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MAITE BARTOLOMÉ
Productor

Iñigo Macías: «Desde que me picaron las abejas, sólo pensaba en tener colmenas»

Gozatzeko Eztia ·

GAIZKA OLEA

Lunes, 19 de marzo 2018, 17:31

La primera experiencia de Iñigo Macías con la apicultura fue de esas que a la mayoría le habría animado a huir de las abejas y de cualquier insecto armado con un aguijón. El tío de Ainara, su pareja, tenía una colmena en los terrenos de su caserío, como era común en la comarca de Orozko. Era verano y el incauto Macías se presentó con pantalones cortos y, como cabía esperar, las abejas le picaron. Pero, al parecer, además del veneno le inocularon una pasión desmedida por el viejo oficio de la apicultura, en el que se ha volcado con tanto esmero que su miel ganó el concurso de la última feria de San Antón. Era la segunda vez que acudía a la cita de El Arenal, la primera que se presentaba al certamen.

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Por esos extrañas revueltas que da la vida, que ya no lo son tanto porque el lector ha leído historias parecidas a esta en las páginas del Jantour, Iñigo Macías decidió convertir una afición en algo parecido a su profesión a la fuerza. Nacido en el barrio de Santutxu, trabajó durante años en una empresa de climatización, colocando y reparando sistemas de aire acondicionado hasta que la crisis convirtió la suave brisa de los ventiladores en un huracán que se llevó su puesto de trabajo.

Asentado en Orozko, el pueblo de Ainara, y con un niño, Macías asumió con naturalidad el papel de amo de su casa y de los cuidados de su hijo (más tarde tuvieron una niña). «Estas con ellos, llevarlos a la escuela o darles de comer es algo impagable, pero no me podía quedar en casa viendo la tele, así que me animé: desde que me picaron las abejas, y aunque estuve con fiebre, ya no pude dejar de pensar en otra cosa: algún día tendría colmenas». Eso fue en 2008 y ocho años más tarde comenzó a comercializar su propia miel bajo una marca sugerente: Gozatzeko eztia (miel para gozar).

Peregrinación hasta el Gorbea

Adscrito a la etiqueta de Eusko Label, el apicultor reforzó su ‘plantilla’ hasta alcanzar las 120 colmenas que pastorea hoy en los montes que rodean Orozko. Ahora que el frío (se supone) nos ha dejado definitivamente, que los primeros rayos del sol de primavera hacen brotar flores y polen, el abejar despierta y empieza a trabajar para ellas mismas y para el apicultor, que a finales de junio podrá retirar la cosecha de mil flores. Cuando comiencen los meses más cálidos y hasta octubre, las colmenas serán trasladadas a las laderas del Gorbea y su producto será diferente porque el brezo es una parte fundamental de su recolección.

En uno y otro caso, Macías llevará la cosecha obtenida en los panales al obrador dependiente de Eusko Label en Getaria, donde se retiran las impurezas. Ese camino hasta las faldas del Gorbea se hace de noche o de madrugada, mientras los insectos descansan, sirve además para alejar las colmenas de su nuevo y agresivo depredador: la avispa asiática, un bicho que se limita a aguardar ante el orificio por la que salen las abejas para capturarlas. Ante esa amenaza no hay más solución que la localización y destrucción de sus gigantescos nidos, pero no es la única, ya que el ácaro varroa es un enemigo más antiguo, responsable de la desaparición de buena parte de los panales tradicionales. La varroa, sin embargo, se combate con unas varitas acaricidas.

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No parece, en cambio, que ese tipo de soluciones puedan evitar la tercera plaga de los apicultores: el robo de colmenas. Este mismo año le han sustraído al apicultor una docena, un daño evidente que, ante la sorpresa de quien firma, se está convirtiendo en un mal generalizado en el negocio.

-Pero, ¿quién las roba?

-No lo sé -responde Macías mientras se encoge de hombros-. ¿Otros apicultores?

Por si acaso, ha hablado con la Ertzaintza para que sus unidades rurales recorran el lugar donde tiene las colmenas y medita colocar un GPS a las pequeñas construcciones. «Así, si se mueven te enteras a través del móvil», explica. Tanto problema no parece hacer mella en Macías, que piensa en ampliar el número de colmenas. Cada una de ellas produce cada año una media de 10 kilos que este apicultor escarmentado a picotazos vende a 11 euros en el museo de Orozko (Plaza Zubiaur), comercios locales, ferias y, si no te gusta alejarte de la ciudad, «en el estanco de mi hermana, junto al Holiday de Deusto».

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