los ciudadanos. El declive de los 'ritos de paso' y de los sacramentos es evidente y lo que perdura es la piedad popular, que se expresa en festividades, procesiones y peregrinaciones. Incluso esta práctica está ahora en cuarentena. El sociólogo es consciente de que en la actualidad la tarea de situarse en la vida es mucho más complicada, los individuos se ven obligados a construir su propio programa en una sociedad plural, con los riesgos de caer en el relativismo ('todo vale') y en el fundamentalismo. Elzo describe a una Iglesia necesitada de profundas reformas, aboga por una travesía del desierto purificadora y, frente al individualismo emergente, propugna un humanismo basado en la fraternidad universal.

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Por su parte, Rafael Aguirre y su equipo creen que el estudio de los orígenes debe impulsar un cristianismo más fiel a aquella esperanza que irrumpió en Galilea con Jesús de Nazaret. En las conclusiones de su investigación se dicen cosas muy serias. «Somos herederos de un cristianismo con un exceso de institucionalización y con carencia de vida comunitaria». «Es urgente una reforma radical de las estructuras de la Iglesia». «El elemento doctrinal no está al principio y no es lo más importante en sí mismo». «La comunión eclesial exige entrar en la cultura del consenso, de la sinodalidad». «Desacerdotalizar el ministerio es un paso necesario para superar de raíz el clericalismo». «Se recurre a los laicos de forma subsidiaria en la medida en que hay falta de clero». «El ministerio de presidencia no conlleva el celibato; puede ser ejercido por varones y mujeres». «Es insostenible que cuanto más solemne sea la celebración, mayor sea el protagonismo clerical y menor el del pueblo». «La Iglesia tiene que romper con su dinámica autorreferencial, que la centra en su propia supervivencia». «La situación de las mujeres en el seno de la Iglesia no se puede sostener en una sociedad democrática».

Aguirre cree que uno de los grandes defectos que hemos tenido es creer que anunciar el Evangelio es, ante todo, anunciar una doctrina, cuando 'bautizar en el Espíritu' es introducir un proceso radical, personal y social. A su juicio, la tarea prioritaria hoy es crear comunidades cristianas fraternas, participativas y corresponsables que den testimonio. «El que la Iglesia pinte menos no quiere decir que Dios esté menos presente».

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