Si eres capaz de percibir el vacío y el absurdo de la existencia, no debes preocuparte: eso significa que eres muy inteligente. Puede preocuparte ser ... tan inteligente, pero esa ya es otra cuestión. Como no me ha tocado la lotería y últimamente tengo la sensación de que todo me va mal y es absurdo, pienso en el rey. En el rey Felipe, quiero decir. El hijo. Y pienso, concretamente, en su papel. Ya me entiendes. En lo que tiene que hacer, en lo que se ve obligado a hacer, le guste o no, porque está escrito en su papel. Que a menudo deviene en papelón, me temo. Mañana saldrá otra vez ahí y tendrá que recitar su discurso anual protocolario. Ya sabes, el discurso sobre la importancia de estar juntos, ser buenos y ayudarnos entre nosotros, la pandemia, la igualdad ante la ley y todo eso. El discurso redactado e hipercorregido por expertos publicistas conscientes de que será meticulosamente analizado por astutos exégetas. O sea, que soltará su discurso, le guste o no. Que puede que no, ojo. Y esa es su vida.
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Me pregunto: ¿Qué le retiene? ¿Por qué no se va lejos? Yo lo veo como atrapado en un personaje de ficción, ¿tú no? No entiendo por qué no escapa. Su vida y la de su familia sería mucho mejor. Hiciera lo que hiciera, ganaría mucha pasta. ¿Por qué no lo hace? Es absurdo. Siempre damos por hecho que el rey va a estar dispuesto a representar ese papel encantado. Pero ¿tú lo harías? Ser rey ya no es lo que era. En ningún sentido. A lo mejor está harto y no lo sabemos. A mí no me extrañaría. Alguien debería acercarse a él y preguntarle si está bien. Si quiere seguir. Pero ¿qué va a decir? En fin, seguro que diría que es para él un honor y todo eso.
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