Por suerte, supongo, seres humanos hay de múltiples talantes y talentos. Están los atletas, los aventureros. Los que orientan su vida a alguna actividad científica, ... técnica o artística. E incluso los inquisidores, filósofos, poetas y demás gente curiosa, más o menos pensante y racional. Y luego está esa otra clase de sujetos, no menos curiosos y admirables, a los que sobre todo y más que nada les gusta ayudar a la comunidad. Algunos de los cuales, por cierto, poseen una tan alta vocación de servicio público que acaban transformándose en políticos. Profesionales, de hecho. Su objetivo: mejorar las cosas y, en general, perfeccionar el mundo. Una tarea cuando menos delicada. Por no decir engorrosa, claro.
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En consecuencia, me temo que nunca dispensaremos a este espléndido colectivo de personas magnánimas la gratitud que realmente merece. Con tristeza lo digo. Ahora bien, pongámosles límites. Por el bien de todos. Es mi humilde propuesta. Premiemos, de algún modo (con ovaciones y panegíricos, por ejemplo), las dimisiones oportunas. Las elegantes retiradas a tiempo. ¿Acaso puede haber algo en política más elegante y distinguido que una dimisión oportuna o una honesta retirada a tiempo? Yo creo que no.
La semana pasada dimitió la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, una mujer relativamente joven. Al parecer, llegó al poder embarazada y tras algo más de cuatro años compaginó la crianza de su bebé con el Gobierno de su país. Admirable, sin duda. No obstante, un buen día se dio cuenta de que ya no podía más. Así que convocó una rueda de prensa y dimitió. ¿No es maravilloso? Lo es, sí. Vale. Sin embargo, no debería serlo.
Todo el mundo ha elogiado muchísimo la nobleza del gesto y tal. Pero, qué pocos la imitan. Porque, por otra parte, qué triste desazón para la ya de por sí sufridora ciudadanía tener que contemplar reenganches sucesivos de algunos remolones que vegetan en sus escaños con flagrante impudor, por no decir otra cosa. La política no puede ser un recurso profesional. Eso es muy peligroso. La política, sencillamente, debería ser una dedicación temporal, una comisión de servicios con un límite máximo. Trabajas para la comunidad durante unos años, pero luego vuelves a lo tuyo. La política no debería ser el 'modus vivendi' de ningún vivales. Los que más se reenganchan son los que no son nada, los fatuos. Van ahí para ganar dinero. Y eso debería empezar a verse como algo deshonesto. Con lo bonito que es dimitir. Qué pocos lo hacen. Con lo bien que queda decir: 'He dado lo mejor de mí y ahora dejo paso a otros', como ha hecho Jacinda. Qué pocos, qué poquísimos.
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