Sin prácticamente inmutarse, casi de un día para otro, China ha decidido cambiar el paso en la forma de encarar la pandemia. El abandono de ... la estrategia seguida hasta ahora, la 'covid cero', se justifica esencialmente en la menor virulencia del virus, lo que explicaría la sustitución de su calificación como neumonía por la de simple infección, pasando así de la contención a la convivencia. El 'cero covid' posibilitó una amplia protección de la población gracias a los test generalizados, el control riguroso de los movimientos y los confinamientos y cuarentenas obligatorios con la detección de casos. Ello aisló a China del resto del mundo y provocó un duro golpe a la segunda economía del planeta, frustración pública y protestas. Tras haber llegado a lo que podríamos calificar de tope, asistimos a un práctico desmoronamiento de las estrictas medidas de bloqueo con aparente poca preparación e insuficiente transparencia.
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Tan abrupto cambio ha alegrado a muchos, pero también desconcertado a otros tantos. Quien ahora protesta en varias ciudades chinas es todo un sector industrial que se ha desplomado también ante la caída de la demanda de producción de hisopos y otros materiales para detectar el virus.
Es posible que en este giro hayan influido las protestas ciudadanas, aunque lo más probable es que guarde relación con el delicado estado de la economía. Al final, la «insostenibilidad» de la estrategia a largo plazo, según diagnóstico de la Organización Mundial de la Salud, parece haber aconsejado el cambio de sentido. Solo así se podría dar alcance a los objetivos del plan quinquenal en curso. Y costará lo suyo.
Sea como fuere, en el ámbito de la salud pública el estrés está servido. Las autoridades adoptan medidas paliativas, pero con seguridad insuficientes para afrontar tan complejo reto marcado por una ola masiva de infecciones en todo el país, que avanza a mayor rapidez de la esperado y se verá agravada con la fiebre de viajes de la Fiesta de la Primavera. ¿Habría sido preferible escalonar las medidas de forma que se evitara la actual explosión de contagios que se agravará en las próximas semanas con su previsible expansión a las zonas rurales? Puede haberse subestimado el impacto.
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La economía, muy tambaleada, agradecerá este cambio de rumbo. La vuelta a la normalidad resucitará el optimismo, muy afectado por la contracción de la demanda, el debilitamiento de las expectativas y un entorno exterior aún plagado de turbulencias. Las autoridades ahora tratan de insuflar confianza augurando un repunte acelerado de la actividad, frente al panorama sombrío que dibujan algunos datos objetivos. Como en anteriores crisis, los generosos paquetes de estímulo irán despejando el camino. El segundo trimestre podrá ser el momento de calibrar su verdadero efecto y la capacidad del impulso para reparar los perjuicios causados a amplios sectores de la población por estos años de confinamiento y cuarentenas y por la agenda congelada de los desafíos estructurales que existían antes del estallido de la pandemia.
En lo político, varias cosas. Primero, en un país que todo se acostumbra a programar al dedillo, la sensación general de urgencia trasmitida ha estado acompañada de precipitación e improvisación tanto en la preparación hospitalaria como en el suministro de medicamentos. Segundo, habrá que observar cómo esa mutación de la rigidez a la flexibilidad impacta en el nivel de confianza cívica en sus autoridades y, muy especialmente, cómo afecta al propio prestigio político de Xi Jinping y en qué medida erosiona la cómoda posición alcanzada en el reciente XX Congreso del Partido Comunista.
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Esa credibilidad tiene un nivel de referencia importante en la transparencia, un aspecto de la gestión muy cuestionado. La opacidad es el alma de la especulación. La desconfianza y hasta la malicia atribuida a terceros con base en prejuicios políticos encuentra en los testimonios reales caudal suficiente para dar cuenta de otra realidad, a menudo bien diferente a la trazada por algunas fuentes oficiales. Cuanto más se intente ningunear las cifras de fallecidos, más insistencia occidental habrá en alimentar la alarma por el repunte exponencial de hospitalizaciones y muertes.
El choque de visiones se pone de manifiesto en el intento occidental de presentar la gestión china como «catastrófica» y esta, a su vez, como la más «eficiente y protectora» para las personas; pero, en verdad, nadie puede presumir de controlar todas las situaciones derivadas de la pandemia ni alardear de la ausencia de agujeros negros en la gestión.
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Lo deseable sería encarar un balance y autocrítica desideologizada en ambas partes y sobre todo, la exclusión de las parcialidades, abriendo paso al estudio de los aprendizajes de tan dramática experiencia humana. Pero clamar por no desperdiciar esta ocasión para instituir un modelo de cooperación internacional efectiva ante futuras pandemias se antoja una utopía cuando las tensiones estratégicas amenazan con impregnarlo todo en la relación China-Occidente.
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