El candelabro

Bochorno

Como soy muy friolera (friolenta en Hispanoamérica) suelo soportar relativamente bien el calor. Pero solo relativamente, porque hay bochornazos extremos que también a mí me ... aplastan y me dejan hecha un trapo. Sin embargo tiendo a discrepar con mis paisanos en lo relativo al termostato. Cuando la mayoría de bilbaínos circula en manga corta, yo (del norte, pero nada chicarrona) sigo sin quitarme la chamarra. Y cuando ellos dicen estar asándose, mi cuerpo todavía admite un jerseicito ligero.

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Así que el martes, al comienzo de esta ola de calor que está asfixiando en mucha mayor medida al resto de la península, me tuve que contener para no afear a un viandante que iba renegando del bochorno a voz en grito, con 'solo' 28 grados y una brisa agradable. No quiero ni pensar qué dirá hoy, con una previsión en Bilbao de casi 40... «Son muy blancos y muy blandos», concluyó un chamán africano al contemplar a un grupo de quejicas europeos en 'Perdidos en la tribu'. Y tenía razón.

El que se queje aquí que pruebe a vivir en cualquier enclave tropical donde las noches tórridas duran seis meses al año. O en Sevilla. Allí conocí 'la calor' y (peor aún) 'las calores', días en los que te pasas la lengua por los labios y tu saliva está fría... En mi apartamento (un último piso) había aire acondicionado comunitario y solo unas horas al día. Lo cortaban a las dos de la madrugada. Me desperté a las tres en una auténtica sauna. Y no se me ocurrió otra cosa que volcar una jarra de agua en el suelo de mármol para ver si con la evaporación bajaba la temperatura. Media hora después volví a levantarme. Esta vez, al baño. El suelo aún mojado, yo zombi... Me pegué tal resbalón que casi me desnuco. Desde entonces relativizo mucho el calor. He aprendido que hay bochornos peores.

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