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El sherpa Pansang Temba con la ikurriña en la cima del Everest fotografiado por Martín Zabaleta.

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El sherpa Pansang Temba con la ikurriña en la cima del Everest fotografiado por Martín Zabaleta.

El Everest de todos los vascos

Hoy hace 40 años, Martín Zabaleta holló el Everest aupado por todo un pueblo necesitado de referentes que encontró en una ikurriña que sostenía un sherpa en el techo del mundo

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Miércoles, 13 de mayo 2020

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-¡GOR...!

– ¿Campo 2, campo 2, que ha sido eso?– A ver Martín, a ver Martín, ¿dónde estáis?

– GORA EUSKADI ASKATUTA!

– ¿A ver Martín, a ver Martín?

– Aquí Martín. ¡Acabamos de llegar a la cima! Estoy junto al trípode chino.

– Zorionak, Martín. Zorionak...

Zorionak a todos. Ha sido un trabajo de todos: montañeros, sherpas y todos los que nos han ayudado en Euskal Herria.

Eran las tres y media de la tarde del miércoles 14 de mayo de 1980. Un alpinista vasco, el hernaniarra Martín Zabaleta, acababa de llegar a la cima del Everest por primera vez en la historia. Lo había hecho en compañía del sherpa Pasang Temba. Cuando todavía hollar el techo del mundo era una heroicidad.

A 8.000 kilómetros de distancia, el día, fresco y gris, languidecía en Euskadi. Entre los problemas de comunicación y la diferencia horaria, era casi de noche cuando la noticia llegó a los hogares vascos. Y es que en una época en la que las redes sociales no eran ni un quiera, la información circulaba a otros ritmos. La expedición polaca que compartía campo base con los vascos la transmitió a través de su emisora de onda corta a Katmandú. Desde la capital nepalí voló en telex a la sede de Cegasa, quien la distribuyó a los medios de comunicación. Ya en casa, la noticia se extendió como la pólvora por pueblos y hogares creando un sentimiento único. Toda Euskadi se sentía en la cima del mundo con Martín Zabaleta.

Lo que pocos sabían es que todo había empezado mucho antes en la calle Dato de Vitoria. Una tarde de julio de 1969 paseaban por ella Ángel Rosen, Juan Ignacio Lorente y Juan Carlos Fernández. Estos tres amigos que compartían su pasión por la montaña recordaban la primera expedición vasca a los Andes de Perú que habían protagonizado 2 años antes dejando volar su imaginación en planes futuros. De pronto, uno de ellos se detuvo en secó y soltó la frase a los otros dos:«-¡Oye! ¿Y el Everest? ¿Por qué no al Everest?»

El reto ya estaba lanzado. Y al gen vasco de sus dos amigos le faltó tiempo para recogerlo. Minutos después, salían de una librería con una carpeta azul donde escribieron con grandes letras 'EVEREST'. El mayor desafío para el alpinismo vasco iniciaba así su andadura. En los siguientes años llegarían el decisivo apoyo del presidente de Cegasa (Tximist), Juan Celaya, el permiso para 1974, los preparativos y la propia expedición, en la que Ángel Rosen y Felipe Uriarte se quedaron a menos de 300 metros de la cumbre.

Lejos de desanimarles, ese 'fracaso' espoleó a los alpinistas. En cuanto llegaron a Katmandú procedentes del campo base les faltó tiempo para pedir un nuevo permiso. Pero en aquella época, el Everest tenía poco que ver con el actual. Nepal solo concedía una expedición por temporada y la lista era larga. Y a Euskadi le tocó para primavera de... 1982. Ocho años. Mucho tiempo, demasiado, para un grupo que estaba en su madurez alpinística y había rozado el cielo con la punta de los crampones.

Pero los astros, y la diplomacia, se conjuraron en favor de la expedición vasca. Una expedición rusa tenía permiso para 1980, pero fue suspendida porque ese mismo año se celebraban los Juegos Olímpicos de Moscú y las autoridades soviéticas centraron todos sus esfuerzos económicos en ellos. Diputaciones, ayuntamientos y la CAM de Bilbao sustituirían a Cegasa como patrocinadores y las gestiones del entonces presidente de la Federación Española de Montaña, José Antonio Odriozola, hicieron el resto para que la expedición vasca pudiera adelantar sus planes.

Pero lo años no habían pasado en balde. De los dieciséis de 1974, solo cinco estaban dispuestos a repetir -Juan Ignacio Lorente, Ángel Rosen, Felipe Uriarte, Luis Saenz de Olazagoitia 'Pechu' y Ricardo Gallardo-. Así que el grupo fue completado por otros seis alpinistas -Xabier Erro, Joxe Urbieta 'Takolo', Xabier Garaioa, Kike de Pablos, Emilio Hernando y Martín Zabaleta-, una auténtica selección vasca con presencia de los tres herrialdes y Navarra, además de Juan Ramón Arrue, encargado de las tareas burocráticas y administrativas.

Tras una preparación intensa, incluida una expedición a los Andes unos meses antes, el 12 de febrero de 1980 los alpinistas partían hacia Nepal. En una claro guiño a lo sucedido seis años atrás, era exactamente la misma fecha en la que arrancó la expedición de 1974. Aunque pareciese que hubiera pasado mucho más tiempo. Tanto que entonces tuvieron que esconder la ikurriña entre su equipaje y ahora el lehendakari Carlos Garaikoetxea les había hecho entrega oficial días antes de la bandera que debía ondear en el techo del mundo.

Todos en el campo base

En realidad, la expedición llevaba ya más de dos meses en marcha. El 9 de diciembre de 1979, Kike de Pablos y Xabier Erro habían partido de Vitoria hacia Bombay para hacerse cargo de las diez toneladas de material del grupo, que viajaban en esos momentos vía marítima hacia India y luego serían trasladadas por carretera a Katmandú. El 11 de febrero, cuando sus compañeros estaban a punto de partir de Euskadi, Erro llegaba al campo base junto a 105 porteadores que transportaban tres toneladas adicionales de botellas de oxigeno y butano. En el glaciar de Khumbu le recibían con los brazos abiertos los miembros de la expedición polaca que solo unos días después iba a lograr la primera invernal al Everest.

Por fin, el 22 de marzo, el grupo al completo está ya instalado en el campo base. Varios de ellos reconocen el escenario. El Everest sigue ahí, tan imponente como hace seis años. Pero sus circunstancias no son las mismas. En 1974 solo lo habían hollado una treintena de personas, se pensaba que era imposible ascenderlo sin oxígeno artificial y apenas tenía un par de rutas de acceso. Ahora las ascensiones superan el centenar, Messner y Habeler han demostrado dos años antes que se puede subir a pleno pulmón, los polacos acaba de lograr su primera invernal y la montaña cuenta ya con media docena de vías.

Pero para los vascos sigue siendo la aventura de su vida. La cima de sus sueños. Les van a ayudar una docena larga sherpas, Pemba Tensing (sirdar), Pasang Temba, Ang Dorjee, Nima Rita, Gyrmi, Nin Temba, Dawa Tensing, Ang Kami, Dawa Dorjee, Phurba Kitar y Pemba, que mediada la expedición sería expulsado por su sirdar por bajo rendimiento y obligado a devolver a la expedición las botas, el traje de plumas y los crampones, la mayor humillación para un sherpa.

Un mes después, el 19 abril, la expedición llega al Collado Sur y equipa el campo 4. La puerta hacia la cumbre está ya abierta. Es el momento de elegir las cordadas de los sucesivos ataques a cima, porque como recordaría Xabier Erro años más tarde, «entonces las expediciones se planteaban como un asedio a la montaña porque no teníamos datos de la climatología». Salvo los partes meteorológicos genéricos que escuchaban de Radio Nepal. Hacen tres grupos. En el primero lo intentarán Gallardo, Rosen, Garaioa, Hernando y un sherpa por decidir. En el segundo subirán Garaioa, Pechu, Takolo, Lorente y Pemba Tsering. Y en el tercero, Zabaleta y Uriarte, que lo quieren intentar sin oxígeno. De Pablos queda fuera del reparto porque no tiene interés en la cima. Deciden que apoye a la tercera cordada.

La cumbre espera

La radio anuncia varios días de buen tiempo a finales de mes y principios de mayo. El día parece haber llegado. Comienza el ataque. El 4 de mayo, Garaioa y Nin Temba junto a Rosen y Gallardo, apoyados por tres sherpas, salen del Collado Sur a la cima a las tres y media de la madrugada. «Fuera de las tiendas la noche es hermosa; el frío, intensísimo, tal vez unos 35º bajo cero; la quietud en el Collado es absoluta. Más parece que nos encontramos en un paraje lunar que sobre la Tierra. Todo tiene un aspecto fantasmal, pero real, tan real como el frío que penetra en nuestro cuerpo», relataría Rosen en el diario de la expedición. Comienzan a ascender por la arista, pero la nieve es cada vez más profunda.

Garaioa y Nin Temba se adelantan abriendo huella. Por detrás, el grupo de Rosen hunde sus pies hasta las rodillas pese al trabajo de los dos de cabeza. Su objetivo es instalar una tienda de campaña a 8.500 metros, bajo la Cima Sur, con oxígeno y butano para usarse en caso de emergencia. Cumplido el objetivo llega el dilema, seguir subiendo o bajar. El cielo no ayuda. Ofrece demasiadas muestras de un cambio inminente.

Ángel busca la complicidad de Ricardo y Nima Rita, pero ambos señalan las nubes del horizonte y tuercen el gesto. Incluso observa en la lejanía a Garaioa y Nin Temba llegando a la Cima Sur y duda en seguir sus pasos en solitario. Está ante la decisión «más trascendental de mi vida montañera. En ello me va la cumbre, el éxito o el fracaso, la vida misma». Gana la vida y decide bajar.

«La vida me parece hermosa para jugármela con tan pocas probabilidades de éxito. Cuando decido bajar con Ricardo siento un gran alivio. Ya no subiré al Everest, sé que esta es mi última oportunidad en algo que he sentido con mucha fuerza durante años, pero estoy seguro que la resolución que he tomado es la buena. Es el retorno a la existencia», escribiría más tarde.

Mientras Rosen y compañía regresan al Collado Sur, Garaioa y Nin Temba siguen subiendo. Progresan muy lentamente en una nieve blanda en la que se hunden «hasta las nalgas». Pasan junto a una mochila azul. Javier no duda que es la de Ray Genet, jefe de la expedición alemana fallecido el otoño anterior. Sortean unas grietas y por fin llegan a la Cima Sur.

La cima principal está 'solo' a cuatrocientos metros en línea y noventa de desnivel, con el Escalón Hillary como única dificultad técnica. Tan cerca pero tan lejos... Son las tres de la tarde y solo les queda oxígeno para media hora. Nin le dice que hay que bajar. «Comprendo que es lo único que podemos hacer y además pienso que él es el más indicado para decirlo pues en cierta manera me ha subido hasta aquí, ya que ha abierto la huella casi todo el rato», reconoce.

La grieta de Rosen

Mientras, cerca ya del collado Sur, el descenso de Rosen y Gallardo roza la tragedia. Primero sufren una caída tras resbalar Ricardo y llevarse por delante al alavés. Milagrosamente, una grieta les detiene. Ángel pierde los guantes, las gafas y el gorro y tiene una herida en una pierna provocada por los crampones de su compañero que sangra bastante. Pero están vivos. Tras reponerse del susto reanudan el descenso.

De repente «todo se vuelve negro. El suelo se ha abierto bajo mis pies y siento una fuerte sacudida». Ha caído al fondo de una grieta. Están encordados y Gallardo ha amortiguado la caída, deteniéndose justo al borde de la grieta. Pero no tiene fuerzas para izarlo y Rosen tampoco puede hacerlo por sus propios medios. Ha perdido los piolets en la caída. Está a veinte metros de profundidad y las paredes están separadas cuatro metros. Imposible salir por sus propios medios.

Ricardo no lo duda. Desciende a toda velocidad hacia el Collado Sur, donde están a punto de llegar los sherpas que les acompañaban y se han adelantado. A Rosen la espera se le hace eterna. Se ha caído a las dos y son ya las cuatro. Los malos pensamientos se apoderan de su mente. ¿Y si Ricardo se ha caído en otra grieta? ¿Y si no encuentran la grieta? Se marca un límite. «Si a las cinco no aparecen, intentaré salir por mis propios medios de este agujero». Aunque en su fuero interno sabe que es prácticamente imposible. Por fin, diez minutos antes del tiempo límite que se marcado aparecen los sherpas. ¡Salvado!

Cuando sale de la grieta, de entre la niebla surgen dos fantasmas cubiertos de hielo y escarcha. Son Garaioa y Nin Temba. Rosen le interroga con la mirada. Xabier responde con un lacónico «solo Cumbre Sur». Llegan al Collado Sur en medio de la tormenta. Gallardo les recibe con litros de té caliente. Tras dieciséis horas sin tomar nada, les devuelve a la vida. «Ricardo nos pasa unos cigarrillos. ¡Qué más se puede pedir en un día de perros!», relata el vitoriano.

Oscuros nubarrones en el CB

El segundo intento, protagonizado por Xabier Erro y tres sherpas dos días después no pasa de un Collado Sur azotado por una ventisca que incluso a destroza la tienda donde se resguarda el navarro. Aguantan dos días esperando una mejoría del tiempo que no llega. Solo queda bajar.

El ambiente en el campo base cambia radicalmente. Pasan de la euforia tras la 'conquista' del Collado Sur y los planes de cima al más profundo pesimismo después de dos intentos fallidos. Aunque todavía les queda tiempo hasta que el monzón llegue a final de mes, negros nubarrones, físicos y mentales, se ciernen sobre la expedición.

«Hoy todo es turbio y oscuro. No tengo ganas de escribir. Todo me molesta, las conversaciones estúpidas de mis compañeros, esta canción mil veces oída, este no saber qué hacer. Intento leer sin pasar de la segunda línea. Fuera sigue nevando. Solo deseo hundirme en esta dolorosa soledad helada», escribe Felipe Uriarte en su diario.

Escudriñan el horizonte buscando indicios del buen tiempo que por fin llega. El 12 de mayo, Lorente, Zabaleta, Ang Nima, Phurba Kitar y Pasang Temba salen del campo 2 camino del 3, en la pared del Lhotse. Garaioa, Erro, Uriarte y Pemba, que han salido del CB, les siguen un día por detrás y serán el recambio si los primeros fallan o su cobertura si tienes problemas.

El primer grupo llega al Collado Sur el 13 por la tarde, preocupados por la cantidad de nieve que han encontrado en el camino. Pero el cielo despejado del atardecer despeja sus dudas. Reponen fuerzas con una lata de alubias con cecina alemana que Ang Nima ha encontrado tirada en la nieve y carne seca de cordero tibetano. «Una buena cena», sentencia Martín Zabaleta.

Por la cena, por lo nervios o por ambos, apenas duermen. Se sumergen en sus pensamientos... Once y media. Es la hora. A ocho mil metros cuesta reactivar el cuerpo. «Me cuesta mucho incorporarme en mi saco; siento náuseas y pereza, una gran pereza». Martín se sobrepone a la somnolencia de la falta de oxígeno y prepara la mochila. Una botella de oxígeno, tres rollos de película de 16 mm, una pequeña máquina fotográfica, algo de chocolate, unas almendras y unas galletas. «Unos 10 kilos», calcula. Seis corresponden a la bombona de O2.

Cambio generacional a 8.200

A las tres y media, cinco figuras humanas atraviesan el Collado Sur a paso lento en dirección a la cresta Suroeste. Sus frontales rompen la noche tranquila y despejada. Amaneciendo ya, Lorente avisa a Zabaleta. No se encuentra bien y se da media vuelta. «Yo creo que si lo hubiese intentado igual ahora no estaría aquí contándolo. Después de dos horas y media estaba bastante cansado. Había mucha nieve profunda, me estaba retrasando y le dije a Martín que yo ya iría a mi paso pero que él siguiera con el sherpa hacia arriba. Pero cuando nos paramos vimos que Martín había gastado casi toda su botella de oxígeno. Le di la mía y en cierto modo fue un alivio para mí».

A 8.200 metros de altitud, Lorente pone fin a aquel sueño que había comenzado once años atrás una tarde verano en la calle Dato. «Ten cuidado»... La despedida es triste. Lorente, sentado en la nieve, sigue con la mirada a Martín. Este también echa la vista atrás un par de veces. Cerca del techo del mundo, rodeados de las más alta cumbres del planeta, el simbólico relevo que muestra la escena lo es también real para las dos generaciones del alpinismo vasco que han unido sus fuerzas en pos del Everest.

Ocho de la mañana. Martín y los sherpas llegan a la tienda que Rosen y Gallardo habían montado diez días atrás a 8.500 metros. Se hidratan y cambian las botellas de oxígeno. Ang Nima y Phurba Kitar se vuelven al Collado Sur. Zabaleta y Pasang Temba se quedan a solas con el Everest. La progresión se vuelve penosa. «La nieve sigue blanda, profunda, peligrosa. A veces nos hundimos hasta la cintura». Pasada la una de la tarde llegan a la Cima Sur. Recorrer trescientos metros les ha costado cinco horas...

En el camino han pasado junto a la mochila que Rosen ha visto días antes. También hay un piolet que Martín mete en la mochila por si hiciera falta. Cerca adivina un bulto pero prefiere no acercarse. La niebla se apodera de la cresta cimera y Pasang Temba quiere dar la vuelta. Martín se ve fuerte y no le deja. Los diez metros verticales del Escalón Hillary son ya el único obstáculo que se interpone entre ellos y la cima. «La nieve está muy blanda y tengo que excavar un gran agujero hasta encontrar suelo firme donde poner el pie y clavar el piolet». Una vez arriba, la arista se suaviza.

La cima

«Los lomos de la cresta se suceden unos tras otros. Esto resulta interminable. Pienso que nunca se va a terminar». Encima, la niebla apenas les deja visibilidad. De pronto, a lo lejos adivinan entre la neblina algo oscuro. Aceleran el paso. Pasang Temba echa a correr. ¡Es el trípode chino! ¡Están en la cumbre! Se abrazan. Pasang le habla atropelladamente en nepalí. Martín no entiende nada pero da igual. El idioma de la alegría es universal. Pasada la emoción inicial, Zabaleta saca el talkie de la mochila y transmite la noticia a sus compañeros. ¡La ikurriña ondea en el Everest! La alegría estalla en cada campo. En el CB, polacos y catalanes, que intentaban el Lhotse, se suman a la fiesta.

Mientras, en la cumbre, el cansancio y la hipoxia altera la percepción del hernaniarra. «No pienso que es el Everest. La falta de oxígeno me produce un gran cansancio y una gran lasitud; sé que no pienso como es debido». Ese agotamiento le hace perder la noción del tiempo. Ni se da cuenta que ha empezado a nevar. Llevan tres cuartos de hora en la cima y desde abajo le conminan a iniciar el descenso. Son las cuatro y cuarto de la tarde y apenas les quedan dos horas de luz...

Martín se guarda en el bolsillo de la chaqueta el rosario que ha visto anudado al trípode y empiezan a bajar. Entregado por el mismísimo Papa Wojtyla a la expedición polaca que ha ascendido en invierno, Wielicki y Cichy lo habían dejado tres meses atrás de recuerdo y como prueba de cima.

El descenso es lento y penoso. Poco antes de llegar al Escalón Hillary, Pasang Temba tropieza y se desliza por la pendiente. Unas rocas le detienen. El accidente le asusta mucho. Está cansado y nervioso y Martín decide que se encorden. La ventisca arrecia. Al poco, al sherpa se le agota el oxígeno. El vasco se queda sin él nada más bajar el Escalón Hillary. Pasang, agotado, apenas ve por donde va. Una cornisa se hunde a su paso y queda colgando en el vacío. Bajo él, tres mil metros de caída. Martín ha aguantado el golpe. Las maniobras de izado y el miedo dejan agotado y atenazado a Pasang. Permanece media hora tumbado en la nieve. Pero hay que seguir. Se hace de noche.

Vivac en la grieta

Zabaleta logra que se levante y reanudan la marcha. Llegan a la Cima Sur y Pasang dice que no puede más, que se queda a dormir allí mismo. Martín no se lo permite. Es una locura, la muerte segura. Entonces, el vasco recuerda la grieta que había esquivado en la subida poco ante de la Cima Sur, junto a la mochila y el bulto inerte. ¡Allí vivaquearán! Les cuesta encontrarla en medio del temporal.

Se meten dentro y conecta con sus compañeros para explicarles la situación y su plan de pasar allí la noche. En el campo base, la celebración se corta en seco por lo que oyen a través del talkie. No pueden hacer nada más que esperar. Rosen le espeta rotundo «¡Martín, métete en la grieta y no te duermas! ¡Por favor, no te duermas!».

La grieta es en realidad es un hueco entre rocas de metro y medio de ancho abierto por los dos lados y con un pequeño techo que les protege de la nieve. «Como está situada en plena arista, se forma una terrible corriente de aire; una corriente helada, de aire muy frío». No es mucho, pero es su única oportunidad para sobrevivir.

El sherpa y el vasco afrontan el vivac a más altura que jamás a hecho nadie. Sentados sobre sus mochilas, dejan pasar el tiempo... Pasang acaba durmiéndose mientras Martín lo evita poniéndose de pie cada poco tiempo y moviendo las piernas. Donde nadie duerme es en campo base. La tensión es máxima. En el C-2, Garaioa no deja de golpear dos tapas de cacerola junto al talkie para mantener despierto a Martín. En la grieta no oyen nada. Su radioteléfono se ha congelado.

Lágrimas de alegría

Comienza a amanecer. El frío se hace más intenso, «pero parece soportable» se consuela Martín. A la seis es totalmente de día. Salen de la grieta. «Al levantarme me doy cuenta que estoy acabado; el frío me ha consumido. Noto también la falta de oxígeno y el no haber bebido nada. Me dan mareos y ganas de vomitar, pero no tengo nada dentro».

Coge el talkie y prueba si funciona.

- Aquí Martín, aquí Martín...

- ¡Martín! ¡Martín! ¿¡Cómo estáis!?

- Muy cansados. Casi no podemos movernos. No sé... Tenemos pocas fuerzas...

- A ver Martín, aquí Garaioa. ¡Las fuerzas están en la cabeza! ¡Las fuerzas están en la cabeza! No has perdido las fuerzas. ¡Tira para adelante!

Comienzan a descender. Son dos figuras tambaleantes que apenas se mantienen en pie. Caen varias veces; a tramos se dejan deslizar por la nieve... «Bajamos como autómatas, solo nos sostienen las ganas de vivir». Les han avisado que dos sherpas suben a su encuentro desde el Collado Sur. Pero no aparecen. La noche se cierne de nuevo sobre ellos...

A las cuatro de la tarde por fin los divisan a lo lejos. Todavía no han llegado ni a la tienda montada a 8.500 metros. El oxígeno y el té caliente les reviven. Anochece cuando llegan al Collado Sur. Lorente le recibe emocionado. Lloran abrazados.

A miles de kilómetros, Euskadi celebra la cima ajena a los problemas de los dos héroes de la cima. Y devora los periódicos ávida de los detalles de la ascensión. Por primera vez, una noticia de alpinismo ocupa todas las portadas. Algo ha cambiado para siempre. El Everest de Martín Zabaleta se ha incorporado al imaginario colectivo de una sociedad que busca nuevos referentes.

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