Los extranjeros que siembran Bizkaia
Vienen de Francia, Italia, Lituania o Colombia, se instalan en Euskadi para cultivar la tierra y apuestan por una vida ecológica y respetuosa con la Naturaleza
Tiene 32 años, es de Bayona, estudió Veterinaria en Galicia y ahora se dedica a trabajar la tierra. Dice Antoine Latour que tampoco está tan alejada la cosa del cultivo de la del cuidado de los animales. «En la carrera vemos algo de esto», se ríe. Poco más. En su vida anterior no tenía nada que ver con el agro. Sin embargo, ahí está, en Txanda, en Gatika.
–¿Y cómo llegó hasta aquí?
–Me habló un amigo cocinero, me dijo que iba a montar un restaurante y que quería tener una huerta asociada al local. Y como lo de veterinario me gusta pero no me veía en ese mundo, le dije que yo también venía.
Hay que decir que el amigo es muy buen amigo. Se conocen desde que tienen diez años. Se llama Antoine Egloff y antes que cocinero fue dentista; anda en el mismo proyecto Adélie Autechaud, la pareja de Egloff, que antes que sumiller fue jurista. Vamos, que los tres treintañeros decidieron hace tres años apostar por un cambio de vida. «Me vendió muy bien el proyecto: un restaurante ecológico que será pequeño y un huerto del que saldrán los ingredientes para el restaurante y que dará excedente para vender en mercados, ferias y cestas de consumo». Por ahora Txanda es solamente ese terreno que ya produce hortalizas y verduras. En total, 6.500 metros cuadrados con tres invernaderos, semillero, pozo, cisterna de agua y almacén.
La suerte fue para ellos que, aunque el terreno estaba abandonado desde hacía dos años y «lleno de zarzas más altas que nosotros», era parte del Fondo de Suelo Agrario que gestiona la Diputación Foral de Bizkaia, es decir, de esa tierra para la que se busca asegurar la continuidad de las explotaciones agrarias y promover la incorporación de los jóvenes al sector. Ahora da «producto de calidad, a un precio asequible, de km 0 y ecológico» en manos de gente joven. Gente venida de otros puntos del mapa. Como Latour y sus colegas, hay otros que se han sumado al agro de Bizkaia.
De Colombia
Marcela Pava, colombiana que llegó en 2009 al País Vasco, nunca tuvo en mente dedicarse a la agricultura, ni allí ni aquí, pero así es la vida. Al final, para esta abogada el 'hobby' de sus abuelos, que tenían una finca cafetera y con frutales, se ha convertido en modo de vida con Mustai Ortua, en Maruri, una explotación que lleva con su pareja, Gorka Areitio. Bueno, que llevan en familia, porque como dice Marcela, «dedicarse a la agricultura solamente es posible gracias al apoyo familiar, a la red que hacen para poder tener al cuidado a mi hija y llevar las labores de casa, y al apoyo económico de la familia –de mi pareja, en este caso–-, porque ni con las subvenciones ni con otras ayudas se sostiene un proyecto como este en el que hay que invetir un capital muy grande. Es la familia la que quiere que trabajemos en esto y la que nos da la oportunidad», explica y agradece. Mustai es una huerta que «cuida la salud de otras personas» –y es posible gracias a que otras personas contribuyen a cuidar la de Marcela y su pareja–.
Hace cuatro años que ese huerto ecológico que Gorka cultivaba solo y al que Marcela acudía el fin de semana a echar una mano es una explotación que da de comer a los miembros de un grupo de consumo diseminados por Las Arenas, Mungia, Sopela, Gatika y Bilbao, y cuyos productos se venden también en los mercados de Mungia, Bakio y El Arenal bilbaíno, «un logro». El puesto se distingue por sus dalias y girasoles, porque aparte de cultivar alimentos –y de recordarnos que «el 90% de lo que comemos en Euskadi viene de fuera, eso hay que pensarlo y debe servir para reflexionar sobre nuestra profesión y dignificarla»–, quieren ofrecer un poco de belleza. Cuidan cuerpo y alma con un trabajo «que es artesanal» y que requiere, para poder hacer frente a todos los obstáculos (entre ellos, la falta de relevo generacional) que todos «nos eduquemos en consumir lo que nos da la tierra, respetando la naturaleza, el origen y la temporada».
Desde Lituania
Diez mil metros cuadrados para ser trabajados por solo dos personas es lo que tienen en Mustai Ortua; así que dejan descansar parte de la tierra y van alternando para producir sus «acelgas verdes y de colores, rabanitos, berenjenas y calabacines, pimientos de Gernika y guindillas, sandía y melón y lechugas baby de distintos colores y texturas para mezclum, que es nuestro producto diferencial junto con las dalias».
En Luramak, en Gamiz-Fika, la lituana Julija Razumov y su cuñada Nerea Irazabal andan casi casi igual: mucho terreno y la necesidad de cultivar solo una parte. «Tenemos tres caballos un poco asilvestrados que pastan ahí», explica Julija. Lo bueno es que es suyo, que han podido comprarlo, incide, mientras que la explotación de su pareja, Gorka, es en alquiler. «Cogimos estas más de seis hectáreas y montamos los invernaderos y túneles desde cero, unos cinco mil metros, más la huerta al aire libre».
Para resumir mucho, eso significa, además de una producción que se distribuye en tiendas especializadas y a domicilio y que en un futuro esperan poder vender 'in situ', que lo suyo «no es un trabajo, sino un estilo de vida. Si no te gustan la naturaleza y la agricultura, no puedes hacerlo. Es de dedicación plena, podrías estar en la huerta las 24 horas». Dice Julija que ella sola nunca se hubiera metido en algo así, que solo puede ser un proyecto en familia. Y su historia se parece a la de Marcela: vino a Bizkaia al acabar los estudios en Lituania y hubo un momento en el que estuvo a punto de volver a casa, como la colombiana. No lo hizo y, como Marcela, se dedicó a seguir estudiando. En su caso fue Peluquería y en peluquería trabajó hasta que comenzó la relación con su pareja, que ya llevaba varios años trabajando la tierra en ecológico. «Al principio yo solo le ayudaba, iba a los mercados, a sembrar, a aprender».
Ahora, con su cuñada y socia, cultiva para obtener algunos productos diferentes a lo habitual, como «hierbas aromáticas, rúcula, mostaza roja y mizuna, y una gran variedad de lechugas y de tomates y tomates cherry. También probamos con semillas nuevas en nuestro propio semillero; algunas las hemos traído de Lituania y parece que se adaptan bien. Y ya sacamos 30 kilos de los frutales que plantamos en 2020». De vez en cuando abren las puertas de Luramak para que la gente vea de dónde sale lo que pone en la mesa, «para que se implique y sea consciente de cómo producimos en la naturaleza».
Hongos
El italiano Antonio Lovelli y Libe Landaburu, pareja que se conoció hace mucho mientras estudiaban Erasmus, se dedican al agro... pero a uno diferente. En Zurbeltz van a producir hongos. Están terminando de acondicionar su parcela en Lemoiz para hacer crecer variedades como el melena de león, «que sabe a langosta», y el reishi, «que tiene glutamato natural y es un sazonador excelente».
Pero lo suyo no está enfocado solo a lo gastronómico, sino que Lovelli apuesta por los hongos funcionales y medicinales, para suplementos alimenticios. Es todo un mundo que en realidad empezó a estudiar durante el confinamiento, porque aunque ella es naturópata y hace micoterapia, él era arquitecto y paisajista. «He tenido experiencias en plantación de huertos eco y poco más», confiesa. Por ahí entró a la inoculación de hongos en las raíces de plantas para ayudar en su crecimiento, y luego saltó a «un mercado que está creciendo muchísimo, el de los hongos funcionales». En un mes a partir de que la nave de Lemoiz esté lista tendrán su primera cosecha. Será pronto, en el otoño.
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