José Ibarrola

La memoria vasca

La equiparación entre víctimas y victimarios no es rigor ni ponderación. Tal como se ha planteado, lleva a ignorar la enorme responsabilidad histórica de ETA

Sábado, 22 de abril 2023, 00:04

Hace tiempo leí una amplia entrevista autobiográfica del comunista vasco Juan Astigarrabía y me di cuenta de que algunos de sus recuerdos -secundarios, eso sí- ... procedían de la información histórica que yo le proporcioné. Otro tanto le había sucedido al dirigente sindical de UGT Amaro Rosal al reescribir su participación en la Revolución de octubre de 1934. En ambos casos, ni 'Asti' ni Amaro fueron inducidos por mis datos al error: simplemente los integraron como frutos de su evocación.

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Con esto quiero señalar que la memoria del pasado, tanto individual como colectiva, nunca es un reflejo directo de lo que efectivamente ha sucedido, sino el resultado de un proceso de construcción donde intervienen incluso las malformaciones que introduce el propio sujeto y, por supuesto, en el caso de la memoria colectiva, quienes se encuentran interesados en orientarla en uno u otro sentido. La historia de la memoria es también la de la 'damnatio memoriae', de la condena de la memoria.

Acabamos de tener una muestra con la visita oficial de la posfascista Giorgia Meloni a Etiopía, país al que Mussolini sometió a terribles prácticas genocidas que desmintieron el tópico de 'italiani brava gente'. El presidente Mattarella había pedido perdón, como hizo el propio Berlusconi en Libia, Meloni no lo hace y responde con desprecio a 'Repubblica', que la recordó ese deber.

Y es que el uso de la memoria tiene lugar en el marco de la política. Pensemos en España. Lo que habría debido ser la restauración del «honor de los muertos», según lo calificamos Dolores Ruiz-Ibárruri y yo en 'El País', para las víctimas republicanas sin sepultura se ha convertido en un toma y daca entre dos oponentes, por encima de esa justa exigencia. Si bien es loable desde la izquierda reivindicar a la España republicana y condenar a sus verdugos, no cabe olvidar que también hubo antifranquistas criminales y que aquella no fue un paraíso. El polo opuesto responde condenando la memoria democrática hasta incurrir en neofranquismo. Fue penoso ver a Ramón Tamames asumiendo la versión de Pío Moa de que la guerra empezó en octubre del 34, y es preocupante contemplar la estatua erigida en Madrid por Almeida del legionario con la bayoneta calada mirando al monumento a la Constitución.

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Penoso y preocupante, en fin, que la Ley de Memoria Democrática mirase sesgada a 1936 y olvidara a ETA por un puñado de votos. Nada debe extrañar que la confusión sea aún mayor en Euskadi, donde todo sucedió ayer y las imágenes del pasado trágico son de inmediata aplicación. Más aún al borde de unas elecciones donde Bildu plantea su reto a la hegemonía del PNV, con el aval democrático de Pedro Sánchez. Resulta lógico por ello que el Gobierno de Urkullu se oponga a que con el aval de Aranzadi tenga lugar, a escala municipal, la equiparación pretendida por Bildu de las dos violencias y, en consecuencia, de víctimas y victimarios. Y cuando esa confusión es protagonizada también por ayuntamientos del PNV. Como en la expresión tradicional, digno y justo.

La dificultad nace del propio éxito alcanzado por el PNV a la hora de borrar su grado de responsabilidad en los 'años de plomo'. Fue un hecho posible por la sintonía que existió entre: a) la ambivalencia del nacionalismo democrático presidido por Xabier Arzalluz, no violento eso sí, pero comprensivo -siendo suave, y no solo en Lizarra- con los «patriotas de la muerte»; y b) una sociedad que por afinidad o miedo fue mayoritariamente pasiva y en medios rurales llegó a protagonizar el cerco a que fueron sometidos las víctimas y sus familiares.

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El mundo de 'Patria' tenía siglas. Con la colaboración de una historiografía derivada hacia el positivismo y cerrada a considerar lo políticamente incorrecto, la visión acotada a las víctimas, con los responsables del Mal en la sombra, sirvió de cobertura a ese adormecimiento. Con todo su innegable valor, el Memorial de Vitoria es su emblema. Difícil extraer de ahí una clarificación.

Cerraba el círculo la amputación de los orígenes, compartidos por PNV y ETA. A la intensidad de la pasión patriótica del fundador acompañó un pragmatismo del que han hecho uso hasta hoy sus sucesores de ambas ramas. Pero, sobre todo, forjó una ideología del odio antiespañol, núcleo del terror -algo que tuve ocasión de vivir en el grupo etarra de Madrid en los 60-. Sabino Arana tejió el hilo conductor que llevó a 'Txapote' y a Iker Gallastegi, y que sin la violencia encuentra su eco en la España enemiga de Egibar. Algo que fue asumido por buena parte del espectro nacionalista. De ahí que la tesis de las dos violencias, y las dos víctimas, lo haya sido también por instituciones ligadas al PNV. Es la historia de Lot.

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Lo anterior no significa olvidar los delitos y la vulneración de derechos en la lucha antiterrorista, solo que la equiparación no es rigor ni ponderación. Tal como se ha planteado, lleva a ignorar la enorme responsabilidad histórica de ETA.

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