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EL SISTEMA DE VALORES

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La vida después del coronavirus | Capítulo 1 ·

Lentamente, el mundo cambiará... Hemos recordado de golpe que somos vulnerables

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Viernes, 5 de junio 2020

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El debate científico y filosófico a comienzos de 2020 giraba acerca del transhumanisno basado en la prolongación de la vida gracias a la utilización de células madre y la coexistencia con máquinas dotadas de rasgos propios de los humanos, como la conciencia. Algunos especialistas ponían sobre la mesa un concepto que hasta ahora era exclusivo de la ciencia ficción: la inmortalidad. Tres meses después, una pandemia no muy diferente de otras registradas a lo largo de la Historia nos ponía frente a una realidad que la soberbia nos había impedido ver: la de nuestra vulnerabilidad. ¿Cómo será el mundo tras la pandemia? Cambiará, de manera lenta pero cambiará. Aunque los especialistas también dicen que tendencias como el creciente individualismo no se verán muy afectadas porque los jóvenes, que son quienes las impulsan, apenas se han visto golpeados por el virus.

No existirá una 'generación coronavirus'. A diferencia de lo sucedido tras la Guerra Civil o las dos contiendas mundiales del pasado siglo, no habrá una infancia marcada por la pandemia. Los aproximadamente 4,5 millones de españoles de menos de diez años –de ellos, casi 200.000 vascos– no tendrán apenas recuerdos negativos de estos meses de confinamiento cotidiano y cifras y escenas de muerte en los medios de comunicación. No han pasado por situaciones graves de hambre o miedo, no han visto tiroteos ni cadáveres en las calles ni han jugado entre los escombros de edificios derruidos por las bombas. Todo lo contrario que las generaciones que sufrieron los grandes conflictos bélicos del siglo XX y por eso han vivido con el temor a que se repitieran. En España se percibió con toda claridad en la Transición, puesta en marcha por políticos que eran niños durante la Guerra Civil y padecieron la postguerra en toda su dureza. Pero de la misma manera que no existe una 'generación 11-S', tampoco existirá una 'generación coronavirus'.

REFERENCIAS

  • Javier Gomá (Filósofo) Ensayista y autor teatral, nació en Bilbao en 1965 y es licenciado en Filología Clásica y en Derecho y doctor en Filosofía. Ganó las oposiciones de Letrado del Consejo de Estado con el número uno. Desde 2003, dirige la Fundación Juan March. Ha publicado la 'Tetralogía de la Ejemplaridad' y es autor de varias obras teatrales. Numerosos premios reconocen su trayectoria profesional.

  • María Silvestre (Socióloga Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, nació en Barcelona en 1967 y cursó sus estudios en la Universidad de Deusto. Fue decana de la Facultad de Sociología de esta institución académica, puesto desde el que pasó a la dirección de Emakunde. Ha dirigido varios másteres y está al frente del equipo que realiza el trabajo correspondiente a España dentro de la Encuesta Europea de Valores.

  • Javier Urra (Psicólogo) Nacido en Estella (Navarra) en 1957, es doctor en Psicología y en Enfermería, Fisioterapia y Podología. Ha sido profesor en la Universidad Complutense y la UNED, y Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. Ha representado a España en foros como la ONU y el Parlamento europeo y ha sido citado como experto por diversas comisiones del Congreso y el Senado de España.

Eso sugiere que no habrá grandes cambios a corto y medio plazo tras la pandemia, en lo que algunos ya llaman 'sociedad postCovid-19'. Otra cosa es lo que sucederá en un horizonte más lejano, porque, como apunta el filósofo Javier Gomá, «el progreso colectivo es tan lento que muchas veces trasciende la vida de una persona y esta no lo percibe. Pero existe, y con frecuencia se produce a través del dolor». Ydolor ha habido. Las primeras páginas de los periódicos mostrando los nombres de algunos de los fallecidos en representación de todos (lo hizo este diario, y lo hicieron otros en todo el mundo, incluido el 'New York Times') son una prueba irrefutable. Para que cambien las sociedades, la primera condición es que algo se mueva en las convicciones de quienes las forman. Yeso ya es un hecho. Quizá no de forma mayoritaria en todos los grupos de edad, pero sí en quienes se encuentran en la madurez. «Ha aumentado nuestra sensibilidad hacia la fragilidad de la condición humana, cuya extinción ya no es del todo impensable», recuerda Gomá. Los alrededor de 400.000 muertos en todo el mundo, de todas las edades y continentes, sin diferencia por sexo ni clase social, han acabado con la soberbia implícita en el hecho de considerar con toda seriedad que llegar a los 125 años de vida no solo es posible, sino que incluso abre una puerta hacia la inmortalidad. Pensar en ello, perder un minuto en esa posibilidad, parece hoy un inaudito derroche de recursos, cuando la prioridad en todo el planeta es acabar con la pandemia y conseguir que no se repita o que, si lo hace, sea con el menor impacto posible.

Para ello, se requieren avances científicos, medidas políticas y la modificación de unos cuantos hábitos individuales y sociales. Yahí empiezan los problemas. «El ser humano es vulnerable. Ahora lo sabemos mejor que hace unos años. Hemos sentido miedo y ha sido eso lo que nos ha confinado sin oponer ninguna resistencia, porque anteponíamos la seguridad a la libertad», explica Javier Urra, psicólogo y exDefensor del Menor de la Comunidad de Madrid. A su juicio, esta crisis, al igual que otras incluso más importantes pero de menos impacto inmediato, como la medioambiental, hacen que la gente se mentalice de que debe cambiar para salvar el planeta, que es necesario contaminar menos... «Pero luego resulta que tiene que salir a la calle a ganarse la vida y a buscar su propia supervivencia y le resulta muy difícil plasmar sus buenas intenciones. ¿Cómo conciliar esa lucha cotidiana con el gran objetivo general?». Su pregunta, en el fondo, es la misma que se han planteado todos los gobiernos durante estos meses:¿cómo compatibilizar la lucha contra la pandemia con el mantenimiento de la actividad económica para que el sistema no quiebre y eso genere hambre y muerte?

«La gente es consciente de que debe cambiar para salvar el Planeta, pero luego tiene que salir a la calle y ganarse la vida. ¿Cómo conciliar esa lucha cotidiana con el gran objetivo general?»

Javier Urra

De momento, el mundo parece haber girado 180 grados. Donde se habían suprimido las fronteras han vuelto a aparecer. El creciente flujo de viajeros por todo el planeta, por las razones más diversas, se ha detenido. La colaboración económica y comercial que no paraba de aumentar desde la Segunda Guerra Mundial fue sustituida por la más feroz ley de la selva cuando la demanda de material sanitario se disparó y la oferta no era capaz de atenderla. Y el pujante individualismo ha dado paso a una oleada de solidaridad.

No conviene pensar que eso, lo positivo y lo negativo, va a durar. «Si se encuentra pronto una vacuna, todo lo sucedido quedará ahí como un mal recuerdo sin consecuencias a medio plazo en cuanto a cambios sociales, como pasó con el 11-S», asegura Urra. Durante unos años habrá cierta inseguridad, pero eso afectará solo a algunas rutinas. Por ejemplo, se ha olvidado la facilidad con la que se accedía a los aviones hace cuarenta años. Poco a poco, con los secuestros y ataques de los setenta, se impusieron medidas de seguridad que se multiplicaron tras el 11-S. El creciente uso del transporte aéreo desde esa fecha demuestra que nos hemos acostumbrado a vivir con esos controles y los hemos asumido como un coste más del viaje. «Nos manejaremos en un mundo algo distinto en lo más visible, al menos durante un tiempo», apunta también Urra. Quizá el uso de las mascarillas se imponga en ciertas circunstancias –ya se veían antes en nuestras calles a muchos turistas orientales con ellas– y la efusividad de nuestros contactos dé paso a una relación sin abrazos, besos ni apretones de manos. Si el miedo continúa, el contacto físico entre nosotros se reducirá al mínimo fuera del mantenido con las personas del entorno familiar. Puede que retrocedamos décadas en ese aspecto. Pero si el miedo termina, cuesta pensar que renunciemos a ello.

La ilustración: IVÁN MATA

Ilustrador de prensa y creador de cuentos infantiles traducidos a varios idiomas, dedica en la actualidad parte de su tiempo a desarrollar sus propias historias. Bajo el sello Ediciones Za-Pato, publicará próximamente 'Karikaturak', su primer libro retrospectivo.

Instagram:@ivanmatatamayo

Algo parecido pasará con las relaciones sociales en su sentido más amplio y menos externo. La pandemia ha limitado los contactos al mínimo y además mediante pantallas. «Y la reducción de nuestra vida social al ámbito de la familia es una anomalía», recuerda el filósofo Daniel Innerarity, quien está convencido de que la pandemia ha servido para que apreciemos en mayor medida esas relaciones fuera del ámbito estricto del hogar. Pero hay más: la soledad ha sido muy dura para quien se ha visto obligado a ella, hasta el extremo de que saldrá de esta sediento de hacer vida en la calle y reunirse con amigos y compañeros. Más o menos como quienes han estado rodeados de los suyos. «Hay una intimidad de uno mismo frente a su familia. Yo pienso en mis hijos –argumenta Gomá–. Antes del confinamiento encontraban espacio para ellos mismos, para ensayar y probar, incluso para equivocarse sin ser mirados. Ahora han estado dos meses bajo la mirada de los padres, cariñosa pero mirada al fin y al cabo, y es posible que hayan echado de menos ese territorio propio sin supervisión paterna». Tanto unos como otros vivirán en los próximos meses las emociones de la relación en los bares, las discotecas y los parques. El confinamiento ha creado agorafobia en un porcentaje no desdeñable de la población, pero en la mayoría ha suscitado un irrefrenable deseo de salir y quemar los días en la calle. Exactamente igual que hasta el pasado marzo.

El cambio llegará, pero, si es difícil en lo superficial, lo será más aún en lo profundo. Existen indicios de que a medio plazo, efectivamente, las transformaciones del modelo serán escasamente apreciables. En la sociedad por venir, «la experiencia acumulada y el conocimiento del pasado valdrán cada vez menos porque deberemos aprender del futuro mediante herramientas de prospección», explica Innerarity. Yesos jóvenes que deben pilotar el porvenir están poco condicionados por la pandemia porque, como sostiene la socióloga María Silvestre, directora del Deustobarómetro Social, tienen menos miedo por lo sucedido. No se trata solo de que los jóvenes se crean inmortales, sino de que además los datos sobre los afectados son muy claros:la pandemia ha castigado fundamentalmente a los ancianos. Es probable que eso explique también la despreocupación con la que muchos adolescentes salieron de casa en cuanto fue posible. La rebeldía inherente a la edad y la conciencia de que su riesgo era muy bajo propiciaron ejemplos de incumplimiento de las normas de seguridad sanitaria que hemos visto en la calle y en los medios de comunicación.

Son precisamente los jóvenes quienes en toda Europa más aprecian la libertad individual, por encima de la igualdad. Yaunque el convencimiento de que es preciso un Estado fuerte que pueda cuidar de sus ciudadanos ante episodios como este es general, y será una demanda clara para el futuro, eso no afecta a la tendencia consolidada del creciente individualismo.

«El progreso colectivo es tan lento que muchas veces trasciende la vida de una persona y no lo percibe. Pero existe, y con frecuencia se produce a través del dolor»

Javier Gomá

Adolescentes y jóvenes recordarán siempre los dos meses largos que estuvieron confinados, pero en el caso de los más pequeños ni siquiera les dejará marca alguna. «Han estado en casa, con sus padres, a quienes han conocido en otra faceta y con quienes han pasado más tiempo. Sus iguales tampoco han salido de casa... No han llegado a sufrir. Otra cosa es si el encierro se hubiese prolongado, y así se lo dijimos al Gobierno los especialistas a quienes se nos preguntó», explica Urra. La excepción, como es obvio, está en los que padecen enfermedades o quienes han vivido en hogares donde se han dado episodios de violencia. O quienes, por las razones que fuera, han debido pasar el tiempo conectados a una máquina de juegos, abandonados a su suerte por unos padres que se han desentendido de ellos.

Puede que algunos de esos niños que han visto al personal sanitario recibir aplausos sueñen con trabajar el día de mañana en un hospital. Porque durante unos meses, los famosos habituales de la televisión han dejado paso a hombres y mujeres con uniforme blanco, azul o verde, mascarilla y guantes, que han luchado hasta la extenuación para salvar vidas. O a otros con salarios inferiores y sin título universitario requerido, que han limpiado las calles, atendido a la clientela en los supermercados o llevado hasta las ciudades los camiones con comida y suministros de todo tipo. «El personal sanitario tendrá un reconocimiento mayor y la sociedad exigirá que se les dote de medios para que no tengan que seguir siendo héroes –sostiene María Silvestre–. Pero el reconocimiento a otros colectivos no va a durar». Javier Gomá es de la misma opinión:«Cuando admiramos un país sólido, maduro, productivo, descubrimos que está sostenido sobre un buen sistema de profesiones». Algo que exige un reconocimiento social y económico.

Otra cosa es que la fama y el espectáculo social de la misma sean rápidamente recuperados por figuras que poco han aportado en la crisis epidemiológica. «Los deportistas y los famosos van a volver como referencias sociales a corto plazo», dice convencida María Silvestre. «No tengo nada contra los buenos futbolistas y los buenos espectáculos», matiza Gomá. «Otra cosa es la ejemplaridad social, dónde ponemos las fuentes de la moralidad social. Yaquí conviene distinguir entre ejemplaridad y notoriedad. Ejemplar es quien produce un efecto civilizador y virtuoso a la sociedad». En cambio, la notoriedad se define por su gran influencia social, «pero puede ser ejemplar y no ejemplar».

«El personal sanitario tendrá más reconocimiento y la sociedad exigirá que se le dote de medios. Pero el que han tenido otros colectivos no va a durar»

María Silvestre

En ese sentido, la sociedad que salga de la pandemia debería recoger el gran ejemplo del personal sanitario, pero despojarlo de todo atributo de heroísmo porque existan los medios disponibles para que no sea preciso. «En la lucha por la vida sobreviven quienes apuestan por el apoyo mutuo, y en una sociedad avanzada eso es justicia, no heroísmo», ha descrito en un contexto más amplio la filósofa Adela Cortina.

La justicia es un objetivo de gran complejidad, lo mismo para el día de hoy que para el de mañana. Porque hay quien teme que la salida sea más difícil a corto plazo que el confinamiento mismo. «Me preocupa lo que estamos encontrando: problemas económicos, tensión acumulada, ira, cólera, y veremos un aumento de las depresiones y los suicidios», aprecia Urra. Son problemas que deben abordarse de inmediato porque la unidad conseguida en las primeras semanas de reclusión se ha roto en la calle, donde ya se ven enfrentamientos entre grupos. «Urge consolidar las democracias social-liberales, donde siempre es posible la crítica», dice Cortina, quien también considera vital que la economía se preocupe desde ahora mismo por reducir las desigualdades. Así se despojará de eslóganes –su herramienta dialéctica favorita– a los populistas de todo signo, que amenazan el sistema democrático. Lo advierte María Silvestre, porque el miedo genera una obediencia ciega a un poder o un líder que maneja tópicos y esgrime soluciones simples a problemas complejos, y eso es terreno abonado para los populismos. No hay más que mirar la Historia y ver lo que sucedió en los años treinta.

Los improbables 'locos años veinte'

La Primera Guerra Mundial dejó más de 20 millones de muertos, según las fuentes, entre soldados y civiles, incluidos quienes fueron víctimas de los combates y quienes sucumbieron a hambrunas y otros efectos colaterales del conflicto. En los últimos meses de la guerra se desató además una pandemia, la de la mal llamada gripe española, que mató a entre 50 y 100 millones de personas. Todo aquello desembocó en Occidente en los 'locos años veinte', una especie de 'carpe diem' en el que participaba gente convencida de que era una enorme suerte seguir viva tras todo lo sucedido. Nadie espera que eso vuelva a suceder. Entonces murió en torno al 5% de la población mundial. Con las cifras que hoy se manejan, el coronavirus habrá matado al 0,005%.

APRENDIZAJES

  • Menos ideología | Asesores científicos El filósofo Daniel Innerarity está convencido de que de esta crisis deben salir gobiernos que, sin ser exclusivamente técnicos, tengan mucho menor carga ideológica y valoren en mayor medida la asesoría de los científicos.

  • La sanidad pública | La necesidad de autoabastecerse «Hemos aprendido el valor de la solidaridad y la respuesta conjunta ante una crisis como esta, que ofrece siempre en mejor medida una sanidad pública potente. Deberíamos haber entendido, además, que no podemos depender de industrias lejanas para el abastecimiento de material sanitario», dice María Silvestre.

  • Miedos | Capacidad de adaptación Javier Urra reconoce que «se ha generado una situación de inseguridad, pero aprenderemos a vivir con ello. Ya lo hemos hecho otras veces».

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