Me van a perdonar ustedes, pero el 14 de febrero, día de los enamorados o día de San Valentín, me pone de los nervios. Una ... tiene la impresión de que los ciudadanos del lado iluminado del mundo se hubieran puesto de acuerdo para legalizar al hortera que todos llevamos dentro. Afortunadamente España no se encuentra entre los países que inundan los escaparates de lazos de tules y corazones de chantillí con fresas, pero con el tiempo esto será un festín de glotonería amorosa de cuarta regional. Somos de los que aceptamos la globalización sin cuestionarnos nada y celebramos el amor en cuanto aparece, aunque no sea febrero. Convivimos bastante bien con cualquier disculpa que nos ofrezca el mercado, pero todavía no hemos olvidado nuestra costumbre de al pan, pan, y al vino, vino.
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En el resto de Europa, o en Estados Unidos, el día de los enamorados se entiende mejor. Ellos no van por la vida pregonando su intimidad, son más de gestos representativos, de demostraciones previstas, de formalismos. Y además tienen un promedio de divorcios muchísimo más alto que los meridionales, pero no creo que permanezcamos en nuestro caos mucho tiempo. Los analógicos que escribían cartas de amor no han sobrevivido a la tecnología y al consumo y andan perdidos en el laberinto del tiempo.
Lo de San Valentín, olvídense, es una de esas leyendas que no tienen base histórica clara, pero como todo lo bendecido es conveniente, ahí nos enviaron a ese santo del amor para patrocinar el sentimiento que marca la vida. Está comprobado que es el hombre el que tira de tarjeta para ese día 'sorprender' a su enamorada. Los hombres de mi generación acostumbraban a olvidar las fechas señaladas, los cumpleaños, los aniversarios, así que los comerciantes decidieron recordarles que las emociones eran importantes. Yo tuve un enamorado que a los veinte años me regaló una caja de bombones con forma de corazón a la que adjuntó unas rimas de Bécquer. Improvisé una cara de sorpresa y admiración, pero mis tripas me advirtieron de que aquel chico era peligroso.
Estas demostraciones comerciales son al amor como una fanfarria a una orquesta sinfónica. El amor hay que tomárselo en serio, cuando llega arrasa con todo y una o uno hace cualquier bobada o zalamería porque se siente el rey o la reina de esas misteriosas hormonas que provocan la tontera amorosa. El año deja muchos meses para amarse sin corazones ni bombones y la mayoría prefiere enamorarse sin calendario.
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