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El músico Nester Donutts, desnudo en su bolo en el escenario Trashville. Rafa Gutiérrez

Un músico en pelotas y dos jubiletas desatados: así se pasa una madrugada en el Azkena

Todo puede pasar en una noche en el gran festival del rock, un 'chiquipark' para adultos en el que se respira buen ambiente y respeto entre ríos de cerveza

Sábado, 17 de junio 2023, 00:40

Dicen que este es, y con diferencia, el festival con el ambiente más sano de todos los que se celebran a lo largo y ancho ... del vasto verano musiquero. Vale, puede que el término sano no sea el más apropiado, porque es tirando a poco probable que nueve de cada diez médicos recomienden pasar una madrugada de farra y nadando a brazadas en ríos de cerveza. Pero es verdad. El ambiente que se respira en el Azkena, ese respetuoso desfase disfrutón, lo convierten en un festi único. Así se pasa una madrugada en la capital del rock y el hedonismo.

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Llega un momento terrible en el que uno sale por la noche y, de golpe, se siente el mayor del garito. Un día eres un pipiolo incombustible, un campeón con el hígado de hierro forjado a chupitos de tequila, y al otro, te sientes perdido entre una chavalería adicta a unos brebajes dulzones de colorinchis que te ponen el estómago del revés. Esto en el Azkena no pasa. Todo lo contrario. «Hay un am-bien-ta-zo y lo mejor es que aquí no hay putos críos (sic.)», sintetiza Manu poco antes de que empiece el bolo de Rancid. Con su barba cana, su pelo ralo y una camiseta descolorida de Barricada, este Herodes con la voz cascada y rasposa como el papel de lija deja muy claro que las noches aquí son de los 'boomers'.

Con coches de choque y abundantes barras en las que la cerveza no deja de correr, Mendizabala es un enorme 'chiquipark' para adultos diseñado para entregarse al puro hedonismo sin preocupaciones. Una ciudad poblada de una fauna noctámbula con miles de pajarracos y pajarracas, un territorio seguro, libre de tribulaciones cotidianas, en el que por unas horas nada está ni puede salir mal. Que le den a la subida de la hipoteca, al carajo con el colesterol y sácate otra ronda de birra. ¿Cinco pavos la caña? Qué más da. Venga otra, que una noche es una noche.

«Ya nos hemos pulido más de cien pavos...», resoplan Esteban y Manuel, dos eruditos del rock, incombustibles colegas de todísima la vida, brindando por su recién estrenada jubilación con dos katxis hasta arriba. ¿Ir a un viaje del Imserso a Benidorm? «Nosotros no pintamos nada con los viejos», resoplan, ofendidísimos, con los ojos vidriosos. «¿Haría esto un viejo?», desafía el pensionista rockero mientras (glu-glu-glu) se atiza de trago medio litro de birra. Amigo, la resaca de hoy, ¿bien?

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Hay quien fuma a hurtadillas y una pareja se bebe a morro en un rincón del Trashville, esa loquísima carpa en la que todo es posible. En el escenario, Nester Donutts, un tipo sudoroso, greñudo y mostachudo que toca y aúlla como si acabara de salir del frenopático, le da por despojarse de sus mallitas de lycra con estampado de leopardo y quedarse en pelotas frente a un público extasiado, entregado a esa falta absoluta de pudor.

'After' en el 'glamping'

Dan las cuatro y el personal de seguridad, gente de paciencia infinita, invita a ir largándose. Dócil, la mayoría se dirige hacia la salida pero hay alguno que se resiste a dar la noche por concluida, como esos chiquillos que, en el parque, están disfrutando tanto que se aferran a los columpios implorando cinco minutos más.

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La experiencia festivalera completa manda dormir (o, al menos, intentarlo) en el camping del festival, bautizado con pompa como 'glamping', que ofrece alojamiento en unas tienditas ya montadas, y con un colchón inflable de esos que le pones a una visita que no quieres que se apalanque más de la cuenta. Sin duda, lo mejor de todo es que tiene una barra abierta hasta altas horas de la madrugada que se parece un poco a uno de esos 'afters' en los que acaba lo mejorcito de cada casa.

Hay por allí un holandés errante, un tremendo bigardo de lengua de trapo, que se tiene que sujetar a la barra para mantener el equilibrio mientras apura su trago. Ezequiel, su colega mexicano, ejerce de traductor neerlandés beodo-español beodo: «El camping es lo mejor de un festival, siempre conoces a la gente más interesante», dice. Y se ve que lo de interesante no es un eufemismo.

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Ya en la tienda, en la cama, hecho un ovillo, se desata una animada sinfonía de ruiditos variados: muchos ronquidos y unos cuchicheos primero y unos besuqueos después que desembocan en unos jadeos levísimos más tarde. Hubo sexo, drogas y rock&roll.

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