Pi L.T. miran al pasado con faros antiniebla
La banda de Mungia ha abierto el escenario principal con una síntesis arrolladora de su repertorio, que los convirtió en uno de los nombres esenciales del cambio de siglo en Euskadi
Lo de mirar al pasado con faros antiniebla lo dicen ellos en el único tema nuevo que han grabado, por aquello de escudriñar a través ... de las brumas del recuerdo, pero lo cierto es que las canciones de Pi L.T. se presentan nítidas en la memoria, como uno de los grandes hitos de la música vasca en el cambio de siglo. Y sus conciertos también: en el Azkena Rock 2024, abriendo el escenario principal este sábado, han sabido reproducir aquella impresión que causaba entonces su sonido, ese metal arrollador que tiene a Faith No More como referencia más cómoda para sus extraños giros y su contaminación post-punk. Ahí estaban, todos de negro: el cantante y guitarrista Rafa Rueda (que ha lucido voz excelente y, a juzgar por su sonrisa de diablillo, parecía estar gozando con cada verso), el bajista David González, el batería Xanpe y el teclista Aitor Abio, esa especie de basajaun postindustrial con faldas que hace gestos cabalísticos con las manos y se contorsiona como si estuviese fabricando un mundo.
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Ha sido un concierto breve, como una esencia concentrada de Pi L.T.: solo cuarenta minutos que han arrancado con el riff maquinal y obsesivo de 'Automatak bezela'. Las suyas son canciones complejas, con muchas piezas y cambios de ritmo, con caña brava (ahí han estado la cabalgada de 'Hotzez minduta' o la violenta acometida hardcore de 'Jo!'), pero también con pasajes delicados, ganchos que mantienen su efectividad tantos años después (el motivo de teclados de 'Zein' nunca falla, algunos querríamos que lo dejasen sonando unos cuantos minutos) y melodías resplandecientes (no ha faltado la hermosa 'Runaway'). «Hemen gaude», ha saludado Rafa Rueda, aquí estamos, con la ventaja de que esas palabras son justo el estribillo de 'Erreparatzen'.
El momento Abio
Y, en fin, no han faltado las dos cumbres que todos esperábamos en sus conciertos de los 90. Uno es el 'momento Abio', cuando el teclista parece enajenarse de manera definitiva y, como llevado por una voluntad superior, abandona los teclados y evoluciona por el escenario micrófono en mano: ha ocurrido en 'Jo!' y ha berreado, se ha revolcado por el suelo, se ha plantado estatuario en el borde de las tablas, ha lamido el micrófono, se ha aporreado la cabeza y se ha acariciado la lengua, entre otras muestras de comportamiento orate, o quizá de liberadora posesión pagana.
El otro rito ineludible ha sido, claro, 'Hil da Jainkoa', una de las canciones esenciales del rock vasco, que para algunos ilumina su pasado mejor que cualquier reflector antiniebla. Eso sí, aunque alguna ha habido, se ha echado de menos (cosa de los festivales) esa masa de manos haciendo los cuernos que solía recibir en los conciertos el anuncio de la muerte de Dios. Y ojo, que justo en ese momento ha empezado a llover, así que a lo mejor había alguien importante escuchando allá arriba.
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