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José Ibarrola

Las consecuencias del crimen

El asesinato de Miguel Ángel Blanco generó una movilización social desconocida. Y fue el arranque de un destacado papel político de las posiciones próximas a ETA

Miércoles, 13 de julio 2022, 00:03

El asesinato de Miguel Ángel Blanco fue uno de los hechos trágicos que ha habido»: el dictamen de Otegi, 25 años después, refleja que persiste ... la crueldad interpretativa y la irresponsabilidad política. Sugiere que los crímenes terroristas fueron impersonales. Sin embargo, no eran hechos que sucedían mecánicamente, impelidos por algún destino histórico, sino que tenían sus responsables, sus cómplices y quienes los jaleaban. Hubo culpables.

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El asesinato fue la reacción de ETA al fracaso del secuestro/ tortura de Ortega Lara y constituye una de las mayores lacras en su historial, si cabe establecer grados en la impudicia. Lo cometió como un desafío a la democracia, en unos días de manifestaciones masivas de repulsa y en cumplimiento de plazos que buscaban la extorsión de la sociedad.

Suele pensarse que el asesinato de Miguel Ángel Blanco fue el comienzo del fin de ETA. Desde luego, marcó un antes y un después en la percepción social del terrorismo. El brutal crimen provocó en julio de 1997 una enorme movilización en el País Vasco. Tuvo dimensiones e intensidad hasta entonces desconocidas, particularmente la reacción airada de los no nacionalistas. Cuestionó la pasividad nacionalista frente al terrorismo, la 'kale borroka' y los desmanes del radicalismo abertzale. Con esta inmensa respuesta social, la contestación al terror alcanzó la mayor capacidad movilizadora conocida en Euskadi. Por una vez, el rechazo a ETA se adueñó de la calle.

Sin embargo, y lamentablemente, cabe dudar del diagnóstico según el cual este crimen constituyó uno de los mayores errores de ETA. Si prescindimos de las dimensiones éticas, podría concluirse lo contrario. Dio pie a cambios políticos que realzaron sus posiciones hasta extremos nunca antes conseguidos. Muchos datos señalan que fue el punto de partida de la aproximación entre los nacionalistas, que llevó al Pacto de Lizarra y a la década soberanista. Sería su canto del cisne, pero nunca ETA condicionó tanto el diseño de la política vasca como en los años siguientes.

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Desde la década anterior, estaba vigente el Acuerdo de Ajuria Enea entre el nacionalismo moderado y las fuerzas no nacionalistas, que implicaba el aislamiento del nacionalismo radical y que fue un eficaz instrumento en la lucha contra el terror. Pues bien: tal acuerdo saltó entonces por los aires.

Resulta difícil precisar la razón de los acuerdos entre el nacionalismo moderado y el radical. Como telón de fondo está la radicalización ideológica que experimentó el PNV a comienzos de los años 90, que le llevó a expresar hacia 1995 conceptos esencialistas sobre el pueblo vasco, con concepciones excluyentes bien diferentes de las de años antes.

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¿Tuvieron alguna influencia los acontecimientos que acompañaron al asesinato de Miguel Ángel Blanco? Es más que posible. Inicialmente el crimen llevó otra vez al acuerdo de aislar el terrorismo y a su entorno, pero acabó pesando más la reacción ante la nueva toma de conciencia de los no nacionalistas que se había expresado en julio del 97. Muy pronto, desde los primeros meses de 1998, el nacionalismo moderado buscó acuerdos con la izquierda abertzale y con ETA que recompusiesen políticamente la comunidad nacionalista.

Esta aproximación a HB contravenía los acuerdos de aislarla. Verosímilmente influyó en ella el deseo de cerrar filas ante lo que pudo entender como la sublevación de los constitucionalistas en julio del 97. No tenía precedentes y la interpretó como un peligro para el nacionalismo. Ermua había sido invadida por una «oleada de ratas procedente de Hispania», escribió un diputado del PNV.

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Fuese o no la razón fundamental, el PNV actuó como si lo hubiese sido. Así, el asesinato de Miguel Ángel Blanco desbloqueó la situación política para ETA y HB, por lo que lamentablemente podría considerarse uno de los principales éxitos de la organización terrorista a lo largo de su historia. No resulta incompatible con la tesis de que fue también el comienzo de su final, por el repudio de la opinión pública, pero lo cierto es que terminó con su aislamiento e hizo que el PNV se aproximase a sus posiciones, asumiendo compromisos de calado.

En julio de 1998, un año después del asesinato de Miguel Ángel Blanco, eran ya oficiales los acuerdos entre el PNV y HB, olvidándose los rechazos del año anterior. Era un cambio profundísimo, con obvias implicaciones éticas.

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En la historia del terrorismo en el País Vasco no caben lecturas lineales, pues abundaron los espejismos, los atajos a ninguna parte y las rendiciones. El crimen de julio de 1997 estuvo entre los que más reacción social generaron y protagoniza la memoria del horror. Sin embargo, también fue el arranque de un destacado papel político de las posiciones próximas a ETA. ¿Otro 'hecho trágico de los que ha habido'? También tuvo sus responsables.

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