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Pindio es el adjetivo que utilizan en los Picos de Europa para referirse a las vertiginosas pendientes que abundan en sus tres macizos. Pindias son, por ejemplo, las paredes que flanquean la ruta de El Cares, el sendero más frecuentado en estas montañas. Allí arriba, a unos 1.200 metros de altura, se encuentra la entrada a la canal de Piedra Bellida. Una canal es una especie de pasillo de montaña que si está cubierto de nieve suele llamarse corredor. En el caso del de la Bellida, es un atajo utilizado frecuentemente por los montañeros que recorren el anillo de Picos para pasar del macizo central al occidental sin tener que recorrer más de la mitad de la popular caminata. Y pindia es también la canal de Trea, la subida hacia el otro lado. Ambas forman una 'V' casi perfecta que lleva desde las alturas hasta tocar las frías aguas del río Cares y se remonta de nuevo hacia lo alto.
El anillo de Picos de Europa es un 'trekking' circular -esto quiere decir que se puede empezar por donde se quiera- que recorre estos agrestes parajes. Tiene tres versiones: el vindio, el más corto con 63 kilómetros, recorre el macizo occidental; el 'extrem', con 82 kilómetros, une este primero con el macizo central, y el de los tres macizos, que le suma el oriental. El resultado, unos 120 kilómetros y más de 18.000 metros de desnivel acumulado -las cifras pueden variar por algunas variantes en el recorrido- en los que hay que pasar por los nueve refugios con presencia de guardas de estas montañas. Para hacerse una idea de lo que suponen 18.000 metros de desnivel, es el equivalente a subir 13 veces al Gorbea desde Pagomakurre y bajarlo otras tantas. Todo ello con un terreno mucho menos amable, lo que incrementa, y mucho, su dificultad.
Este es el relato de un recorrido por este último que iba a realizarse en cinco días y al final se completó en cuatro. En total fueron 119 kilómetros con una mochila de diez kilos a cuestas -'contrarrestados' por los seis corporales que perdimos-; horas y horas de caminatas arriba y abajo; largas noches a la intemperie durmiendo en el suelo o sobre una mesa de merendero; infinidad de historias como la de la guardesa que escribe libros infantiles o el hombre que camina desnudo por las montañas; y «algunos de los mejores atardeceres del mundo».
Saco de dormir, bocadillos para el día, barritas energéticas, embutido, 1,5 litros de agua cada uno, ropa de abrigo para pasar la noche al raso, chubasqueros… La mochila pesará unos diez kilos, los necesarios para sobrevivir ahí arriba durante cinco días y echando mano de los refugios cuando sea necesario. Puesta a la espalda, todavía no se nota demasiado. Pero lo hará, es inevitable. Partimos, Jonathan y el que escribe estas líneas, a las 7.55 horas desde Sotres, una localidad asturiana enclavada en las montañas a diez kilómetros de Poncebos.
El camino comienza cuesta abajo hacia las invernales del Texu, unas cabañas ganaderas que abren paso hacia el collado de Pandébano. Tras algo más de una hora de subida de pendiente no muy acusada se llega al primero de los refugios de la ruta, el de la Terenosa. Este año ni siquiera pasamos a sellar porque lo hicimos el pasado y queríamos ahorrar tiempo si queríamos cumplir nuestro objetivo -al final del día veríamos que demasiado ambicioso- de llegar hasta el refugio de Vega de Ario. Para las 10.30 horas estamos a los pies del Urriellu, donde se encuentra el refugio de Vega de Urriellu. Aquí suelen arremolinarse enjambres de escaladores ansiosos por ascender las paredes del Naranco de Bulnes. Agua, café y Cola-Cao, y adelante.
El siguiente alto del camino es el albergue de montaña más aislado de España, el del jou -un jou es una hondonada de grandes dimensiones- de los Cabrones. El nombre deriva de la abundancia de machos cabríos que había en la zona en el pasado. Cualquiera de los caminos que llevan a él suponen unas cuatro horas de caminata. Uno de ellos remonta la canal del Dobresengo, la de mayor desnivel de la Península. Para los interesados, su entrada está muy cerca de Caín y desemboca a los pies de Torre Cerredo, la cima más alta de Picos de Europa. Volvamos a la ruta. Tras charlar con una pareja que el día anterior había hecho una carrera de montaña de 35 kilómetros -ambos iban vestidos, lo que no siempre hay que dar por sentado: el año pasado, en este mismo tramo, nos encotramos a un hombre que recorría las montañas completamente desnudo-, llegamos al filo de la una del mediodía. Con el objetivo siempre presente de llegar a Vega de Ario, comemos en media hora y reemprendemos la marcha. No hay tiempo que perder.
El camino más habitual para cruzar desde aquí, en el corazón del macizo central, al vecino occidental pasa por otra canal, la de Amuesa, que lleva al precioso pueblecito de Bulnes y a Poncebos para enfilar algo más de la mitad de la ruta de El Cares hasta la mencionada canal de Trea. Pero hay alternativa, cómo no, a través de otro de estos pasillos montañeros, en este caso, el de Piedra Bellida. La bajada puede resumirse con una sola palabra: pesadilla. Mejor no entrar en detalles.
Tras dos horas y media de penurias alcanzamos por fin el río Cares. Agotados, vemos que la idea de remontar la pared contigua nos está a nuestro alcance. Habrá que echar los sacos donde se pueda. Tras muchas vueltas, acabamos a medianoche en la mencionada Caín, donde al menos había cobertura y podíamos comunicarnos con nuestras familias. Han sido casi diez horas de caminata y 4.000 metros de desnivel acumulado. El dormitorio, el suelo del puesto de socorro situado a la entrada del pueblo.
Son poco más de las seis de la mañana. Como era de esperar, nos despertamos adoloridos. Solo pensar lo que queda por delante... Tras un desayuno rápido, deshacemos el camino andado por la noche hasta el cartel que indica la entrada a la canal de Trea. No sabíamos bien lo que nos esperaba. Siguiendo el lecho de un río, el camino remonta la pared de la montaña sin apenas descansos. «¿Cuánto queda?», preguntamos a un grupo que bajaba. «Unos 400 metros», responden. «¿Y queda lejos el refugio? A unos 20 minutos tras llegar arriba». La realidad fue muy otra: quedaba, sí, poco menos de la mitad del camino, pero esos 20 minutos hasta Vega de Ario acabaron siendo casi una hora.
Llegamos arriba pasadas las diez de la mañana. Las vistas del macizo central entre la niebla son sobrecogedoras, como sacadas de un cuadro de Friedrich, el paisajista del romanticismo alemán del siglo XIX. Deseando llegar al cercano refugio, el camino se nos hace especialmente largo. Es como si se alejara a cada paso que damos en su dirección, una sensación muy habitual en la montaña: todo está siempre más lejos de lo que parece. El albergue se encuentra en medio de un prado de verde intenso donde las vacas campan a sus anchas. Parece Suiza. Una pareja de Alicante nos cuenta que no habían podido cenar la noche anterior porque se habían quedado sin agua para el hornillo portátil. Suele ocurrir en Picos, donde no abunda el líquido elemento. Una historia más al zurrón.
LOS NUEVE REFUGIOS
La Terenosa Macizo central. 1.300 metros
Vega de Urriellu Macizo central. 1.960 metros
Jou de Cabrones Macizo central. 2.100 metros
Vega de Ario Macizo occidental. 1.630 metros
Vegarredonda Macizo occidental. 1.470 metros
Vegabaño Macizo occidental. 1.432 metros
Collado Jermoso Macizo central. 2067 metros
Cabaña Verónica Macizo central. 2.325 metros
Casetón de Andara Macizo oriental. 1.725 metros
Después de una hora de descanso y de hacer acopio de varios bocadillos -procuramos tener aseguradas siempre las dos siguientes comidas-, decidimos reemprender la marcha. Sabíamos también por los guardas de los refugios pasados que el camino más directo hacia el siguiente albergue montañero, el de Vegarredonda, era complicado, especialmente con niebla. La alternativa, de más kilómetros pero más sencilla, era bajar hasta los lagos de Covadonga, bordear el de Enol y seguir una senda bien marcada. Llegamos a Vegarredonda a las 18.30 horas de la tarde. Al rato lo hizo Héctor, un corredor de trail de Ribadesella que ha llegado hacer esta ruta en solo dos días -el récord es de 17 horas y lo tiene Manuel Merillas, uno de los mejores del mundo en esta especialidad-. Esta vez va más 'despacio' porque tiene rotos un ligamento y el menisco de una de sus rodillas. Le operarán la semana que viene. Falta le hace porque está muy hinchada. Para recuperar fuerzas, decidimos preguntar si había camas para la noche y hubo suerte. De premio, un atardecer de película.
Con otra larga jornada por delante, salimos a las 7.20 horas de la mañana para evitar el fuerte calor que se espera. El primer tramo es una fuerte subida hasta el collado Les Marines que nos lleva casi hora y media. A nuestra espalda, las nubes cubren la costa pero dejan libres las alturas. Tras superar el paisaje lunar del jou de Las Pozas. se llega al refugio sin guardas de Vega de la Huerta, donde se recogen varios escaladores alemanes que han acudido para remontar las paredes de Peña Santa.
A partir de aquí el camino apenas pierde altura hasta llegar al collado del burro. Dos escaladores nos cuentan que ya es todo bajada hasta el refugio de Vegabaño. «La canal de Jidiellu es pindia, más que la de Trea», nos advierten otros dos corredores de trail sobre el paso que lleva al macizo oriental.
Pasadas las dos llegamos al refugio. Llega también Julen, otro de estos corredores de montaña, en este caso guipuzcoano, que quiere completar la ruta en tres días. Cuenta que con el Txindoki a la puerta de casa, lo sube y baja cada dos por tres. También que va con retraso porque la niebla le hizo perderse en los Lagos. Como dormirá en Posada de Valdeón, compartimos buena parte del camino. Nosotros lo haremos en Cordiñanes, dos kilómetros y medio más adelante. 'Dormimos' uno sobre una mesa de merendero y otro en el suelo del aparcamiento situado justo en la salida de la ruta hacia Collado Jermoso.
Llevábamos desde el día anterior pensando hasta dónde llegaríamos en el cuarto día, el penúltimo según el plan inicial. El objetivo era acercarse lo más posible a Jindiellu, la canal sobre la ya íbamos bien advertidos. Pero mi rodilla izquierda, tocada desde el primer día en Piedra Bellida, comenzaba a dar signos de agotamiento. La condromalacia -los cartílagos no amortiguan como deberían- que no me afectaba desde hace años. Ibuprofeno y adelante. La subida al refugio de Collado Jermoso lleva algo más de tres horas y se agradece afrontarla a primera hora del día. Como teníamos previsto, Julen nos alcanza en la Vega de Asotín. Para él es el último día y tiene que acelerar. También para llegar a los Sanfermines con sus amigos. Paso a paso llegamos al refugio, el más antiguo de los Picos de Europa. A los pies de La Palanca y el Lambrión, fue construido allá por 1942 y presumen de contar con «algunos de los mejores atardeceres del mundo». Nos atiende Kris, una de las guardesas que es también escritora de libros infantiles. Jonathan aprovecha para llevarse firmado un ejemplar para su pequeña Arane, que acaba de cumplir cinco meses.
Ponemos rumbo a Cabaña Verónica, el refugio más peculiar de los nueve y el más accesible gracias al teleférico que sube desde Fuente Dé. Es inconfundible: se trata de los restos de una batería antiaérea de un barco de guerra. El camino desde Collado Jermoso no lo es tanto, ya que nos perdimos durante casi una hora. Tras volver a la senda correcta, llegamos a Tiro Casares, un lugar donde se apostaban los cazadores tiempo atrás para acechar a sus presas. Desde allí se ve ya la brillante cúpula grisácea. El camino se me hace especialmente tortuoso en cada bajada por el dolor de rodilla, lo que nos retrasa la marcha. Ni con las pastillas se alivia. Tengo claro ya que no podré subir por Jindiellu. Surge entonces la posibilidad incluso de poner punto y final a la ruta sin pasar por el último de los refugios, el Casetón de Andara, el único ubicado en el macizo oriental.
Finalmente encontramos una 'solución' intermedia: daremos un gran rodeo para llegar a Sotres y de ahí a Andara. Es una ruta que en ocasiones se sigue cuando la niebla aconseja no meterse en mayores berenjenales en esas grandes cuestas. Lo acabamos de decidir en un arrebato a las 21.30 horas de la tarde-noche en Sotres, en el mismo aparcamiento donde habíamos dejado el coche cuatro días atrás. Esta última etapa nos regala un anochecer espectacular. Llegamos a las 23.00 horas. Quique, el amable guarda, nos ha esperado para sellar los pasaportes.
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