Jóvenes y memoria

Sin embargo, Miguel Ángel Blanco era alguien que coexistía sin el menor problema hasta que le arrebataron la existencia pegándole dos tiros en la cabeza. A los jóvenes se lo explican en la escuela bajo tutela gubernamental. Y está bien, pero no es probable que les expliquen también que, tras el crimen, el PNV tardó un año en irse con la izquierda abertzale a Lizarra y el PP y el PSOE tardaron dos meses en reprocharse en los términos más gruesos la «capitalización» del espíritu de Ermua. ETA tardó dos meses en atentar de nuevo, con un coche bomba, contra un policía en Basauri. Se llamaba Daniel Villar y lo quemaron vivo. Uno de los informantes de ETA se llamaba Kepa del Hoyo y murió en 2017, en la cárcel, de un infarto. Se le hizo un homenaje multitudinario en Galdakao. «Han matado a un abertzale», dijo Otegi. Hay miles de historias así y los jóvenes no las recordarán: las descubrirán estupefactos. No todos, claro, pero algunos, los mejores, lo harán por sus medios y por necesidad, leyendo, reabriendo archivos, cruzando testimonios, buscando en las hemerotecas los datos y quizá sus propios apellidos. Después se dirigirán a sus padres, puede que a sus abuelos, pero no con ideas catecumenales, sino con preguntas difíciles. ¿Y tú qué hiciste?

Me pasa con la crisis económica lo que a los redactores de 'Rockdelux' con las bandas emergentes: ahora que habla de ella hasta el Gobierno, me la tomo menos en serio. Es un error. Lo que hay que hacer es dar por seguro el cataclismo y largarse en consecuencia de vacaciones. No importa que el sector turístico haya incrementado sus precios y la felicidad salga más cara. El verano va a ser pletórico, alocado, suntuoso. Con los hoteles llenos y las terrazas de los paseos marítimos a rebosar. Lo que no termino de entender es por qué, si todo se va a hundir cuando la gente regrese de las vacaciones, no hay un estadista con altura de miras que prorrogue el verano indefinidamente y prohiba a la población abandonar la playa, aminorar con la sangría y el furor viajero, como ya se nos prohibió en marzo de 2020 salir de casa.

Están sacando civiles de entre los escombros de un edificio residencial bombardeado por los rusos en la ciudad ucraniana de Chasiv Yar. Algunos están vivos y otros no, pero ya no le damos tanta importancia a los detalles. Hubo un tiempo en el que seguíamos en los mapas, al milímetro, cada avance de la guerra de Ucrania. Eso va quedando atrás y es peligroso porque Ucrania depende de la solidaridad de sus aliados, gobiernos sometidos a su propia opinión pública. Mientras tanto, escuchamos a disidentes rusos explicar que estos días en Moscú la gente solo está preocupada por el precio de los vuelos para las vacaciones. Hacer la guerra sin el menor contrapeso de la sociedad civil es el sueño húmedo del autócrata.