De nuevo la guerra
El foco ·
La producción cultural sobre el pasado es constantey abundante y, sin embargo, hay un desconocimiento más bien generalizado sobre las penurias que tuvieron que pasar las y los represaliados de la dictaduraRaro es el año que no haya un producto cultural que trate de la guerra civil española o de algún periodo de la dictadura franquista ... y, sin embargo, nuestro presente está lleno de silencios en torno a sus víctimas. La producción cultural sobre ese pasado, independientemente de su mejor o peor calidad, es constante y abundante y, sin embargo, hay un desconocimiento más bien generalizado sobre las penurias que tuvieron que pasar las y los represaliados de la dictadura.
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El año pasado, por ejemplo, pudimos ver 'La trinchera infinita' (dirigida por Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga), que trataba el tema de los «topos» (esos hombres que vivieron décadas en zulos construidos en sus propias casas, huyendo, sin moverse, de la represión). La película tuvo una acogida entusiasta por parte de la crítica y el público y, sin embargo, si preguntáramos a muchos jóvenes sobre este tema, la historia de Higinio (interpretado magistralmente por Antonio de la Torre) posiblemente les parecería una pura invención. Cuando el pasado 1 de septiembre Pedro Almodóvar presentó 'Madres paralelas' en la 78 edición del festival de cine de Venecia y habló de la memoria histórica y los crímenes franquistas, muchos periodistas internacionales se sorprendían al enterarse de que en España hay más de 140.000 personas desaparecidas víctimas del franquismo, abandonadas en las cunetas, en fosas comunes de cementerios, en simas y despeñaderos, y de que no haya habido un solo Gobierno, ni siquiera el más progresista, que haya desarrollado un plan integral para la exhumación de esos cuerpos y la reparación a los familiares de las víctimas.
Más: este otoño la editorial Hoja de Lata ha publicado la primera novela de Miguel Ángel Martínez del Arco, 'Memoria del frío'. Esta novela nos introduce, a través de los mecanismos de la ficción, en uno de los aspectos menos conocidos de la represión del régimen franquista: la persecución, tortura y prisión de las militantes antifranquistas. Las experiencias de estas mujeres que pasaron buena parte de sus vidas en prisión no entraron en el archivo histórico, aunque sí sus expedientes judiciales. Pero en esos expedientes no se contaron las torturas, las humillaciones, las enfermedades, la desnutrición, la pérdida de la maternidad y otros horrores a las que fueron sometidas. La novela la escribe el hijo de Manolita del Arco, la mujer que más años pasó en una cárcel del régimen, e intenta, a través de la recreación de la vida de la madre y sus compañeras en prisión, hacer tangible todo ese sufrimiento, aunque también la fortaleza y resistencia de mujeres como su madre. También yo, y disculpen ustedes la autorreferencia, este año publiqué la novela 'Los ojos cerrados', en la que abordo los silencios que generó la violencia franquista, las heridas traumáticas que se resisten a convertirse en cicatriz todavía hoy, en nuestro presente.
Escritoras, cineastas, dramaturgas y otras creadoras seguimos indagando a través de los testimonios, las historias, las memorias y la propia imaginación en esta memoria traumática; y creo que no exagero cuando afirmo que todas, en algún momento, nos topamos con un muro de ignorancia en el mejor de los casos, con desprecio hacia la memoria de las víctimas en el peor. Entonces, ¿por qué seguimos creando ficciones que nos llevan a ese pasado que algunas ni siquiera hemos vivido? ¿Por qué la obstinación con este tema? No piensen en explicaciones comerciales o intereses partidistas o alguna búsqueda secreta de subvenciones. Créanme que si esa fuera la motivación, buscaríamos otros temas. La explicación es múltiple y dependerá de cada cual, pero me da la sensación de que muchas sentimos que nos han robado parte de la historia, de que hemos heredado silencios y un dolor sordo, de que estamos perdiendo memoria porque aquellos que vivieron la guerra y la primera posguerra están muriendo. Pronto no quedará nadie que nos pueda contar, que nos pueda ayudar a imaginar lo que supuso aquel horror desde el punto de vista de la experiencia. Y eso nos perturba.
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Sentimos que nos han robado parte de la historia, que hemos heredado silencios y un dolor sordo
Llego a estas reflexiones a raíz de ver el cortometraje 'Rosa rosae' de Carlos Saura, que se proyectó tras la gala de inauguración de la 69 edición del Festival de Cine de San Sebastián. Es un trabajo de poco más de cinco minutos, lo mismo que dura la canción homónima del también aragonés José Antonio Labordeta. La canción 'Rosa rosae' conforma la narración del corto junto a las imágenes de Saura. Ambos autores, a través de las imágenes y la canción, recuerdan su niñez durante la guerra civil y los primeros años de franquismo. De hecho, Saura dedica el cortometraje a los niños de la guerra, niños, «dulcemente educados, / en tardes de pavor, / conteniendo la risa / el grito, y el amor», nos dice la canción.
La letra de Labordeta nos confronta con el asombro de vivir o, mejor dicho, sobrevivir, a pesar de la destrucción y el horror. «Así, así, así crecí» y ese «así» remite a «fuego y terror», a un «viejo mercado / de gritos y verduras», a una infancia de testigos asombrados «o náufragos o heridos». Escuchamos la voz conmovedora de Labordeta al mismo tiempo que observamos una serie de imágenes construidas a base de dibujos en blanco y negro y fotografías manipuladas que, con la simplicidad del trazo brusco, reflejan el miedo, el hambre, el desvalimiento. De vez en cuando suena una sirena, una bomba, unos gritos. Saura nos obliga así a escuchar atentamente, a mirar con sus ojos o, tal vez, con los ojos de su memoria: un hombre de casi 90 años que sigue mirando con los ojos asustados de un niño.
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Carlos Saura lo ha dicho en muchas entrevistas abiertamente y lo plasma ahora, a través de su arte, en este corto: nunca se ha podido olvidar de la guerra. En 'Rosa rosae' hay horror, hay dolor y hay belleza, como lo había en los desastres de la guerra que retrató Goya. Es imposible no relacionar la mezcla de ferocidad y ternura de este trío de aragoneses al intentar mostrar el impacto de la violencia en los más vulnerables.
La generación de Saura, los últimos testigos, están desapareciendo, recordemos que Labordeta murió hace justo once años. Tenemos mucho que agradecer a la tenacidad de la memoria de Carlos Saura porque a través de ella y de su elaboración artística podemos acercarnos a lo que supuso la barbarie de la guerra y la represión que continuó, por otros medios, el ejercicio de la violencia. Nos interpela y nos conmueve y tal vez por eso intentamos seguir imaginando, a través de nuestras ficciones, su sufrimiento, su lucha y esa resistencia asombrada y dolorosa a la que cantó Labordeta.
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