Así trabajan las 'antiestrellas' del Azkena

Entre bambalinas, ellos son los que más brillan. Productores, montadores, técnicos de sonido, de iluminación, conductores, fontaneros, personal de limpieza, seguridad, stage managers... todos son unos artistas invisibles en un festival en el que el público solo se fija en las bandas y, bueno, también un poco en esos camareros que sirven birras a destajo como si no hubiera un mañana.

Pero para obrar el pequeño milagro de que el Azkena Rock Festival le haya subido los decibelios a Vitoria estos tres días con sus tres noches es fundamental el trabajo de ¡1.500! personas. Todo en este eventazo es así, a lo grande y con cifras mareantes. Para comenzar a montar esta 'ciudad del rock' llegaron a la capital alavesa 50 trailes para la producción y una veintena de camiones para el equipamiento de artistas. En total, calculando por lo bajo, se han descargado y montado más de 1.000 toneladas de equipos. Estos días se han desplegado 6 arrays (traducido en cristiano, sistemas de altavoces) en los escenarios principales, otros dos en la Virgen Blanca y cuatro PAs (Public Adress, en castellano 'dirigido al público') en la carapa Trashville. Vaya currazo.

Si piensa que todas las bandas vienen a Vitoria con todos sus instrumentos, desde la batería a los teclados, se equivoca. La mayor parte de las veces, «solo se traen la guitarra y cada vez menos, por las restricciones que ponen las aerolíneas». El que habla es Xabier Sologaistua, un tipo concienzudo, respetadísimo en el mundillo musical y técnico de backline de profesión. Traducido para mortales: es el que provee de instrumentos y de todo lo necesario para que una banda puede hacer su show. El suyo es un curro invisible, que lleva meses de coordinación y «muy gratificante»... casi siempre. «Alguna vez he trabajado con gente, con bandas de las que era fan... y, después, he dejado de serlo». Glups.

Grrr... «Tengo un chaval aquí que dice que se le perdió anoche la cartera», suena por al radio que Clara Lobo lleva siempre encendida. «Al final, todo lo que pasa, cualquier incidente, nos acaba cayendo a nosotros», explica la productora. «Coordinamos a todos los equipos, un festival se compone de muchísimas piezas y nosotros hacemos que todas esas piezas encajen», ilustra, ya exhausta, tras varias jornadas en las que se echa más horas que un reloj. ¿No es un bajón tremendo currar mientras la gente se desmandra? «Para mí, a pesar de todo, lo más gratificante de todo es ver que la gente está disfrutando con lo que tú has estado montando», asegura.

¿A qué diantres se dedica un jefe de producción? Rubén Jáuregui se encoge de hombros y responde: A todo. «Nosotros somos el puto corazón del festival». Lo suyo no es pura brabuconería. Es que es así. Tal cual. Su equipo bombea sangre hasta el último capilar, el más pequeño, de ese complejo organismo que es el ARF. «Somos como un embudo, al final, todo, desde abrir puertas, una prueba, el parking, la seguridad, una incidencia en las barras... todo acaba en nosotros», destaca Jáuregui, que lleva dos décadas en el mundillo y empezó «de taquiller, cortando entradas». «Este es el festival perfecto, por tamaño, por público, por actitud... es el 'meeting' point del país.

Escuchados todos esos gritos guturales, todos esos alaridos... está claro que este es un festival no contiene trazas de autotune. Aquí todo es auténtico. Pero todas las bandas no sonarían como suenan ni por asomo si Ion Carrasco y sus compañeros no estuvieran ahí, dando el callo, en las torres de sonido (sí, este año han sido dos, para dejar libre la parte central al público). «Nosotros no hacemos milagros, amplificamos lo que la banda toca», sentencia el técnico, con una década de experiencia a sus espaldas y que ha tocado con los más grandes y los grupos más modestos . «Los primeros suelen traer a su propio equipo para su show, pero cuanto más grande... más complejo es el trabajo», admite.