La fiesta ha estallado por fin en Bilbao. La lectura del pregón y el tradicional lanzamiento del txupin han dado el pistoletazo de salida a nueve días de alegría y diversión, que permitirán aparcar las angustias acumuladas desde su última edición. Se trata de la Aste Nagusia más esperada tras su forzosa suspensión durante dos años a causa de la pandemia y las férreas restricciones que esta impuso a la vida social. Su celebración es la prueba más visible del regreso a la normalidad desde que el covid empezó a estar bajo control. Las ansias por disfrutar de nuevo del más de medio millar de actividades que ofrece para todo tipo de públicos llenarán de vida las calles de la ciudad en una Semana Grande que no solo atrae a decenas de miles de visitantes de Bizkaia y del resto de Euskadi, sino a personas de múltiples procedencias que ven en su programación y en el ambiente que genera un aliciente adicional para acercarse a la villa. Su vuelta después de un prolongado paréntesis ayudará a mejorar los espectaculares registros del turismo en nuestro territorio este verano y a pulverizar sus récords anteriores en otra demostración del creciente peso de este sector en la economía vasca.
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Arranca la fiesta en Bilbao
Esas comprensibles ganas de disfrutar deben ser compatibles con el escrupuloso respeto a la libertad de todos. En las fiestas no puede haber el menor resquicio a la vulneración de derechos, sean de la naturaleza que sean, lo que supone la erradicación de las agresiones machistas o de índole sexual y de cualquier expresión de violencia. Incluidos los pinchazos a mujeres, que han suscitado una notable alarma social en las últimas semanas. La vigilancia policial y las campañas preventivas organizadas por las instituciones, con el decidido apoyo de las comparsas, aportan tranquilidad en este sentido. Pero no resuelven el problema por sí solas. La posibilidad de gozar del espacio público en igualdad también depende de la actitud responsable de cada asistente a la Aste Nagusia. De su actitud comprometida para impedir inadmisibles coacciones o ataques contra la integridad individual al amparo de la madrugada o del excesivo consumo de alcohol.
Así será posible que unas fiestas que han despertado una desbordante ilusión sean recordadas por sus atractivas actividades y por suscitar un envidiable clima de felicidad colectiva, sin que ese sabor de boca se vea amargado por indeseables acciones de una minoría ante las que se impone la tolerancia cero.
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