Lucinda Williams y el fascinante embrujo de la fragilidad
La de Lousiana vuelve a Mendizabala triunfal, volcada en una voz que suena convincente, sostenida por una banda excepcional
Sus pasos eran frágiles, con las secuelas del ictus que le atacó hace ya tres años todavía visibles. Lucinda Williams accedió al escenario principal del ... Azkena con andares dubitativos, ataviada de negro y con una hebilla de cinturón bien visible cuyo mensaje recomendaba saldar cuentas con Dios. Sus dos manos se aferraron al pie de micro como a la última tabla de un naufragio y se arrancó con 'Can't Let Go', arropada por una banda de excepción, con el ex de los Black Crowes Marc Ford como escudero a la guitarra y una tripulación de músicos decididos a arropar con maestría un repertorio irrebatible.
Uno cerraba los ojos y seguía escuchando a la muchacha de Louisiana que rompió moldes en la frontera entre el country y el rock con el ya lejano 'Car Wheels and a Gravel Road'. En realidad, la voz de Lucinda Williams nació vieja, rasposa y con ese dejadez medida tan distintiva. En su retorno al asfalto de Mendizabala, sonó recuperada de los achaques de la salud, de nuevo agresiva pero también contenida. Ya con 72 años, ella conoce sus límites, sabe dónde concentrar una energía que ya no es derbordante. Ni un movimiento de más ni un agradecimiento de menos. Todo concentrado en proyectar una voz ahora sana, convincente.
El público temía en qué momento se podia romper Lucinda Williams en su nueva visita a Vitoria. Si tuvo instantes de flaqueza, los disimuló con un oficio magistral. 'You can't rule me' sonó a boogie del duro, el recuerdo a Frank Stanford, poeta amigo de la cantante que se quitó la vida quedó retratado en 'Pineola', los amores etílicos de 'Drunken Angel' fueron un susurro insinuante mientras el personal se mecía con dulzura en un respiro antes de que cayera la noche, la locomotora de Turbonegro y la colección de himnos de Fogerty.
Williams volvió triunfal a Mendizabala, una victoria contenida, pura autoafirmación ante la decadencia física. En 'Joy', volvía a ser la amante que exigía que alguien le devolviera la alegría robada. Puro enfado. 'Out of Touch' recordó a la cadencia pesada de Crazy Horse. No faltaron los homenajes a ídolos caídos, rescatados de sus últimas relecturas del catálogo de los Beatles, Tom Petty o los Rolling Stones. Marc Ford picó agudos en una versión solemne de 'While My Guitar Gently Weeps' y se concedió espacio al reggae con el 'So Much Trouble in the World' de Bob Marley. Para entonces, Williams ya tenía al gentío metido en el bolsillo. De abuela achacosa, nada. El guiño final retumbó apoteósico, fácilmente coreable. Interpretó el 'Rocking in the Free World' de Neil Young con el puño en alto y la señal de la victoria. La Lucinda Williams más guerrera, antes de una despedida en la que volvió a ser materia quebradiza cuando sus manos se despegaron del micro.
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