El placer de la destrucción
Desgastar por desgastar. Ahora la jugada de Pablo Iglesias golpea el proyecto de recuperación de la izquierda de Yolanda Díaz. Sin él, aquí no suma nadie
Nadie duda de que Pablo Iglesias es un hombre inteligente. Hoy sobran datos de que el montaje de Podemos fue un complicado y bien pensado ' ... patchwork', un cóctel político donde se integraban elementos de democracia directa, el nuevo uso de la digitalización, las denuncias tipo Movimiento 5 Estrellas de «la casta», una vocación permanente de denuncia capturada del 15-M, el recurso a la violencia característico de los movimientos antiglobalización de principios de siglo (y del antecedente de la Revolución francesa: la guillotina), el sentido del espectáculo, el enmascaramiento del populismo al hablar no en nombre del pueblo sino de «la gente», todo ello como envoltura de una orientación antisistema, que para Pablo Iglesias encontraba la guía ideológica y táctica en «el calvo genial», Lenin, inspirador en último término del personalismo que guía todos y cada uno de los pasos del líder.
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¿Qué sobrevive ahora de aquel conjunto de ideas de renovación? El balance recuerda el triste recorrido de dos nuevos fascistas en el viejo filme de Dino Risi 'La marcha sobre Roma': cada etapa que abordan en el trayecto hasta la capital va invalidando una tras otra las promesas del Duce que los llevaron a endosar la camisa negra. Quede claro que lo mismo puede decirse de otras frustraciones más recientes, como la experimentada por el centro-izquierda en Francia después de la llegada a la presidencia de Emmanuel Macron.
En el caso de Pablo Iglesias, la principal sorpresa era de esperar: la firmeza de los propósitos, expresada en 2014, ha cedido paso a la maniobra permanente, de modo especial desde que dimite como vicepresidente del Gobierno Sánchez, primero, y luego dice abandonar la política, delegando en Yolanda Díaz el liderazgo que antes ejerció en forma de caudillismo. Como buen político formado en las filas comunistas, Iglesias ha cometido el error de tantos secretarios generales, el último Santiago Carrillo, que creyeron en la lealtad inquebrantable de su sucesor/a.
Al ver que Yolanda trataba de volar sola, y desde una transversalidad que recordaba a Errejón, la respuesta de Iglesias ha sido medida y contundente. Como premisa, mostrar que el alejamiento proclamado de la política era una simple finta en espera de tiempos mejores. Luego impulsar el nombramiento de Lilith Verstrynge a la secretaría de Estado en el Gobierno Sánchez, justo en la cartera detentada por su fiel Ione Belarra. Un encubierto pero auténtico jaque a la reina.
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Este último movimiento viene a confirmar un inesperado enlace entre la sensibilidad afectiva de nuestro líder y la promoción política de la mujer en Podemos. Sin que sea preciso poner en cuestión los previos valores políticos de Tania Sánchez y de Irene Montero, tal asociación resulta difícil de explicar desde una profesión de fe feminista.
Iglesias impulsa el nombramiento de Lilith Verstrynge para la secretaría de Estado de su fiel Ione Belarra
Más importante es la cascada de renuncias. La nueva democracia se convirtió de inmediato en un 'centralismo cibercrático', en la medida que las consultas eran gestionadas por el líder, sin posibilidad de contestación. El Movimiento 5 Estrellas italiano sirvió de pantalla, pero no de ejemplo. Pablo no perdió una sola consulta de relieve, incluido Galapagar. Y cuando pensó que a pesar de todo podían surgir obstáculos con su sucesión, nombramiento a dedo y todo resuelto.
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«La casta» ya no servía al fijar como objetivo la incorporación al Gobierno. Ahora había que darle otro contenido a un vocabulario, siempre dualista, contra los enemigos designados, «derecha» y «ultraderecha» equiparadas. Como base de la acción de tales fuerzas del mal, «las cloacas», esos medios de comunicación y guaridas de reptiles que se oponen a Podemos, respaldados por todo grupo o institución que los secundan, con la judicatura en primer plano. Lo malo es que la compañía de Iglesias ha incidido sobre la táctica similar adoptada por Sánchez, donde todo se justifica por una marca de fábrica: el «progresismo».
Ni Sánchez ni Iglesias perciben que tal simplificación, una vez que Feijóo ha repintado al PP, suscita un claro efecto bumerán. Tal como está la situación en España, la ausencia total de autocrítica gubernamental, observable en el debate sobre el estado de la nación, no solo lleva a una absurda crispación política, obsesionada por las elecciones de 2023, sino que suscita lo que probaron las encuestas: la desconfianza de una mayoría de los ciudadanos.
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Las mismas encuestas distan de avalar la estrategia de desgaste -frente a Sánchez- y de agresividad permanente -no solo contra la derecha, también contra todo disconforme- que lleva a cabo Pablo Iglesias desde enero de 2020. Menos mal que estuvieron Yolanda y Nadia. Desgastar por desgastar, como ante la invasión de Ucrania: ni una idea original. Ahora la jugada de billar golpea a las pretensiones de autonomía de PCE/IU y al proyecto de recuperación de la izquierda, apuntado por su sucesora. Pablo Iglesias lo tiene claro: sin su liderazgo, aquí no suma nadie.
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