Proponernos compartir un compromiso. Fue lo que hizo ayer Iñigo Urkullu, lehendakari del Gobierno vasco y por tanto máximo representante del Estado en Euskadi, tras ... insistir en que la situación de la pandemia es lo suficientemente alarmante como para merecer la prórroga del estado de alarma. Con la presión asistencial que sufren los hospitales aún demasiado alta, entramos al parecer en «tres semanas cruciales» por el lado de la salud colectiva. Esa situación justificaba que ayer usted tuviese prohibido salir de su municipio o poner un pie en la calle a las diez y un minuto de la noche y justifica que a partir de esta medianoche la autoridad le proponga no estar en la calle a partir de las once o no organizar reuniones de más de cuatro personas. Son recomendaciones. Usted verá. «Autorresponsabilidad», pide el Gobierno vasco.
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A la autorresponsabilidad, es curioso, hemos llegado por la irresponsabilidad de unos gobernantes que han alcanzado lo que parece el último tramo de la pandemia con una única certeza: que las decisiones difíciles las tome otro. De ese modo, la política ha terminado pasándoles el marrón a los jueces y el Estado compuesto se ha convertido en un Estado de ahí te las compongas. Ni siquiera en Moncloa, donde dicen que se ve el Estado como se ve un paisaje, parecen importar las consecuencias. Por ejemplo, que el desbarajuste provocado por esta avalancha de mediocridad y tacticismo tense las costuras constitucionales hasta poner en duda que en este país se garantice la seguridad jurídica.
Por supuesto, la conclusión que saca el ciudadano es que la pandemia ha terminado. La parte peligrosa al menos. Ahora se apela a la responsabilidad de la sociedad. Es un extra paternalista. La sociedad es responsable de un modo constante y bastante masivo. Del mismo modo que a partir de esta noche veremos montones de comportamientos irresponsables, porque la sociedad es también compleja y variopinta. A ese respecto, estaría bien saber si estas semanas de cálculos, regates y secretismo, si este resolverlo todo constantemente mal y a última hora, no funcionará sobre la sociedad como el movimiento violento y reiterativo sobre una botella de champán. Transformando en inevitable el estallido, quiero decir.
VILLAREJO
Peligro, adjetivos
Me siento algo griego. Pero no como Protágoras, sino como los griegos modernos que llegan a la Plaza Sintagma y se pegan con la Policía. Pues eso: siento furia cuando frente a mí se ensancha el sintagma. Sobre todo, el nominal. Cuando un político dice por ejemplo que se pasa al 'periodismo crítico'. Es como escucharle al bacilo de Koch que se hace médico. Y la demostración de que el adjetivo miente: el periodismo es crítico como la democracia popular no es democracia y la autoridad rara vez es competente. Pues nada: inteligencia empresarial. Creía que era una forma cursi de decir lo obvio: las empresas actúan mejor cuanto mejor entienden la realidad. Sin embargo, ayer los grandes directivos Brufau y Fayné abrieron en su declaración por el 'caso Villarejo' la posibilidad de que el término se refiera también a pagarle una fortuna a un excomisario turbio y temible para que espíe a un rival. Todo al máximo nivel. Al nivel ejemplar.
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PARTIDOS
Siete crítico
Vemos a políticos que dejan sus partidos y partidos que intentan largar a sus políticos. Muy mal. La disidencia es una oportunidad. Aprovechémosla. El PSOE debería sentar a Leguina y Redondo en un palco de Ferraz para que insultasen desde allí a los dirigentes actuales. Con González y Guerra ya sería fabuloso: el tendido 7 socialdemócrata. En Ciudadanos en cambio no deberían dar de baja a Marta Rivera de la Cruz. Nunca. Por más que insista. El del registro contestándole siempre que el Partido Demócrata nunca habría dejado marchar así a JFK.
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