E. C.

Fantasía

Desde hace unos dos años, cada mañana, al despertar, antes de ponerme los calcetines, antes incluso de ponerme el alma, me digo: «hay que echarle ... fantasía». Después, desayunando, me lo vuelvo a decir justo al apurar el último traguito del café. Y luego, durante el día, me lo voy repitiendo las veces que haga falta. A demanda. Con cariño. Qué más da. Deduzco que se va a convertir en mi lema para lo que me queda de vida. Hay que echarle fantasía. Lo comento, sin más, por si alguien quiere compartirlo. Porque la gente está un poco mustia. Me lo viene diciendo mi mujer, que tiene mucho olfato. Siempre utiliza esa palabra: mustia. Y a mí me hace gracia. Aunque estoy completamente de acuerdo, claro.

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Todos estamos un poco mustios. No digo deprimidos, no digo desesperados. Digo mustios. Y puede que sea por la pandemia. O sea, seguro que lo es. Pero todos lo hemos notado. Y lo seguimos notando. «Tengo la energía social baja», decía hace unos días una famosilla pizpireta. Como si le sorprendiera, sin llegar a preocuparle mucho: como si fuera algo que solo le pasara a ella. Pero es general. Salimos menos. Vamos menos al cine y a los bares. Estamos con menos gente. Nos apetece menos enredarnos en planes, en relaciones, en rollos. Lo curioso de la cuestión es que, ademas de notar claramente esa merma de la energía y la interacción social, tanto en nosotros mismos como a nivel general nos preguntamos si esto tendrá algún día vuelta atrás. ¿Tú no te lo preguntas? Todos nos lo preguntamos. Y ¿por qué nos lo preguntamos? Pues porque sospechamos que la respuesta es no. Y, en el fondo, porque sabemos que la respuesta es no. Pero no nos lo queremos creer.

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