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La escultura de Lenin más grande del mundo está en Tiraspol, la capital de Transnistria. Toda la simbología de este territorio gira en torno a su pasado soviético. EFE
Radiografía del Dombás moldavo

Radiografía del Dombás moldavo

Transnistria ·

En esta región separatista de Moldavia de mayoría prorrusa, anclada en la era soviética, hay más de 2.000 soldados de Putin y un enorme arsenal

david s. olabarri

Enviado especial

Domingo, 27 de marzo 2022

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En Transnistria hay mucha tensión. Desde que empezó la guerra en Ucrania todo el mundo está pendiente de lo que pasa aquí. Si descubren que eres periodista vas a tener muchos problemas». Son las dos de la madrugada. Apenas hay coches en la carretera que conecta Chisináu, la capital de Moldavia, con el territorio autónomo separatista de Transnistria. «Si te preguntan diles que viajas conmigo de turismo. Que quieres visitar la fortaleza de Bender», repite Slavic antes de llegar a la frontera.

Slavic nació y vive en este pequeño territorio enclavado entre Ucrania y Moldavia, pero atraviesa a menudo los controles policiales para ir a trabajar. Sabe cómo moverse en la oficialmente denominada República Moldava de Pridnestrovia.

Al llegar a la frontera desaparecen los carteles en rumano. Estamos a apenas 60 kilómetros de Chisináu, pero la radio tampoco sintoniza ya emisoras moldavas. Los policías llevan ushankas, los tradicionales gorros rusos. A pocos metros hay un destacamento del Ejército de Vladimir Putin. Nos hacen bajar del coche y abrir el maletero. Slavic les da mi pasaporte y les dice -en ruso- que soy su amigo y me voy a quedar en su casa un par de días. Revisan mi mochila. Un policía entra en la garita. Al cabo de unos minutos sale con un pequeño papel en la mano. Todo en orden. Es una especie de visado en el que aparecen mis datos, el tiempo que voy a permanecer en la zona, el motivo de la visita y la dirección en la que me voy a hospedar. «No puedes perder este papel. Lo vas a necesitar para salir», dice el policía. «Spasibo», responde Slavic. Gracias.

LOS DATOS:

  • 500.000 habitantes tiene aproximadente el territorio separatista de Transnistria. Se trata de un territorio enclavado entre Ucrania y Moldavia. No goza de reconocimiento internacional.

  • 20.000 toneladas de armas controla Rusia en este territorio, clave en la geopolítica.

Slavic (nombre ficticio por seguridad) vive con su familia en un bloque de viviendas de Bender, una localidad cerca de Tiraspol, la capital. Es un viejo edificio de arquitectura soviética. Se parece a cualquiera de los que hay alrededor. Y es que viajar a Transnistria es como retroceder 50 años en el tiempo. Todo en este territorio -del tamaño de La Rioja- gira en torno a su pasado vinculado al imperio comunista: en su bandera y en su escudo aún permanecen la hoz y el martillo. Su Parlamento se llama Soviet Supremo. La calle principal de Tiraspol lleva el nombre del 25 de octubre, fecha de la revolución bolchevique. En esta avenida se mezclan los comercios y restaurantes modernos con murales de estilo militar, tanques decorativos y hasta con tumbas reales de los «héroes» caídos en combate. Frente a su Ayuntamiento se encuentra la estatua de Lenin más grande del mundo. Las relaciones homosexuales están prohibidas.

Transnistria y Rusia están separadas por cientos de kilómetros. Las fronteras de Ucrania y Moldavia están a apenas unos minutos en coche. Pero no hay ni rastro de estas dos naciones por las calles. Es como si no existiesen. Aquí sólo se habla el ruso y la única televisión que se puede ver es la rusa. En todos los edificios importantes ondean ambas banderas, a la misma altura, como si Transnistria fuese una provincia más del país gobernado por Putin. La moneda es el rublo transnistrio. No se puede pagar con los lei moldavos. Tampoco funcionan las tarjetas de crédito. Sólo en la plaza central de Tiraspol se pueden ver banderas de otros países. Son las de Abjasia, Osetia del Sur y la República de Nagorno-Karabaj, tres estados postsoviéticos de reconocimiento limitado.

Con cerca de medio millón de habitantes, Transnistria se encuentra en una especie de limbo. No tiene reconocimiento jurídico. Ni siquiera de Rusia. Es una especie de Estado fantasma que, en la práctica, funciona como si fuese un Estado independiente. Aunque no del todo: en este territorio hay desplegados al menos dos mil soldados rusos en diversas bases militares. También cuenta con un ingente arsenal de armas que posee desde el final de la Guerra Fría. Algunos expertos moldavos dicen que una explosión aquí sería equivalente a una bomba nuclear. Pero lo cierto es que sólo sus dirigentes y Rusia saben cuántas armas hay guardadas y en qué estado están. En Transnistria no hay transparencia. Funciona sin aplicar ningún tipo de ley o de reglamento internacional. Aquí se han denunciado casos de tráfico de armas nucleares y de trata de seres humanos. Un Estado fantasma en la Europa del siglo XXI que es el paraíso del crimen organizado.

Armados en el karaoke

Transnistria se declaró independiente de Moldavia a principios de los 90. Lo hizo en pleno proceso de desintegración de la Unión Soviética. La mayoría del país, de habla rumana, deseaba separarse de la antigua URSS. La élite, de mayoría rusoparlante, se negaba y se produjo una breve guerra civil que dejó cientos de muertos. En 1992 se declaró un alto el fuego que se respeta hasta hoy. Fue entonces cuando llegaron las tropas rusas. Sobre el papel, eran 'fuerzas de paz', destinadas a garantizar la seguridad de miles de toneladas de armas que se guardan en Kolbasna. La realidad es que, tres décadas después, a pesar de los llamamientos internacionales para que abandone el país e inutilice las armas, Rusia jamás ha querido irse de Transnistria ni deshacerse por completo del arsenal. «Para nosotros el gas que viene de Rusia es gratis. Para Putin se trata de un enclave estratégico en Europa. Jamás va a renunciar a él», explica Slavic.

Hasta que Rusia invadió Ucrania, Transnistria era observada como una especie de anomalía dentro de Europa. Para muchos, era un conflicto interno de Moldavia, que jamás ha reconocido su soberanía. Pero la guerra lo ha cambiado todo. Ahora es percibida como una amenaza real. Sobre todo, en Ucrania y en Moldavia. En la cercana Odesa temen que los soldados desplegados aquí puedan sumarse a un posible ataque para hacerse con la joya del mar Negro. En Moldavia sospechan que Putin puede ver en Transnistria el espejo del Donbás. Es decir, una «excusa» para atacar el país con el pretexto de que quiere proteger a los prorrusos que viven en la zona.

LA CLAVE:

  • Nostalgia soviética. Su escudo mantiene la hoz y el martillo, la moneda es el rublo y sólo sintonizan la televisión rusa

El mundo mira con inquietud a Transnistria, que ha reaccionado encerrándose todavía más en sí misma. Para los periodistas occidentales nunca ha sido fácil acceder. Ahora directamente rechazan o no contestan a las solicitudes. Un escenario propicio para las mafias y los estafadores que piden 400 euros por cruzar la frontera sin acreditación.

Lo curioso es que dentro de este núcleo la vida sigue igual para la gente corriente de uno de los países más pobres de Europa. Elena vive en Tiraspol. Tiene 32 años y pertenece a la minoría moldava del territorio. Explica que la gente mayor es «ferviente defensora de Putin». Pero los jóvenes observan con distancia la nostalgia soviética que lo impregna todo. De hecho, explica que, a pesar de la simbología, la vida en este rincón de Europa tiene poco de comunista. Los grandes negocios están en manos de unos pocos. Los supermercados, las gasolineras y hasta el equipo de fútbol de Tiraspol -que consiguió repercusión internacional al ganar al Real Madrid en la Champions League- son propiedad de dos grandes oligarcas. Llevan la marca Sheriff. Se dice que fueron antiguos miembros del KGB soviético. «Se sabe muy poco de ellos».

Nos quedan unas horas de permiso en Transnistria. Junto al memorial de los caídos está el local de moda de Tiraspol. Se llama 'La Vida'. Aquí se pueden comer hamburguesas, pizzas, nachos... A pocos metros hay un karaoke. Casi todas son canciones rusas. Hay varios grupos bebiendo coñac. Slavic conoce a algunos. Dice que varios de ellos van armados. Son gente que «trabaja al margen de la ley». «Con buenos contactos aquí se puede conseguir prácticamente cualquier cosa», advierte.

Irina lucha por ganarse la vida como artista en Transnistria. E. C.

La dificultad de ser mujery expresarse con libertad

Ser artista en Transnistria es muy difícil. Aquí apenas existe espacio para la cultura. En Tiraspol, la capital, funciona un pequeño museo de arqueología. Pero no hay mucho más. Y menos para el arte contemporáneo. Lo que predomina es la estética militar: los monumentos en homenaje a los caídos en combate, los tanques decorativos en las calles y las estatuas de Lenin que están por todas partes.

Tratar de ganarse la vida en Transnistria con el arte no es fácil. Pero ser artista, mujer y discapacitada en este pequeño territorio se antoja casi imposible. Casi todo el mundo arrojaría la toalla. Pero no Irina. Esta joven lleva toda la vida luchando. Le cuesta andar y ha sufrido varias operaciones. Muchos días discute en las taquillas de las estaciones por conseguir que los autobuses tengan rampas o mecanismos adaptados para las personas que no pueden subir sin ayuda. También lucha con el objetivo de que dejen de mirarla de forma extraña cuando acude a comprar comida al supermercado o cuando va al Ayuntamiento a realizar algún trámite.

Para Irina pelear por expresarse con libertad en un territorio en el que, por ejemplo, están prohibidas las relaciones homosexuales no es nada extraordinario. Es su forma de ser.

Su pasión es el arte, en cualquier modalidad. A lo que últimamente dedica más tiempo es al surrealismo. Ha expuesto ya en el extranjero. Pero todavía no ha podido hacerlo en Transnistria. Lo cierto es que tampoco le interesa mucho su tierra a nivel profesional. Al menos, de momento.

Casi todos los días coge un autobús y se dirige a Chisináu. Allí se encuentra con amigos y con estudiantes universitarios. Lo que tiene claro es que la gran mayoría de la gente que conoce en su tierra no quiere la guerra. En ninguna circunstancia.

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