Demostración con drones en la base naval de Den Helder, Países Bajos. Remko de Waal

Matar con drones

Aunque la tecnología transforme las herramientas de guerra, la ética y la empatía deben seguir guiando nuestras acciones

Fernando Díez e Irati Fernández

Profesor e investigadora de la Universidad de Deusto

Martes, 22 de julio 2025, 00:01

El 31 de julio de 2022, un dron asesinó al líder de Al-Qaida, Ayman al-Zawahiri, en Kabul, mientras se encontraba en el balcón ... de su casa. La noticia abrió todos los telediarios del mundo. Este ataque fue solo uno de los miles que los drones han llevado a cabo en operaciones militares. De hecho, estas armas están marcando un cambio irreversible en las dinámicas de la guerra.

Publicidad

La conocida como 'guerra a distancia' impulsada por el uso de drones ha transformado los conflictos modernos. Estas máquinas, dotadas de máxima precisión, no solo intensifican la vulnerabilidad y el miedo entre la población civil, sino que también plantean dilemas éticos y psicológicos para sus pilotos. Estamos ante un nuevo paradigma bélico, donde la tecnología redefine los límites de la humanidad en el conflicto armado. EE UU e Israel lideran un mercado en el que más de 20 países operan drones militares, capaces de volar a 2.000 kilómetros de distancia y realizar ataques quirúrgicos con supuestamente menos daños colaterales. Sin embargo, estos avances también permiten la ejecución de asesinatos selectivos en operaciones secretas, donde los responsables no rinden cuentas. ¿Cuál es el precio humano de esta tecnología?

Una de las consecuencias más preocupantes del uso de drones es la separación física y psicológica entre el ataque y sus resultados. Los pilotos, ubicados a miles de kilómetros del objetivo, observan los efectos de sus acciones a través de pantallas, lo que amortigua la percepción inmediata del daño causado. Esta desconexión puede reducir la intensidad emocional asociada con la violencia, desdibujando los límites éticos. Sin embargo, esta distancia no elimina por completo el impacto psicológico. En algunos casos, los operadores de drones pasan días o semanas vigilando a sus objetivos antes de ejecutar un ataque. Este contacto prolongado genera una «telepresencia traumática», una forma de implicación emocional que, paradójicamente, conecta al piloto con las víctimas a pesar de la distancia física.

Aunque los pilotos de drones no tienen el peligro del campo de batalla, sus tareas conllevan riesgos significativos para su salud mental. Muchos desarrollan trastornos como el estrés postraumático, similar al de soldados en combate directo. La exposición constante a imágenes violentas y la toma de decisiones que afectan a vidas humanas pueden derivar en una fatiga moral: una sensación de incapacidad para actuar conforme a sus valores éticos. Un estudio del Departamento de Defensa de EE UU reveló que los operadores de drones experimentan niveles de estrés y ansiedad comparables a los de los soldados desplegados en zonas de conflicto. La percepción de ser responsables de errores operativos, como la muerte de civiles, puede provocar sentimientos persistentes de culpa y arrepentimiento.

Publicidad

El uso de drones también tiene profundas repercusiones en las comunidades que viven bajo su vigilancia constante. Su zumbido característico es ya sinónimo de miedo y peligro para miles de personas en regiones afectadas por conflictos. Un informe de Human Rights Watch documenta cómo la población civil en Pakistán y Yemen vive con temor constante, evitando actividades cotidianas como reuniones al aire libre o el uso de vehículos, ante el riesgo de ser objetivos de un ataque.

El avance de los drones plantea un debate urgente sobre la deshumanización de la guerra. La tecnología promete minimizar el daño colateral y proteger a los soldados, pero, en la práctica, introduce una desconexión emocional que puede trivializar la violencia. Además, la facilidad con la que los drones permiten ataques letales sin riesgo para los operadores reduce los incentivos para buscar soluciones diplomáticas.

Publicidad

En un contexto donde las guerras se libran desde salas de control a miles de kilómetros de distancia, el factor humano sigue siendo fundamental. La toma de decisiones éticas, el respeto por la vida humana y la búsqueda de alternativas no violentas deben prevalecer frente a la tentación de confiar exclusivamente en la tecnología.

Estamos ante un momento crítico en la historia de los conflictos armados. El uso de drones no solo redefine la manera en que se libran las guerras, sino que también plantea preguntas fundamentales sobre nuestra humanidad. Los avances tecnológicos no deben desvincularnos de las consecuencias humanas de nuestras acciones. En palabras del filósofo alemán Martin Buber: «El hombre se convierte en 'yo' al entrar en relación con un 'tú'. Si el 'tú' se deshumaniza, también lo hace el 'yo'».

Publicidad

El desafío está en reconocer que, aunque la tecnología transforme las herramientas de guerra, la ética y la empatía deben seguir guiando nuestras acciones. Solo así podremos evitar que la distancia física se traduzca en una desconexión moral irreversible.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad