Un año después de que irrumpiese en nuestras vidas un coronavirus conocido como SARS-CoV-2, no sabemos con certeza cuántas vidas se ha llevado ... por delante la maldita enfermedad, o cuándo se prevé que pueda vacunarse cada cual contra el virus igualmente maldito, pero sí a qué porcentaje de la población le ha dado un miedo invencible, decisivo, todo esto que nos sucede. La verdad es que es muy curioso. Como si de pronto se aplicase todo el potencial analítico a la pura abstracción. El dato resultante es asombroso y lo ha obtenido el CIS a su manera. Un 23,4% de la población ha sentido «mucho o bastante miedo» a morir por coronavirus. La pregunta resultante es inmediata: ¿pero qué diablos es el miedo? ¿Y cómo se mide eso?
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Yo no sé por qué me acuerdo al instante del grandísimo Kid Tunero, el caballero del ring, el boxeador cubano afincado en Barcelona que salía a pelear en los años treinta contra gente más que peligrosa y no es que estuviese tranquilo o sonriente, sino que se mostraba cortés, apacible, educadísimo. Hemingway, que definió la valentía como elegancia bajo presión, estaba alucinado con aquel peso medio que mereció ser campeón del mundo y que a cambio terminó siendo algo incluso mejor: una leyenda. «Recto, lacónico, sencillo, simple y puro como el pan o como el oro». Así describió Hemingway a Kid Tunero. Supongo que recuerdo todo esto porque, como cualquiera, conozco a un montón de gente que, por edad o historial médico, tiene motivos para temer muy en serio al coronavirus y lleva un año dando una exhibición de templanza y buen ánimo. Elegancia bajo presión. Me acuerdo, por ejemplo, de cómo eran aquellas mañanas de supermercado en lo más oscuro del primer confinamiento. Mucha gente extremaba a ojos vista la simpatía y la tranquilidad con la evidente certeza de que no hay nada peor que alimentar el pánico en medio de una emergencia.
A mí me parece que el CIS debería matizar, perfeccionando lo científico con lo humano y estableciendo que, si uno de cada cuatro españoles ha tenido miedo de morir por coronavirus, uno de cada cuatro españoles lo que está haciendo es echarle a todo esto un valor importante. Un año después, se merecen una vacuna. O un cinturón de campeón del mundo. O un poco de respeto. Pero mejor una vacuna.
VILLAREJO
Catarsis con cola
A Villarejo hay que anotarle el mérito de que ni poniéndose un parche en el ojo se parece a John Ford, Moshé Dayán o Nick Furia. Él solo consigue parecerse a uno de esos corsarios a los que sus compañeros abandonaban en una isla porque su comportamiento era demasiado inadmisible incluso para un barco pirata. Que la fiscal general del Estado se reúna con el entorno de alguien así según sale de la cárcel podrá explicarse como se quiera pero seguirá siendo impresentable. A menos de que ya no quede una sola autoridad en España que tenga alguna idea de lo que implica la dignidad del cargo, la ejemplaridad que se le exige a todo aquel que tiene altas responsabilidades y por tanto privilegios. Hubo que ver al parcheado Villarejo aprovechando la salida del talego para meter miedo con sutileza de matón. «Quieren una catarsis», dejó caer. «Pues de acuerdo». Ya lo ven, de repente el país debe soportar que le amenace en griego un tipo que probablemente cree que Aristóteles es el nombre de un bar de carretera.
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ARMAS
Apisonar mal
Igual se da por hecho con excesiva facilidad que hay en Moncloa un gabinete de estrategia y propaganda del máximo nivel que está capitaneado por Iván Redondo y es capaz de las operaciones de imagen más letales y sofisticadas. Lo digo porque ayer el presidente del Gobierno convocó sin previo aviso a un aplastamiento público de las armas que quedaban por ahí de ETA y el GRAPO, dando a entender que la democracia vencía al fin al terrorismo, o vaya usted a saber qué. Al acto no fueron ni los expresidentes, ni la oposición, ni los exministros del Interior ni las asociaciones de víctimas, ni la parte del Gobierno que es de Podemos. Al acto, en fin, alguien llevó las armas un poco de milagro. El presidente Sánchez, eso sí, se marcó un discurso de alta temperatura moral y le aplaudió una gente por lo general muy partidaria que en muchos casos no sabía dónde mirar. Entre nosotros, con la enorme maquinaria de Moncloa a tu servicio, tampoco es fácil organizar un ridículo semejante. Es que la apisonadora ni siquiera pareció apisonar demasiado las armas de los extintos grupos terroristas. Apenas pasaba por encima. Las dejaba tal cual.
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