La ceremonia de la estupidez

Martes, 28 de julio 2020, 23:46

Se podía haber hecho mejor. Sólo era una cuestión de cumplir con normas muy básicas, amparadas todas ellas bajo los valores de la solidaridad y ... la empatía. Nada más. Pocas veces se le pide al ciudadano una implicación directa y activa. Esta vez era muy importante. Vital. Sin embargo, nada ha salido como estaba previsto. Ojos que no ven, corazón que no siente. Así nos va.

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No sólo han sido los adolescentes, ni los jóvenes pubertizados de más de veinte. Hemos sido muchos, de toda edad y condición. Bajo lemas tales como «¡No vayamos a amargarnos!»; «Más gente muere de cáncer» o «¡Que se queden en casa los viejos!», muchos han demostrado que su capacidad para tolerar la frustración es mínima. Los adolescentes, por su parte, se han parapetado en la idea de que su hormonal etapa no merece ser sacrificada por nada ni por nadie, olvidando así que muchos de los «viejos» que han fallecido se dejaron su adolescencia por el camino y que, si ellos se la gozan en las calles, es porque muchos de los que han sufrido en las UCIs salieron a las mismas calles a luchar por una libertad que sus nietos, malos pagadores, no han sabido gestionar.

Pero tras los adolescentes han aparecido el resto. De treinta, cuarenta, cincuenta años… Incapaces de controlar sus apetencias han demostrado, demostramos, que la memoria es frágil y que las más de 44.000 muertes provocadas por el Covid-19 nos importan un pimiento. Donde esté una cerveza fría con amigos… ¡Carpe diem!, proclamamos de forma zafia e ignorante. Aunque en el fondo, a lo que de verdad asistimos es a una ceremonia vacua, la de la estupidez. Una pena. Podíamos haberlo hecho mucho mejor. No era difícil.

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