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Llegaban en los días calurosos del verano con sus largas varas de avellano anunciándose al grito de «¡colchonerolaneeeroooo!» Sobre el suelo de los patios desventraban los colchones, vestidos con aquellas telas de algodón a rayas de postguerra (que luego serían adamascadas y brillantes), y extendían los vellones al sol, para escorpinarlos y aflojar la lana. Al rato golpeaban con ritmo los vellones y recosían las fundas. «Aquí en Karrantza, los colchones se vareaban en todas las casas; yo lo he visto hacer hasta los 90, cuando llega el Pikolin. Donde mis abuelos hubo colchones de lana hasta 2000, el año en que hicieron la reforma en casa», explica Joseba Edesa Portillo (39), profesor de Educación Física y pastor.
Está Edesa en el barrio de Ahedo donde pasta su rebaño de 40 ovejas carranzanas de cara negra, una raza en vías de extinción.
Junto a su pareja, la artista malagueña Laurita Siles Ceballos (44), lograron el pasado mes de diciembre el Premio de Emprendimiento de los Premios Nacionales de Artesanía por darle una nueva vida en el mundo de la moda a la lana de las ovejas de cara negra, la misma que templaba los cuerpos como relleno en los jergones.
Con el fin de los colchones de lana (a los hinchas del Atlético de Madrid todavía les llaman colchoneros, por las rayas) terminó también el último de los aprovechamientos del abrigo de las ovejas. Antes desapareció el empleo de los vellones hilados para tejer prendas de vestir (y mantas zamoranas, para mulas y machos).
Durante siglos la lana de las ovejas merinas españolas fue el «oro blanco de Castilla», un sector estratégico que castigaba con pena de muerte la venta a extranjeros de los machos reproductores de ensortijados vellones (la invasión de Napoleón, que arrambló con los carneros acabó con el monopolio) y que propició la ampliación de los puertos cantábricos para facilitar su exportación. De su gestión se encargaba el todopoderoso Concejo de la Mesta, el primer gremio ganadero de Europa.
Hoy, con los vellones del rebaño que pace en los prados de Ahedo, en Mutur-Beltz hacen moda. Chalecos, zapatos, bolsos, sombreros, abrigos, carteras, bandoleras hiladas y tejidas con lo que, hasta hace nada, era puro desperdicio.
En Mutur-Betz han hecho también manteles para el restaurante Waman (el vascoperuano de Gabriel Huaman en Deusto), un plato para Mugaritz y hasta una chaqueta para Ternua. Esa lana basta «mejora también la trama de las pelotas goxuas», las de 60 gramos que emplean los aficionados. Y con los hilos de sus bobinas coloreadas se tejen también bufandas y jerseys.
«A las ovejas hay que esquilarlas todos los años; pero a los pastores dejaron de pagarles por la lana. Se consideraba un subproducto. Ahora yo pago un buen precio a otros pastores de Karrantza por esa misma lana», me explica Edesa que envía 2.000 kilos para su preparación y tratamiento a Cuenca desde 2019. Cada caranegra produce 2,5 kilos de lana, que se reduce a menos de la mitad después de su lavada y preparación.
Joseba Edesa y Laurita Siles se conocieron en una manifestación de enero en 2013. Llovía y ella no llevaba paraguas. Una cosa llevó a la otra.
Edesa había dejado su trabajo de docente durante un año para aprender el oficio de pastor en Artzain Eskola, en Arantzazu, para retornar sobre el pasado ganadero de la familia. Mantenía un rebaño de carasnegras. Siles, aficionada a la txalaparta (hizo su tesis en Bellas Artes sobre 'El uso del folclore en el arte contemporáneo'), descubrió en 2014, durante una residencia artística becada en Islandia, que en el estudio que ocupaba había «una rueda de hilar». «La directora sabía manejarla y me enseñó. Era un pueblo de 200 habitantes en mitad de la nada, pero había una granja con ovejas de una lana áspera, difícil de trabajar, parecida a la de las ovejas carranzanas», recuerda.
Al regreso armó «un bicitelar» que emplea el pedaleo para el trabajo de la carda. La 'bicirueka' o la 'bicikarda' dio paso más tarde a un trabajo de campo, entrevistando a pastores carranzanos, y a un desfile filmado en la fábrica La Encartada sobre la lana, el lavadero, las hilaturas y la confección de boinas en el Museo (industrial) de Balmaseda. «La Encartada cierra en 1992. Nunca usaron lana vasca sino de merinas australianas», señala Siles. Conviene acotar que por la extrema dificultad de su preparación.
«Primero llegó el tractor y luego llegaron las prendas sintéticas», cabecea el pastor. Pero la actual preocupación por los microplásticos y los tejidos artificiales unida a una mayor concienciación sobre la conservación de usos y costumbres tradicionales ha alumbrado una nueva edad de oro para la lana.
Edesa y Siles fueron madurando la recuperación de un trabajo y de una historia, consiguieron una beca de la Fundación BilbaoArte y subvención del Gobierno vasco.
Con Joseba Edesa, en un prado desde donde se divisan las ruinas de San Miguel de Ahedo y el Parque Natural de Armañón con Peña Ranero y la Torca del Carlista, aprendemos que los pastores de Karrantza lavaban la lana en el río, sumergiendo los vellones y dejando que la corriente hiciera su trabajo. Luego, los tendían a secar en los jaros.
Edesa envía dos toneladas a Wool Dreamer, una empresa familiar de Mota del Cuervo (Cuenca) que ha querido también resucitar la industria lanar. «El sueño comenzó viendo cómo las fibras naturales, en especial la lana, se abrían paso ante las todopoderosas materias plásticas. Sin embargo, la lana española, una fibra históricamente fundamental, se trata como residuo. Y en hilados, fieltros o aislantes se facilitaba el uso de materiales plásticos o, para más inri, se usaban lanas de todas las nacionalidades menos de España», explica Ramón Cobo, heredero de una saga de hiladores de lana castellanomanchega.
«Queremos recuperar y crear un patrimonio cultural para Karrantza», resume Edesa. Han celebrado ya ocho Residencias Artísticas del Buen Vivir donde artistas (como El Niño de Elche, Idoia Cuesta o Enara Conde) debaten sobre arte y pastoreo y actúan para los vecinos. «El futuro está detrás», como dice un pastor en uno de los carteles de Mutur-Beltz, las ovejas carranzanas a la moda.
«Mutur Beltz se estructura como una oveja, donde la cabeza representa sus valores (preservar, crear, participar...) y las cuatro patas, sus áreas clave: Arte, Lana, Leche y Carne, interconectadas en un enfoque integral de sostenibilidad y equilibrio con la naturaleza.Desde esta visión, impulsa la filosofía del buen vivir», dicen.
Dirección: Bº Ahedo (Karrantza).
Tlfno: 617941595.
Web: www.muturbeltz.com
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