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Ilusión democrática

Sería genial una sola palabra para designar las emociones que nos embargan en Navidad

Sábado, 23 de diciembre 2023, 00:02

Hay un placer casi secreto al leer a quien conoce la lengua y la ama. Trate el tema que trate, quien escribe escoge las palabras, ... utiliza una voz precisa, modera los adjetivos y no se pasa con los adverbios porque quiere que le entiendan, que le lean y que le amen un poquitín. Si hay un terreno donde la libertad campa por sus respetos es en las páginas de una novela o en un poema. Los esquimales tienen más de cuarenta palabras para hablar de lo que para nosotros es simplemente «nieve». Para ellos la nieve es la presencia más determinante en su vida. Por esa regla de tres, nosotros deberíamos tener muchas más palabras de las que utilizamos para definir esto que llamamos Navidad y que se produce repetidamente, año tras año, pandemia o guerra mediante, cada mes de diciembre. Sería impresionante tener una palabra que diera significado a las diversas emociones que nos embargan en Navidad. Lotería, gastronomía, familia, calles, luces, generosidad o estupidez.

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No es simple concentrar en un solo vocablo lo que te hace sentir la matraca de publicidad de perfumes, las tracas que tu vecino monta en la ventana en Nochevieja o la cogorza que pilla más de uno. No me caracterizo por tener un espíritu navideño a pesar de que me uno a la prole, enciendo mis luces, me tiro el día cocinando y me gasto el presupuesto en regalos. También lloro con las uvas, pido deseos y compro lotería. Lo hago porque negarte es una tontería. Tarde o temprano, vendrá alguien a desearte feliz Navidad con los ojos húmedos y te sentirás culpable. A lo que me resisto con uñas y dientes es a vestirme con brilli brilli, y a leer los textos manidos que a mis colegas les da por escribir en estas fechas. No diré el nombre y tampoco citaré la fuente, pero ha caído en mis manos un texto entusiasta que habla de la ilusión navideña. A estas alturas, y como decía un famoso anuncio, acepto pulpo como animal de compañía, pero mi colega calificó este devaneo de la felicidad como la ilusión más democrática que existía, y ahí se me fundieron los plomos.

Estoy a dieta de verborrea política, he restringido la ingesta de telediarios y tertulias políticas y gracias a Dios ya no insulto a la pantalla cuando me devuelve la imagen de algunos próceres de la patria. Pero esta avidez por colonizarnos, este empecinamiento lingüístico por conquistar hasta el último recodo de nuestra vida es agotador. Corremos el riesgo de que un día de estos alguien diga que hacer el amor es progresista, cocinar no es empoderante o irse a la peluquería es de ultraderecha.

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