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EFE

Azkena Rock 2013

Rancid: cabezas tatuadas e himnos punk

La sólida banda californiana volvió a Vitoria veintisiete años después y tocó veintisiete canciones sin desperdicio

Viernes, 16 de junio 2023, 09:19

Podemos ver la historia del rock como una acumulación incesante de nostalgias, una capa sobre otra. Y, con el tiempo, algunos de esos estratos dejan ... de estar tan diferenciados como antaño. Cuando surgieron Rancid, allá por principios de los 90, muchos devotos de la era original del punk les reprochaban una deuda un poco exagerada con The Clash. Hoy, tantos años y tantas músicas después, hace cierta gracia darse cuenta de que entre el último álbum de los Clash y la fundación de Rancid solo mediaron seis años, un suspiro, y lo que entonces parecía muy lejano hoy puede confundirse alegremente en una misma nostalgia y un mismo pogo. Muchos bailaban ayer los hits de Rancid con el ímpetu de la juventud recuperada (hoy dolerá más de una articulación) y con la emoción de lo realmente importante.

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Ayudaba, claro, que muchas de sus canciones son melodías incontestables, arrolladoras, y también que Rancid son una banda muy de verdad: en un festival tan atento a la veteranía como el Azkena, entre tantos proyectos cuyas listas de excomponentes parecen un listín telefónico, los californianos solo tienen un exmiembro, el primer batería. Los otros tres (Tim Armstrong, Matt Freeman y Lars Frederiksen) son los mismos que en la anterior visita de Rancid a Vitoria, en 1996, cuando tocaron en El Elefante Blanco. «Ha pasado algo de tiempo», saludó Frederiksen, el segundo Lars más famoso de la música mundial. Aunque ahora lucen más calvas que crestas, los tres conservan un aspecto admirablemente punk, reforzado por los tatuajes en la cabeza: siguen pareciendo gente con la que no te meterías en una pelea. Quizá con el bajista, Freeman, aunque seguro que perderíamos.

Veintisiete canciones se cascaron Rancid en su concierto del ARF. Son muchas, porque fueron a un ritmo endiablado: empezaron con 'Tomorrow Never Comes', de su disco nuevo, y a partir de ahí se zambulleron de lleno en un pasado repleto de himnos de dos minutos, que en directo se comprimen a veces por debajo del minuto y medio. La segunda, 'Roots Radicals', ya fue del álbum que les brindó fama mundial, '... And Out Come The Wolves', del que cayeron nada menos que nueve canciones más, si no fallan nuestras cuentas. Los tres protagonistas se turnaban en las tareas vocales, en lo que a veces parecía una competición de voces rudas, aunque cada uno tiene su timbre peculiar: más ronco y potente el de Frederiksen, más expresivo y modulado el de Armstrong (que tiene la costumbre de cantar gesticulando con las manos como si te estuviese contando una historia de su vida, cosa que a menudo es verdad) y rasposo hasta lo atonal el de Freeman (por ejemplo, en 'Rejected').

Sin palabrería

Las canciones de Rancid son punk heredero de los Clash, con estribillos coreables a lo street punk y matices que las acercan a distintas facetas del estilo: algún toque más hardcore ('Dead Bodies'), algún ska ('I Wanna Riot' y 'Old Friend' sonaron seguidas), alguna con aire deudor del folk irlandés (como 'Ghost Of A Chance' o 'Tenderloin'). Interpretaron una tras otra, a veces ligadas, sin mucho descanso (solo el rato que se quedó solo Frederiksen para interpretar 'The Wars End') ni palabrería superflua: Frederiksen, el más parlanchín, se limitaba a enunciar a veces año y disco y a pedir a la gente que montase un 'circle pit', uno de esos bailes enloquecidos de los tiempos gloriosos del punk. También dedicó el tema 'Old Friend' a Monster Magnet, que tocaban justo después. En las primeras filas la cosa se puso animadilla, pero también por atrás había cuadrillas que bailaban en corro, coreaban e incluso cantaban líneas de bajo.

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¿Hitos? La verdad es que Rancid son maestros del estribillo de efecto inmediato: canciones como 'Radio', 'Journey To The End Of East Bay', 'East Bay Night', 'Listed M.I.A.' o 'Fall Back Down' no pueden fallar, pero quizá la cumbre de la noche se alcanzó con 'Olympia WA'. Y, por supuesto, con las dos últimas, que por algo se las reservaron: 'Time Bomb' y 'Ruby Soho' sonaron hasta la extenuación en su momento y anoche cerraron triunfalmente el concierto. «Gracias por estos treinta años de nuestras vidas», se despidió Frederiksen. Se trata de dos canciones cortas, que pasan en un suspiro, pero después tienen el poder de perpetuarse en bucle en la cabeza: entre el público que se retiraba tras el concierto, había muchos que seguían canturreándolas en voz alta por las calles de Vitoria. Seguro que continúan hoy, marcando el ritmo con los crujidos de las articulaciones.

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