Así de sabrosa era la farmacia de Treviño hace 400 años
Historias de tripasais ·
Un inventario hecho en 1594 en la botica de este municipio desvela lo cerca que estaban la farmacopea renacentista y sus remedios medicinales de la gastronomíaAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 29 de mayo 2020, 00:41
Ruibarbo, flor de borraja, menta, tomillo, canela, pimienta, dulce de membrillo… Muchos de estos ingredientes los tenemos hoy en día en nuestra propia despensa o a mano en alguna tienda cercana, pero hace 400 años no formaban parte de la lista de la compra habitual y ni siquiera estaban a la venta en los comercios de alimentación. Para encontrarlos todos había que ir a ese establecimiento que ahora llamamos 'farmacia' pero que hasta hace no tanto respondió al nombre de 'botica', del griego apothēkē (almacén o depósito). La misma raíz etimológica tiene la palabra 'bodega', por cierto, y alguna cosa más compartían boticas y bodegas. Por ejemplo, que en ambos lugares se podían encontrar bebidas embolingantes, en un caso con propósitos simplemente recreativos y en el otro, en combinación con una finalidad supuestamente medicinal.
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Me falta sitio aquí para explicarles a ustedes las teorías de la antigua medicina hipocrática, su sistema de humores y sus locuras, pero les animo a que buceen un poco en el tema y de mientras se queden con la idea de que para los médicos de entonces la enfermedad era siempre resultado de un desequilibrio interno entre distintas fuerzas y sustancias. De acuerdo a esa creencia en realidad todos los alimentos (cada uno con sus características propias de frío, calor, humedad y sequedad) eran susceptibles de ser usados como medicamento, pero algunas sustancias eran consideradas más poderosas que otras. No eran simples condimentos, hierbas o ingredientes sino productos medicinales, drogas capaces de causar diferentes reacciones en el cuerpo y, por lo tanto, también de curar enfermedades.
Boticas como ultramarinos
Las boticas y sus tarros de porcelana etiquetados en latín eran verdaderos ultramarinos donde se podían comprar especias, aromáticos, licores, jarabes y mil y una dulcerías como caramelos, mermeladas y frutas confitadas. El azúcar, tan apreciado como cualquier especia exótica de las Indias, tenía la virtud de hacer agradables al paladar las recetas magistrales de los boticarios y además servía de conservante, de modo que muchas medicinas antiguas –especialmente las transmitidas por la farmacopea árabe– eran en realidad confituras.
Por eso resulta tan sabroso asomarse a inventarios como el que el 7 de marzo de 1594 se hizo de la botica que había en la villa de Treviño, a resultas de una de las regulares inspecciones que de estos comercios hacían las autoridades para ver si estaban bien surtidos o si observaban la regulación de precios, pesajes y otras cuestiones. Sebastián de Salanueba, boticario y vecino de Treviño, fue visitado aquel día por el médico del condado y un farmacéutico de Vitoria, quienes ante la presencia del escribano local, del alcalde y de un montón de gente más hicieron un completo inventario tanto de lo que tenía la botica como de lo que se echaba a faltar en ella.
Especias
El documento resultante se guarda en el Archivo Histórico de Burgos pero fue transcrito en la 'Etnografía del Enclave de Treviño', obra de la colección Lankidetzan de la Sociedad de Estudios Vascos gracias a la cual yo puedo contarles aquí, 426 años después, que don Sebastián vendía para curar diversos trastornos cosas como ruibarbo, sándalo, violetas, zarzaparrilla, hipérico, menta, tomillo, mirra, incienso o tamarindo. Por supuesto toda suerte de especias incluyendo nueces moscadas, macis, pimienta negra y blanca, clavos, azafrán, canela, jengibre, galanga, cardamomo, nardo, anís, comino, cilantro y alcaravea, pero también productos más comunes como pepinos, alcaparras, semillas de apio, perejil y lechuga, pepitas de melón y regaliz. El botiquín culinario seguía con aceites, aguas (de rosas, llantén o hinojo), zumos, jarabes, siropes, arropes y los entonces famosísimos letuarios, un tipo de medicamento semilíquido con base de azúcar o miel que básicamente eran compotas, mermeladas o dulces de membrillo y ciruela. Menos mal que 'letuario diaprunys para ablandar los humores' sonaba mucho más a alquimia, a misterio y a algo que podía curar, que si no de qué iba a haber hecho negocio el boticario de Treviño.
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