El coro de publicaciones democráticas saludó el llamamiento a la concordia pronunciado por el Rey. Entre ellos EL CORREO con toda claridad. En el marco ... de esta coincidencia, el editorial de 'El País' proporcionó un diagnóstico perfecto del pesimismo dominante: la adhesión al mensaje de Nochebuena de los dos principales partidos sería válida solo «por unas horas». Es decir, todo había quedado en viento pasajero de buenos deseos sobre un paisaje de guerra política. Una vez cumplido el gesto de aquiescencia, toca aplicar una paráfrasis del conocido verso de Cátulo: «Vivamos, ciudadanía nuestra, y luchemos».
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Han faltado las necesarias reflexiones acerca de lo que sería necesario para que la admonición del Rey no cayera en el vacío. La razón es bien simple: proponer habría exigido rebobinar, y hacerlo en serio llevaría a quebrantar el compromiso adoptado por los luchadores, tanto partidos como medios beligerantes, para guardar las reglas del maniqueísmo. Una vez pasada la tregua de las fiestas, toca volver al 20 de diciembre como si no hubiera sucedido nada.
Con los años ocurre que los episodios del presente te llevan al pasado y por eso lo que está sucediendo me trajo a la mente el relato que escuché hace un tercio de siglo de Juan Carlos I sobre sus tribulaciones para convencer a los capitanes generales en la noche del 23-F. El andaluz se puso tan contento por sublevarse que se vistió de legionario y se tragó casi una botella de Chivas. Cayó redondo en la cama y así el monarca pudo contar sin problemas con su 'número dos'. Creo recordar que este era el general Manuel Saavedra. Yo le comenté entonces al Rey: «No vale la pena ser Rey de semejante ejército». Algo así sucede hoy con la sentida convocatoria de un jefe de Estado demócrata a los agentes del sistema político: cae en el vacío. No valdría la pena ser su Rey.
Lo malo es que la erosión institucional existe, y a estas alturas ha configurado un círculo vicioso del cual es muy difícil escapar, porque cada uno se encuentra apresado por sus antecedentes. El PP, teniendo en cuenta su pecado original en la crisis, haberse negado a la renovación del TC y del CGPJ. Sabía que el resultado le iba a ser desfavorable, pero la ley obliga en democracia por encima de los resultados de su aplicación, y en este caso, el partido de Feijóo está pagando un justo peaje interminable por tal infracción.
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En cuanto a Pedro Sánchez, sin ánimo de vincular ambas personalidades, tiene un punto en común con el dictador de antaño: nunca admite que su adversario, visto siempre como enemigo, pueda obtener un triunfo parcial en una batalla, ahora política. Es preciso reconquistar el teruel del día, el control del TC, y ahí no caben componendas ni acuerdos. Y su círculo vicioso arrastra al PP, que buscará nuevas formas de resistencia, y más ahora en que desde los medios del Gobierno empieza ya a darse por caducado el 'efecto Feijóo'. Habida cuenta del prolongado periodo antes de las nuevas elecciones, parece haber triunfado en gran parte la táctica de destrucción de su imagen. Queda así atrapado entre el descrédito por la fallida oferta de mano tendida y la presión de sus opositores internos, sin otro recurso que aceptar el reto permanente de La Moncloa.
En cuanto al presidente Sánchez, se condena a sí mismo a seguir encerrado con el mismo juguete de la huida hacia delante, una vez que el 'pressing' rufianesco logró temporalmente sus objetivos. Conquistará el reducto judicial, esperará un alivio económico y mantendrá la satanización del PP, asociándolo sin matices a Vox. Las facturas de las concesiones a Unidas Podemos serán pagadas más adelante: solo le falta enlazar los frágiles hilos de la conexión entre Yolanda Díaz y el grupo de Pablo Iglesias, a fin de que el voto izquierdista no se desplome. Lo problemático es qué hacer con una Yolanda desnortada al capotar su proyecto autónomo. Y lo más difícil, evitar la deserción de un voto de centro-izquierda constitucionalista, ya convencido de que no existen límites predecibles a las concesiones a los catalanistas, ni a los posibles vaivenes de la política económica presionada por el populismo. De momento, Sánchez impone el 'prietas las filas'. Veremos después de mayo.
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De ahí la exigencia de mantener la presión sobre los medios, en el sentido de la perfecta maniobra de Bolaños negando la autodeterminación desde uno, mientras Illa garantiza la consulta catalana desde otro. Tendremos un mundo de verdades ambivalentes, en el que Sánchez movilizará recursos propios y de aliados con poder institucional.
Euskadi es un campo abonado para ello, con un PNV que no se transforma ni en socialdemócrata ni en libertario moral, sino que se atiene a su máxima de 'entrar con el enemigo para salir consigo mismo', dadas la comunidad de intereses con La Moncloa y la alternativa amenazadora de Bildu. Dispuesto por ello a ser correa de transmisión de la táctica de incidir bajo la superficie sobre la opinión pública, sin que importe mantener esa tensión dualista que erosiona las instituciones. A fin de cuentas, españolas.
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