El Gobierno aplaude una votación en el Congreso. EFE
Entre Líneas

Un salvavidas en la agonía

Europa ha lanzado un balón de oxígeno en auxilio de Sánchez al avalar la Ley de Amnistía

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 16 de noviembre 2025, 00:01

La legislatura ha recibido esta semana un balón de oxígeno desde Europa. El informe del abogado general del Tribunal de Justicia de la UE favorable ... a las cuestiones esenciales de la Ley de Amnistía constituye un notorio espaldarazo a la estrategia del Gobierno de Pedro Sánchez en un momento crítico en el que la reiterada escenificación de la ruptura por parte de Junts coloca al Ejecutivo a los pies de los caballos, en minoría parlamentaria, con una mayoría del 'no' en el Congreso que tampoco se pone de acuerdo en una moción de censura constructiva.

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El movimiento de la UE, aunque no es vinculante, marcará previsiblemente la posición de la Justicia europea y condicionará en un próximo futuro el papel del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional ante una iniciativa ante la que la Justicia española ha mostrado severos reparos a la hora de avalar su aplicación siendo como es, y así lo ha confirmado el abogado general, una propuesta que buscaba un proceso de «reconciliación política y social». Lo que es compatible con que, al mismo tiempo, respondiera a una necesidad táctica de Sánchez: tener los siete votos de Junts para ser elegido por el Congreso y retener el poder. Por eso, el presidente, que vuelve a tender la mano a Carles Puigdemont para mantener abierto un hilo de la negociación pese a la cacareada ruptura, juega con buenas cartas ahora. Contra todo pronóstico al comienzo, el presidente puede al final ganar el partido sobre Cataluña o al menos colocar el debate en un terreno más racional y menos emocional. Que no es poco si partimos de una situación desastrosa en 2017 en la que el fracaso de la política elevó al absurdo un escenario de choque de identidades y de colisión entre el principio democrático y el principio de legalidad.

En buena medida el PP ya no pone énfasis en la cuestión de la amnistía no solo porque considere que el asunto esté amortizado ante la opinión pública. Los populares ahora se centran en el ariete de la corrupción, porque creen que se abierto un boquete de descrédito sobre la izquierda en el Gobierno que precipitará, tarde o temprano, su caída, una vez que los socios dejen de proporcionarle respiración artificial y que la previsible contestación a unos nuevos Presupuestos Generales del Estado van a poner de manifiesto la ausencia real de un margen de maniobra para gobernar.

Además, a Alberto Núñez Feijóo no le interesa tanto poner ahora el foco sobre su tradicional posición en Cataluña, muy crítica con los acuerdos de investidura entre Sánchez y los partidos soberanistas catalanes y que interpreta cualquier movimiento de distensión en un marco de traiciones a la unidad constitucional de España. Al PP le interesa ahora reconstruir un puente de interlocución y confianza con Puigdemont con el objetivo de preparar una nueva mayoría de centroderecha que en este momento se antoja inviable por la presencia de Vox. Y al expresident también le conviene de paso poner nervioso al PSOE, y al PSC. Además de las denuncias de Junts a los socialistas sobre la 'anestesia' en la conciencia nacional catalana -que es su gran reproche- no se puede soslayar que el eje derecha-izquierda sigue muy vivo y que la formación independentista se ha convertido en auténtica correa de transmisión de la patronal Foment del Treball.

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El realineamiento de los independentistas catalanes de Junts con el conservadurismo español es pues una cuestión de tiempo, aunque le vaya a generar serias fricciones internas y puede acelerar una recomposición de este espacio político. El entorno postconvergente vive muy presionado por el rampante fenómeno ultra de Alliança Catalana en los municipios de la Cataluña interior, en donde determinados problemas mal gestionados en relación con la inmigración se han convertido en una bomba de relojería. A la vez los socialistas les disputan un territorio en la centralidad y Esquerra les marca por el espacio soberanista más progresista.

El problema estratégico de esa mayoría de centroderecha se llama Vox. Las encuestas apuntan a una marca al alza, que galopa con fuerza en este momento en el resto de Europa como expresión del malestar, sobre todo de las clases medias que se sienten perdedoras o tienen miedo al futuro. Que compaginen la ultraderecha españolista con el nacionalismo burgués catalán se antoja extraordinariamente complicado ni siquiera bajo una bandera común antisocialista.

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Lo cierto, en todo caso, es que al PP se le plantea un grave dilema a la hora de enfrentarse al 'problema Vox', como se está viendo con la investidura de Pérez-Llorca, el candidato a relevar a Mazón al frente de la Generalitat valenciana que tiene el beneplácito de la extrema derecha. El pacto es una maniobra que puede resultar letal para el PP en un territorio muy sensible.

Pero el el fenómeno Vox va erosionando a la derecha tradicional y se hace fuerte en sectores de su electorado más clásico, no podemos obviar que, a medio plazo, colocará al PSOE ante una disyuntiva perversa si sus votos son necesarios para que en España la extrema derecha no llegue al poder. Sánchez podrá explotar la baza electoral de ser dique de contención de esa marea ultra. Pero podría tener que tomar una decisión si quiere evitar ciertamente que el bloque reaccionario entre al Gobierno, o lo condicione, dejando gobernar al PP en minoría, o con el concurso de Junts y el PNV. Ese respaldo, si se diera, gestaría un gran espacio de contestación en el seno de la izquierda que dejaría a la socialdemocracia convencional muy desgastada a la hora de volver al poder.

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