Policía y sociedad

Valoramos a los cuerpos policiales en tanto nos dan seguridad pero cuando un agente se extralimita, protestamos, y lo hacemos enérgicamente, con razón

Javier Elzo

Catedrático emérito de Sociología. Universidad de Deusto

Jueves, 25 de junio 2020, 23:18

El video del agente de Policía de Minneapolis Derek Chauvin (ya exagente) que provocó la muerte por asfixia de George Floyd, durante 8,47 interminables ... minutos, ha dado la vuelta al mundo. Su visión resulta tan insoportable como las escenas de tortura. Quizá esta sea una de las razones principales de las manifestaciones de protesta que la muerte de Floyd ha desencadenado en el planeta. Porque los episodios (y más que episodios) de violencia policial contra los afroamericanos en EE UU y en muchos países de tradición democrática vienen de lejos: Francia, Alemania, España... por señalar los que nos son más próximos. De ahí también la magnitud y duración en el tiempo de las manifestaciones en estos países.

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La cuestión de las relaciones entre la Policía y la sociedad me ha interesado desde mis años de estudiante. Y estas relaciones no son simples. La indignación ante la muerte por asfixia de George Floyd por la rodilla clavada en su cuello por un agente provoca el casi unánime rechazo, indignación y repulsa de la población. Pero no hay que olvidar que, como muestran, entre otras, las encuestas europeas de valores, la Policía es una de las instituciones más y mejor valoradas por la población. En la última Encuesta de Valores para España de 2017-2018, que estamos trabajando ahora en Deusto, solicitados los encuestados por la confianza que conceden a 18 instituciones de diversa índole, la Policía se sitúa en el pelotón de cabeza, concretamente en el tercer lugar, detrás del sistema sanitario y del educativo. Para que se hagan una idea: el 67 % de los españoles dicen confiar en la Policía, el 48 % en el sistema judicial, el 34 % en la Iglesia y el 19 % (el farolillo rojo) en los partidos políticos.

¡Claro!, se argüirá, valoramos la Policía en tanto nos da seguridad (y cuando hay sucesos violentos reclamamos a los gobiernos mayor dotación policial), pero cuando algún policía se extralimita, protestamos, y lo hacemos enérgicamente, con razón. Pero denostando, con demasiada frecuencia y por demasiadas personas, a la Policía en su conjunto. Además, con una exposición mediática buscando lo más impactante.

Uno de los cursos, en Lovaina, a comienzos de los años 70 del siglo pasado, que más huella me dejaron fue el del profesor Paul M. G. Levy, que luchó contra el rexismo, grupo pronazi de Bélgica. De él aprendí que la 'verdad' como principio de acción política y el concepto de 'soberanía' (sobre todo, si se pretende absoluta) eran unos polemógenos, a excluir de toda gobernanza de la sociedad. Y en la Europa del futuro le preocupaba, y mucho, cómo sería la Policía de la UE. Pero ya tenemos un Tribunal de Justicia Europeo, aunque pena para imponerse a la justicia de los estados miembros (otro de los lastres del concepto de soberanía), pero no hay una Policía europea. Ni apenas se reclama.

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El profesor Levy estaba muy preocupado por la formación de los policías (preocupación que compartía el profesor y fundador del Instituto Vasco de Criminología, Antonio Beristain, cuando se instaló la Ertzaintza en Euskadi), por cómo se realizaba su selección, por que tuvieran un salario digno, más aún un reconocimiento social, por cómo se ejercía y controlaba su actuación... Y añadía: «No me basta que sean los jueces quienes los controlen, pues entre ellos, jueces y policías, hay y habrá siempre más que piques. La idea de que los jueces devuelven a la calle a delincuentes reincidentes en delitos menores, aun con pruebas suficientes de sus delitos, provoca auténticos cabreos en no pocos policías, y en bastantes ciudadanos de edad avanzada», apuntaba ya Paul M. G. Levy. Lo que la realidad actual confirma con creces.

¿Qué concluir? Tras reafirmarme en lo que aprendí en Lovaina, añadiría tres cosas. Es preciso que los malos tratos policiales sean juzgados lo antes posible. Acabamos de saber de vejaciones racistas desveladas en un audio de los Mossos d'Esquadra en Manresa, pero que provienen de hace un año. El caso de Íñigo Cabacas tardó seis años en sentenciarse. El Informe Torturas y Malos Tratos en el País Vasco (1960-2014) de 2017, llevado a cabo en el instituto que creó el profesor Beristain, duerme en algún cajón.

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En segundo lugar, subrayar que hay policías y policías, incluso en el mismo cuerpo. Toda generalización es abusiva. Lo acabamos de ver en EE UU con policías arrodillados pidiendo perdón. Así como hay manifestantes y manifestantes. Los que salen a la calle para manifestar su protesta por esto y aquello, y los que salen a la calle a saquear, romper vitrinas, quemar contenedores y tirar piedras a la policía. Aquí tampoco vale la brocha gorda. Más todavía, Se impone, particularmente en los medios, la brocha fina de la ecuanimidad, mesura y fiabilidad. Ante estos casos, al menos, los medios debieran detallar con pelos y señales sus fuentes.

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