Retirada amarilla

El viernes empieza el proceso para la exhumación del general que llegó a generalísimo y sin saber dónde ponerlo. Hay despedidas que debieran darse poco después de la llegada porque los huéspedes se resisten a irse mientras persisten los homenajes y las repulsas. Para intentar distinguirlos habría que entender si los que aplauden están ovacionando a los que protestan, pero el gran asunto es el gasto público. ¿Será verdad que todo el que tiene manía persecutoria es porque le persiguen?

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La retirada amarilla para retirar o aprobar unos nuevos Presupuestos está bloqueando a los contables que quisieron juntar, por su cuenta y razón, el gran desbarajuste. Hay no solo división de opiniones, sino división de opciones, pero el decreto-ley del Gobierno solo requiere mayoría absoluta parlamentaria. Cuando Borges dijo que la democracia era un «abuso de la estadística», no solo se jugó el Nobel sino la duradera inquina de los que creen que discrepar debiera estar prohibido.

El Gabinete de Sánchez, que no se asombra de nada, asegura que está atónito por el endurecimiento de la posición de Podemos, pero Pablo Iglesias nunca ha engañado a nadie, ni siquiera a los que se llaman a engaño. Lo cierto entre tantas dudas es que se ha producido una avalancha de peticiones para retirar los lazos amarillos después del acoso del Govern. Los que no somos partidarios del Govern lo que más tememos es que haya tantos que lo sean sabiendo lo que les espera. No es Torra, sino Puigdemont, que lo usó como jinete sabiendo que el caballo es suyo y no va a riendas sueltas, sino a la independencia, que es su objetivo.

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