El sentimiento trágico de la vida está ahí, eso es innegable. Y está bien. La tragedia nos encanta, es espectacular, es conmovedora. El teatro griego, ... por ejemplo, es sobrecogedor. Todos nos ponemos muy trágicos, a veces. Con mayor o menor motivo. O sin motivo alguno, claro. Pero no hay que olvidar la parte divertida. La vida también puede ser divertida, según cómo la mires. En especial, si la miras con buenos ojos.
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Verás, resulta que tengo que ir corriendo a casa de mi cuñado porque ha sufrido un accidente casero y se ha fracturado algo importante, creo. Así que allá voy. En fin. Vive solo, el viejo y entrañable muchacho. Algo mayor que yo, no obstante. Y desde hace unos meses está obsesionado con acondicionar la casa para el invierno. Se ha vuelto un poco tarumba, ya sabes. Claro, esperaron a que acabaran las vacaciones de verano y en seguida empezaron a meternos la tralla de la crisis energética. Mucha tralla. A diario, pumba pumba. Sin parar. Y sí, todos la aguantamos. Qué remedio. Pero a algunos les afecta más que a otros. Porque hay gente sensible a la que la intensidad y reiteración de las alarmas puede llegar a asustar muchísimo. Como mi cuñado, sin ir más lejos. El hombre ha aislado la casa totalmente. Ha forrado las paredes con lana. Ha puesto ventanas con triple cristal. En el suelo, igual: tres capas de no sé qué. Todo muy eficiente. Dice que no va a encender la calefacción ni un solo día. Y es muy capaz, lo sé. Dice que con dos chaquetas y un gorro se aguanta bien. Que yo sepa, tiene por lo menos dos gorros.
Vale, todos hemos entrado un poco en pánico ahorrativo. A la fuerza. Y es verdad. Era preciso. A mí me parece bien que empecemos a reducir y a apagar luces. Por supuesto. Pero algunos, como mi cuñado, son radicales. Ya me entiendes. Estaba subido a una escalera porque quería sacar la persiana para forrarla bien. Y se ha caído, claro. Y se ha debido de pegar un golpe porrazo. O sea, que hay que llevarlo al hospital lo antes posible. Iba a preguntarle si le ha dado un mareo, pero qué más da. Al final, lo inmovilizan en la camilla y lo bajan por las escaleras. Sin más, pero bueno. Una vez montados en la ambulancia, podemos hablar con más tranquilidad. Pero ¿qué estabas haciendo subido a esa mierda de escalera?, le pregunto. Y me dice: voy a poner burletes. ¿Que vas a poner burletes?, le digo. Y me dice: sí, por todo. Eso dice. Y así va pasando la vida.
Yo creo que los que fabrican burletes se van a forrar. Seguro que voy mañana a comprar burletes y ya no hay. Vivimos en un mundo al borde del colapso. Lo raro es que no colapsemos más a menudo.
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