Ilustración: Sr. García
La mirada

La verdad y otras mentiras

Preferimos confirmar nuestras ideas a contrastarlas con la realidad. Lo relevante son las opiniones y las emociones

Aster Navas

Profesor de Lengua Castellana y Literatura IES Burdinibarra BHI Trapagaran

Domingo, 9 de febrero 2025, 00:00

Un día que no recordamos mentimos por primera vez. Dejemos aparte el porqué: lo importante es que, en ese momento de la infancia, comprendemos, fascinados, ... que se pueden crear mundos paralelos y las ventajas y riesgos que eso entraña. Lo describe perfectamente José María Martínez Selva en 'La psicología de la mentira'.

Publicidad

«Tengo siete años»; «él me pegó primero...».

-No seas mentiroso, nos dijeron, sin atender a esa historia que acabábamos de inventar (bastante más redonda, sin embargo, muchísimo más interesante, mucho más convincente -dónde va a parar- que la auténtica.

Luego, cada uno hemos utilizado esa herramienta maravillosa e imprescindible, con diferentes fines; todos, en mayor o menor medida, nos hemos servido de ella para sobrevivir. Alguno la ha convertido en profesión; los más afortunados en arte: cine, música, literatura… Mentimos a los demás y nos mentimos, como bellacos, a nosotros mismos.

Además la Verdad -así con mayúsculas- ha muerto. Ya lo anunció Goya en uno de sus aguafuertes más desconocidos, 'Murió la Verdad': En esa lámina de cobre, una joven vestida de blanco y con los senos desnudos yace en el suelo y un coro de siniestros personajes se dispone a enterrarla con azadas y palas. En contraste con ellos, sentada a la derecha, aparece llorosa y desconsolada por el suceso una mujer que sujeta una balanza y que representa la justicia. Si hacemos caso al pintor aragonés, la Dama falleció en 1814; hemos tardado casi dos siglos en darnos cuenta, en aceptarlo. Y eso que Nietzsche en 1886 volvió a recordárnoslo: «No hay hechos, sólo interpretaciones». La inteligencia artificial y Meta, como soportes para crear una realidad más verosímil y atractiva, han certificado su defunción definitivamente.

Publicidad

La verdad, también en la escuela, ha sucumbido frente al relato... Eso -y más cosas- es lo que pensaba ante los alumnos mientras desempeñaba la tarea más desagradable de un director: vestirse de inquisidor para aclarar el último incidente que se había producido en el patio del instituto, en el comedor, en el aula, en el autobús… No, mi fama de blando y de conciliador no me ayudaban en absoluto en esos bretes; tampoco la pandemia ni la 'nueva normalidad'.

«Yo no le llamé Pocoyó…». «Fue él el que me amenazó por Instagram». «El extintor estaba en el suelo y fue al colgarlo cuando…»; «yo no he escrito esa frase en el baño; llevaba en esa puerta dos años por lo menos…»; «solo estaba usando el móvil para ver la hora…». «Yo no le quité el bocata: él fue el que se lió y lo metió en mi mochila»; «Te juro, Aster, que llevaba puesta la mascarilla»; «Cuando llegué yo, la silla del profe ya estaba manchada de tinta…».

Publicidad

Son conflictos de muy poca trayectoria pero profundamente educativos: entra en juego la responsabilidad personal, y a veces colectiva, frente a lo que ocurre a nuestro alrededor; además, si no andamos con pies de plomo -«hasta que no sepamos quién ha sido el que ha tirado el paragüero por la ventana nos vamos a quedar aquí»- podemos suscitar comportamientos turbios como la delación. En 'Revista de Pedagogía' hay un excelente estudio al respecto de Marina Martins y Carolina Carvalho, '¿En qué mienten los adolescentes?'.

Me emocionaron especialmente aquellos «relatos» rigurosamente falsos y, sin embargo, escrupulosamente documentados, defendidos, con los que tan sólo se intentaba llamar nuestra atención, reclamar nuestro afecto. La alarma inicial de que el relator se creyera lo que estaba contando, la estrategia a seguir para comunicárselo a sus padres... Arenas movedizas.

Publicidad

Pero al equipo directivo de Burdinibarra le desgastó especialmente triangular la información en los casos de 'bullying' y, más aún, escuchar aquellas narraciones que se desarrollaban en el ámbito doméstico y que se nos escapaban: alumnado que nos confiaba reiteradamente, bajo la condición de guardarles el secreto, una situación de maltrato o de violencia que la familia suavizaba o nos negaba categóricamente. Han sido estos últimos los que nos colocaban en la peor encrucijada: teníamos que derivarlos a Bienestar Social e incluso a la Fiscalía con la sensación, por un lado, de estar haciendo lo correcto; por otro, de estar traicionando una confidencia (muy recomendable para torear esa difícil tesitura 'El iceberg de la violencia intrafamiliar' de la pediatra Gabriela Bastarrachea).

Carecemos de argumentos para trabajar en el aula la Verdad, para ponerla en valor, porque fuera de ella manda su sucedáneo, la 'posverdad', 'la mentira emotiva': preferimos confirmar nuestras ideas a contrastarlas con la realidad. Los datos objetivos y su veracidad carecen hace tiempo de importancia; lo relevante son las opiniones y emociones que generan, los réditos que suponen a sus emisores. Seamos sinceros.

Publicidad

En fin.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad