Un informe de la Federación de Mujeres Jóvenes concluye que el 22% de las mujeres que tuvieron citas en Tinder fueron «forzadas a tener una ... relación sexual mediante violencia explícita». La noticia es increíble. Y no me refiero a que las mujeres jóvenes estén federadas. Lo increíble es que Tinder siga abierto si es un sitio donde casi una de cada cuatro usuarias es violada. El informe se basa en setecientas encuestas y hay una pregunta que llama la atención: «¿Has sufrido algún tipo de violencia sexual en una cita de Tinder?» Un 11,5% de las encuestadas responde que sí. Ya son muchas, pero las autoras aclaran que el dato «aparentemente optimista» cambia cuando se hacen «preguntas más específicas». Por ejemplo, si el hombre «utilizó la violencia explícita» para forzar una relación. Es prácticamente la misma pregunta pero ahora tiene un 22% de respuestas afirmativas. Misteriosamente, también es una pregunta que no llega acompañada de otras que urge aclarar, como cuántas relaciones no deseadas llegaron realmente a forzarse y cuánta gente ha terminado en la cárcel después de eso.
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Dejando a un lado el espíritu del estudio, Tinder es peligroso porque es una app para citarse con desconocidos. Y porque en teoría el anonimato en internet favorece la libertad, pero en la práctica aviva los peores instintos. Sabemos que, si una joven pone su foto en un foro para vender un sofá, es muy probable que reciba al instante mensajes que van de lo agresivo a lo desequilibrado, pasando por todas las escalas de lo baboso. Y sabemos que es inaceptable, pero no si es evitable. Lo significativo es que Tinder no es tanto un recurso utilizado por gente de cierta edad que queda fuera del mercado sentimental como uno usado por jóvenes que viven rodeados de otros jóvenes pero han interiorizado que las parejas, como las hamburguesas, se piden con el móvil.
Atención al momento porque el progresismo feminista señala como vemos las apps de citas mientras el liberalismo de Ayuso, pongamos por caso, habla cada vez más de limitar el acceso a la pornografía. Se trata de una alianza insospechada que converge en un punto peliagudo: regular esa mezcla de 'Far West' y laboratorio de experimentación humana que es, entre otras cosas, la Red.
Madrid
Voltaje ético
Menudo día ayer por el lado de la autoridad moral y el consumo energético. Primero se supo que Enrique Ossorio, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, es beneficiario del bono térmico pese a ganar más que Ayuso y tener un patrimonio millonario. El hombre lo aclaró. No es que necesitase ayuda para calentar el chalé y las caballerizas, sino que es padre de familia numerosa y tiene derecho a la bonificación. Imagínense Mónica García. «Indecencia», diagnosticó. «Falta de ética pública». Y exigió la dimisión de Ossorio hasta que se supo que ella tiene la luz a nombre del marido y también recibe el bono. Desde luego, la protección de datos funciona de miedo. ¿A que nos empiezan a aflorar políticos de detrás del escudo social? La ministra Ribera anunció ayer mismo que va a cambiar lo de los bonos, al enfrentarse a otra de esas cosas que un Gobierno no puede prever: la existencia de gente con tres hijos que gane bien.
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Bonoloto
Lo probable
Lo de la Bonoloto es increíble. La repetición en dos sorteos consecutivos de la misma serie, con un solo número de diferencia y con idéntico complementario y reintegro. La posibilidad es de uno entre más de tres millones. Pues ha sucedido y Loterías del Estado garantiza que no hay nada raro. Solo pasó algo muy improbable. La realidad es así. Hubo un paisano en Virginia al que a lo largo de su vida le cayeron siete rayos encima. Parece que la probabilidad de que te caiga un rayo es de uno entre un millón. A partir del tercero, te acostumbras.
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